El oficio de ser un ludopharmaco no es sencillo. Las condiciones inhumanas del cotidiano inmundo que nos toca vivir suelen interponerse entre todo aquello que nos provoca placer. Son chispazos, pantallazos freezados que nos encierran en situaciones que detestamos, y nos alejan aun mas de nuestra alegría… uno tiene muchas pero siempre hay dos o tres que perviven sobre las demás; los ludopharmacos, claro está, tenemos una clara aflicción por los videojuegos y todo tipo de estimulo digital que salga de alguna pantalla.
Las pantallas existen para eso, mostrarnos esas otras realidad placenteras: por supuesto que no son los gordos tirapedos que hablan del fútbol, o las muñecas de plástico de los programas de chimentos, que también se proyectan en pantallas. Para nada.
En fin, saben los ludopatas digitales insaciables que acá se habla de videojuegos, pues es nuestra profesión. Más no por eso no dejamos de ser esta amalgama de internautas pendencieros, que tienen algo muy en claro: en la vida se toman decisiones, y elegir entre una consola u otra no es un hecho azaroso: hay allí toda una declaración de principios.
Todo esto como siempre sirve para evitar hablar de los jueguitos, porque para eso hay que jugarlos. Nosotros no somos como esos periodistas de cuarta de los grandes diarios, que hablan de juegos pero jamás en sus vidas compraron un joystick chino ni mucho menos se quedaron dormidos frente al cataclismo nuclear del Civilization2. Ustedes, escasos y erráticos lectores de ludopharmacos, notarán ya cuando, luego de un par de oraciones, no se nombra nada, ni siquiera una consola. A estas alturas no nos importa, pagamos unos mangos al año y tenemos nuestro sitio: somos nuestra propia isla y la negra bandera de la piratería se agita contra el viento sobre los mástiles de nuestra flota.
Flota que, como habrán notado por el descenso de los posts, perdió a uno de sus capitanes: el señor Krupa.
En cierto sentido, esta gran perorata venía a esto. Fui tan astuto que ni siquiera lo mencioné en el titulo. Pero…
KRUPA HA MUERTO.
No es una metáfora, ni un ardid comercial de los que tanto nos gusta realizar vanamente. Eugenio ‘el Conde’ Krupa a muerto.
Luego de varios años de conocerlo, él me dijo, ¿sabes cómo me dicen a mi? ‘el Conde’.
Mira vos, dije en ese momento. Qué me iba a importar. El único conde que existía era Drácula, y yo no lo tenía miedo, porque había sido entrenado por el más grande cazador de vámpiros, el Doctor Social, el azote de Drácula en la Master System.
Si, le dije, es uno de la Master System. De ese voy a hablar en el próximo posteo.
Esa fue la última vez que ví a Krupa. Aunque no lo crean, teníamos reuniones de redacción… anuales. Esta fue la primera, allá hace ocho meses. Fue la última vez que lo ví…
Siete meses pasaron y no hemos hablado del gran Flash de Master System ni del Master of Darkness, el gran clon del Castlevania. ¿Cómo puede ser eso? Aquella vez también vimos la lista de post pendientes, de ideas para posts, de juegos para mirar, de juegos locos, juegos japoneses; una infinita cantidad de links, mails, .txt y manuales viejos escaneados en pdf.
Tanto para hacer, jugar. Tantísimo. Y él, ahora muerto. Condiciones inhumanas del cotidiano inmundo, creo que lo dije, ¿no? Nos separan de todo el placer. Esas listas infinitas de juegos. ¿una partida de Flash en Master System cuanto puede durar? Si se lo juega por vez primera, en menos de 4 hs se puede ganar todo el juego, menos si se es muy ducho en ese género. Cuatros horas que nadie tiene, que Eugenio perdió ahora para siempre, muerto al fin, ¿habrá muerto como quiso, con los ojos fritos tras un monitor y un joystick grasoso en las manos?¿surcara cielos digitales en busca de anillos brillantes o saltara sobre grietas y frías paredes de mármol agarrando rojos corazones?
Eugenio no está y esas cuatro horas tampoco. Cuatro miserables horas de un joystick antiguo, arcaico. Dos botones y las cuatro flechas de movimiento. Hete ahí la perfección, la fórmula perfecta. Serían, en total, seis botones para jugar, seis símbolos para alterar esa realidad en las pantallas. Ahí cambió todo: vimos que las pantallas no solo mostraban una realidad distinta, sino que también podíamos manipularla con un joystick. Un alfabeto de seis letras manejando todo un universo.
Imaginen la parálisis de las emociones que producían los estímulos ludo-digitales en ciertos individuos como Eugenio, a quién hoy estamos recordando.
Una de las primeras veces que lo vi fue de pura casualidad. Me hallaba yo en un extraño noviazgo, el cual me había llevado hasta el barrio de Villa Lugano: a mi, que en aquel entonces vivía a unos 80 kilómetros de la Capital.
Yo andaba en una etapa muy jodida de mi vida en la que todo se reducía a una cosa, y era la siguiente: comprobar científica y ludopharmacamente que la Sega Master System era mejor que la NES. Este era un hecho más que fácil para un ser como yo pero esta vez quería tener datos concretos. Y para lograr esto había decidido lo veo siguiente: jugar a absolutamente todos los títulos de la Master System y de la NES.
No era, claramente, imposible. Ni mucho menos absurdo, como dijeron algunos. Absurdo es el trabajo de los periodistas deportivos, seres tan nefastos como pocos. Ellos existen solo para darse trabajo entre si mismos, y darle laburo al resto del rubro televisivo-informativo: solo por eso tienen valor. Es decir, por si mismo no valen y bien podrían morir.
Pero Eugenio no. Él debía vivir más, porque esa era la idea. Él me iba a ayudar a comprobar mi hipótesis. Aunque ni siquiera creía lo mismo que yo. No le interesaba, de hecho. Para él, yo me hacía muchas preguntas y terminaba sin jugar a nada.
Lo que pasa, le decía yo, es que ahora tenemos la redacción. Acá somos nosotros. La negra bandera de la piratería, y la otra que dice: escribimos lo que se nos canta, se agita contra el viento.
Si, si, me decía él, pero dónde están los jueguitos, y las descargas, necesitamos visitas, boludo. Y seguir comprobando tu hipótesis: para eso hay que jugar, no queda otra.
Pero cuatro horas. Son cuatro horas, o menos, las que necesito para ganar el Flash. Un juego más bien moderno, del 93’: para la Mastery System un título de ese nivel gráfico y sonoro es increíble. Está a la altura de juegos de 16 bits. La Master System es hermosa.
Eugenio me dijo que eran cuatro horas. No recuerdo si se refería bien al tiempo de juego. Lo que le costó ganarlo, jugándolo desde la primera vez. Es como en la vida misma: para superar ciertas situaciones primero tenes que vivirlas, aguantarlas. En el Flash igual, perdés las primeras veces, como en todo juego, pero perdés y vivís. Morís y naces. Todo el tiempo. Es algo hipnótico.
Siempre es así. Las pantallas nos hipnotizan. No podemos dejar de mirarlas. Tienen vida, y las manipulamos: se mueve un brazo, un tipo en traje rojo corre a la velocidad de la luz, da vueltas en el aire, las trompadas surcan el cielo, unas patadas voladoras atraviesan mandíbulas; la tensión muscular crece, taquicardia y adrenalina; los vasos estallan en tu cara y el vidrio se clava, rasga la carne, corta los huesos, se parten los labios.
Flash!
Un rayo cruza el aire. Eugenio muere en una noche. Fue hace tan poco y ya ni siquiera se qué día fue. Si llovió o no; hace siglos que llueve y milenios que no lo veo. Todo se torna oscuro y turbio.
La vida ahí afuera es así, la gente es una porquería siempre -decía Eugenio. Yo siempre pensé que lo iban a terminar amasijando en una calle, o eventualmente iba a morir de una manera estúpida, pero no. Se murió y ya.
Al menos eso sucede con gente como Eugenio: minusválidos sociales que desaparecen sin ton ni son. Nunca se sabe bien dónde están. Si vivos o muertos…
He mentido parcialmente. O al menos no he sido tan sincero. Eugenio seguro está muerto, pero no lo se. Es lo más certero en estos tiempos… aunque tal vez por eso no quise mencionarlo en el título: yo lo hago, ustedes lo saben, siempre quiero atrapar desde el principio, usando incluso esos recursos tan innobles, propios de diarios y pasquines como Olé o Página/12.
De todas formas, ¿qué sería estar muerto para un tipo como Eugenio?¿o para nosotros, los ludopharmacos, retrasados sociales, ermitaños alcohólicos? Nada, morir no existe. Apareceremos nuevo, más tarde o más temprano, cuando le ganemos la batalla al lag.
Todo termina reducido a eso: una pelea constante contra las intermitencias que nos quitan la vida. Los continues, las moneditas, los créditos. Debemos, como Eugenio, estar firmes contra los malosos que día a día vienen a querer robarse a nuestras chicas, quitarnos las casas, amasijar a los amigos y queridos, o simplemente hacernos morder el polvo.
No se lo vamos a permitir jamás, a nadie. Bien nos enseñaron nuestros héroes digitales, que ya sea corriendo muy rápido como Flash o Sonic, combatiendo ferozmente como el enano del Golden Axe o el Marine del Doom o de cualquier otra forma posible, la victoria está en nuestras manos. Los dedos pueden surcar los abismos insondables que rigen entre botón y cables, para expulsar a todos los demonios que quieren atraparnos en esas horribles redes de pánico y dolor.
Jamás. Ya sea a través de cuatro miserables horas o cinco ínfimos minutos de una partida de BattleCity, nosotros estamos preparados. Eugenio puede ser una baja, pero detrás de él hay una horda insaciable que jamás se rendirá.
La bandera de la piratería ondeara siempre y los joysticks empuñados serán el arma de liberación. Saltaremos a través de olas imposibles de calcular, volaremos todas las cárceles, expropiaremos los países, instauraremos utopías y dictaduras, la ciencia ficción poblara todas las calles… todo aquello será posible, los sueños crecen a través de árboles que no necesitan agua y de agua que se ve en dos o tres colores pixelados.
Todo aquello será posible porque ya lo es. Ya existe, porque las pantallas nos hipnotizan, los joysticks manipulan la realidad, y Eugenio estará perdido, muerto quizás, pero con las dos manos apretando seis grasosos botones.
Hasta luego,
Esteban.
PD: ¿Se creían que no iban a tener una descarga? Les dejamos un pack con ROMs de nuestra hermosa Master System.