San Otón de Bamberg, obispo. 2 de julio, 30 de junio y 1 de octubre.
Nació en 1062, en una familia de la baja nobleza de Mistelbach, Franconia. Sus padres se esforzaron para que estudiara, lo cual agradaba mucho al niño Otón, el cual pronto destacó entre sus condiscípulos. A los 17 años sus padres murieron, y sy hermano mayor no pretendía seguir apoyándole en sus estudios, por lo cual Otón se fue a Polonia, donde carecían de maestros, y con una pequeña herencia recibida, abrió una modesta escuela, con la cual ganaba suficiente para vivir y pagarse estudios superiores.
Su tesón y luces le hicieron conocido entre la nobleza polaca, a la cual traducía documentos, servía de notario y, una vez terminado el Derecho, les sirvió de abogado. Esta misma nobleza le introdujo en la corte de Boleslao I, quien quedó prendado de él y quiso fuera ordenado presbítero para que fuera su consejero y capellán. Tanto confiaba en él, que en 1088 le nombró jefe de la misión diplomática que fue a Alemania a pedir la mano de la princesa Judit a su hermano Enrique IV.
La misión salió bien y mal para Boleslao, pues se logró el compromiso, mas el emperador Enrique se quedó para sí a Otón al verle tan preparado y piadoso. Así, sabiendo que era alemán le mandó quedase con él para servirle de consejero en su propio reino. Enrique, además de tenerlo como confesor y consejero, en 1090 le nombró Canciller. Durante sus años enfrente de los asuntos del palacio, este se renovó completamente: se sanearon cuentas, se eliminaron normas injustas, se promovió la vida piadosa y la caridad, y se alejó del trono a parientes peligrosos, aduladores y perezosos que nada aportaban al rey y su familia. Además, en 1092 restauró esplendorosamente la catedral de Spiers.
Varias veces le propuso Enrique IV a Otón nombrarlo obispo en pago a tan grandes servicios, pero Otón siempre rehusaba aquella dignidad, motivado por su conciencia que le decía que aquel poder de poder y deponer obispos, el emperador lo había usurpado a la Iglesia. Él admiraba a Enrique IV, pero no podía dejar de recriminarle su actitud desafiante con el asunto de las “Investiduras”. A grandes rasgos, este fue un problema que se arrastraba desde el siglo IX y que duraría casi 100 años, se trató acerca de la prohibición por parte de la Iglesia, de que los monarcas invistieran obispos por su cuenta, como si de un cargo civil se tratara. El emperador y los príncipes elegían obispos solo por conveniencia política, para premiar a sus parientes o simplemente vendían el obispado a quien lo comprara mejor.
Un ejemplo de todo esto lo vemos en la historia de San Federico de Lieja (27 de mayo), quien era Deán de la catedral de Lieja cuando murió el obispo, en 1119. Antes que pudieran elegir un nuevo obispo, Alejandro, uno de los canónigos de la catedral y su tesorero, apoyado por Godofredo, conde de Lovaina, compró al emperador Enrique V su nombramiento como obispo de la sede vacante. Enrique V le entregó el anillo y el báculo y le envió a Lieja. Pero Federico reunió al Capítulo catedralicio y a todo el clero de la ciudad para hacer frente al obispo simoníaco e impedirle tomar la sede. A tal punto llegó la cosa que hubo hasta una batalla. También el caso del Beato Odo de Cambrai (19 de junio), a quien no le dejaron tomar posesión de su sede por haber sido elegido obispo por el papa Pascual II. También padeció por ello San Anselmo de Canterbury (21 de abril) allá en Inglaterra, pues el problema no solo era con el Sacro Imperio Germánico. Los prelados estaban divididos entre lo que mandaba la Iglesia y la obediencia al emperador. Así, por ejemplo, en el siglo X veremos a San Lantpert de Freising (18 de septiembre) del lado de Otón II frente al papa.

Esta complacencia del papa consoló a Otón, quien partió para Agnani, donde el papa estaba, acompañado de muchos fieles de Bamberg. Allí entregó al papa del papa el anillo pastoral y el báculo, que había recibido del emperador, al tiempo que suplicaba al papa le librase de aquello. Mas el papa, admirado de su humildad, le respondió: “Cerca estamos de la fiesta del Espíritu Santo; encomendémosle este asunto”. y no le respondió nada más. Estuvo algún tiempo con el papa, venerando los santos lugares de Roma e Italia y luego volvió a su sede, aún con la esperanza de que el papa le librara del obispado después de Pentecostés. Mas no había llegado a Bamberg cuando el correo papal le alcanzaba y comunicaba que debía volver adonde el papa inmediatamente, para ser consagrado obispo personalmente por el mismo Pontífice. Y esto ocurrió el 17 de mayo del año 1106, el mismo día de Pentecostés y cuatro años después de su designación.
Cuando Otón volvió a Bamberg emprendió una gran labor reformadora y caritativa. Primero impuso disciplina y austeridad en los monasterios, purgando de ellos a los monjes díscolos y abades reticentes a la reforma. Luego, con la ayuda de monjes celosos, fundó más de 20 monasterios en su vasta diócesis, para cuidar del culto, la caridad, la evangelización. En 1109 fundó el monasterio benedictino de Prüfening, nombrando a San Erminold (6 de enero) primer abad.
Su acción misionera se vio equilibrada con una vida piadosa, de oración, penitencia y austeridad. No se permitía el más mínimo lujo personal, a pesar de tener varias y abundantes entradas de dinero. Sus ropas eran sencillas y del tipo que los pobres solían vestir: una túnica basta y de color "sucio”, por ser lana sin teñir, su cama era sencilla y su almohada un trozo de madera. Todos sus beneficios económicos los empleaba en los pobres y necesitados, incluso hasta el alimento. Cuéntase que en una ocasión le regalaron un gran pescado horneado que había costado dos monedas de plata. El santo dijo al mayordomo del palacio arzobispal: "Que no se diga que el obispo Otón se ha comido hoy él solo cosa tan cara”. Y tomando solo una pequeña porción del pescado, dijo al mayordomo: “Ofrécele este manjar a Jesucristo en la persona de algún pobre enfermo o paralítico. Por lo que a mí respecta, ya estoy bastante fuerte; me bastará con un trocito y con un pedazo de pan”.
Durante las epidemias o desastres se le veía asistiendo personalmente a los necesitados o ayudando a enterrar a muertos, pues no rehuía las tareas más espantosas. El duque Boleslao le regaló un abrigo de piel, al poco tiempo se lo dio a un enfermo. Y en repetidas ocasiones hizo distribuir dinero a los pobres, o grano para que cosecharan, o herramientas de trabajo, las cuales eran caras.
En 1124 Boleslao de Polonia conquistó el duucado de Pomerania (tierras comprendidas hoy entre Polonia y Alemania) y llamó a Otón para que le ayudase en la conversión de los habitantes de aquella región, quienes eran bárbaros y poco dados a la fe cristiana. Los pomeranos eran díscolos, pero amantes del lujo y del oro. Por ello Otón se presentó allí con una gran comitiva de clérigos y monjes, cargados con bellas imágenes, relicarios y cálices de oro, para mostrar a los de Pomerania que no pretendía nada de sus bienes materiales, pues él los poseía mejores (al menos en apariencia). Fue otón bien recibido por el duque, quien en lo secreto admiraba la fe católica, y quien con alegría aceptó la misión evangelizadora de Otón.
Igualmente le recibieron bien los señores de Piritz, quienes a pesar de que permitían el paganismo en su ciudad, y celebraban numerosas fiestas a los antiguos dioses, reconocían a la fe católica como muy superior, además de necesaria para integrarse en el gran Imperio que se gestaba en Europa. Sí, nunca hay que olvidar el cálculo político de los gobernantes. Otón les predicó magníficamente y a los tres días bautizó a los señores de la ciudad y a casi todos los habitantes de la ciudad.
Las ciudades de Vollín y Stettín también se convirtieron, aunque en principio mostraron reticencia. Mas la virtud de Otón, sus prédicas y expocisiones de la fe, les hicieron recapacitar y aceptar a Jesucristo y su Iglesia. En Stettín bastó que bautizara a dos jóvenes prominentes de la ciudad para que estos predicaran a los demás de la grandeza de la fe cristiana, y así muchos en la ciudad se convirtieron.

Luego de esta ardua misión, Otón regresó a Bamberg (aunque nominalmente también era obispo de Pomerania) donde vivió algunos años más como un sencillo monje en su palacio episcopal, preparándose para el encuentro con Cristo, que ocurrió 30 de junio de 1139. Fue sepultado en la iglesia de San Miguel de Bamberg, que él mismo habí reconstruido. Allí aún se venera su tumba, una joya del arte gótico. El papa Clemente III le canonizó en 1189, nombrándole además, santo patrono de las diócesis de Bamberg y de Berlín. Además es patrono contra la rabia y la fiebre.
Fuente:
-"El Santo de cada día". EDELVIVES. Huesca, 1946.
A 2 de julio además se celebra a:

Santa Monegundis
reclusa y abadesa.

San Juan F. Regis,
presbítero jesuita.

San Swithun de
Winchester, obispo.

Santos Proceso y
Martiniano, mártires
