La idea de romanticismo en el cine de Frank Borzage, desde sus primeros éxitos en los años 20, había quedado ligada para el gran público a circunstancias especiales que se asociaban, tanto como sus protagonistas, a la carga emotiva desplegada.
Fueron entonces sus películas mejor apreciadas que nunca, en unos años en que confluyeron factores muy diversos.
Quizá pudieron afectar a la popularidad de su obra algunos de ellos como pudo ser el clima que se respiraba en muchos países que dejaron atrás la posguerra - de un conflicto más grande que ningún otro conocido -, tratando de respirar de nuevo aceptando la normalidad de las nuevas desigualdades y el empobrecimiento (que no hizo sino redoblarse en los años de la Depresión). De ese extracto social salieron la mayor parte de sus personajes.
También, por otro lado, estaban las corrientes surrealistas, que habían privilegiado los automatismos mentales como verdaderos
centros de la razón, despreciando la moral (sinrazón para quienes no comprendían que podía
amarse de esa forma, incluso a quien no existía ya) y tuvieron en estima su cine, menos onírico y místico de lo que proclamaron de todas formas, antagonista de todo escepticismo sentimental, simplemente.
Y más que ningún otro elemento, quizá fuese la sacudida experimentada por el mismo cine, propiciada por algunos Griffith, Vidor y el colofón que supuso "Sunrise" de F.W. Murnau, que habían colocado a las historias de amor contemporáneas a la altura de las heredadas y recreadas de los siglos pasados.
En cualquier caso, poco pudieron hacer las películas, muy variadas y nada retro, situadas por Borzage en aquellos Estados Unidos de los años 30 para aunar el interés (no sólo del público: un peso histórico y un eco fuera del ámbito cinematográfico) que despertaron una "7th heaven", una "Street angel" o sus "sucesoras" ("A farewell to arms" básicamente), elevadas a la categoría de clásicos inmortales de un cine que había sublimado unas formas expresivas en franco abandono con la llegada de una nueva era.
Mirando en perspectiva, desde el cine de Borzage posterior, particularmente el de la segunda mitad de los años 40 y sus muy dispersas obras de los 50, la época en que más imprevisible se hizo (a veces extemporáneo y a continuación realista, de aspecto pobre encarando la serie C y sin previo aviso, casi opulento...), se pueden conocer mejor sus intereses, qué le movía, qué quiso dar a ver.
El amor, la búsqueda de alguien con quien vivir y ser plenos el tiempo que nos quede, que habían sido grandes bazas y banderas de aquellas emblemáticas películas, quedan entonces, como ocurre en la obra de posteriores (y mucho mejor comprendidos, o eso creemos, como Jean-Luc Godard), cineastas "críticos" con sus valores y recursos, ampliamente rebatidas, discutidas, mostradas a la intemperie de las contradicciones.
Pero no hace falta recurrir a ellas.
"The shining hour", filmada en los albores de la otra gran contienda bélica del siglo, rodeada de dramas (de nuevo) amenazados por un vendaval que lo iba a arrasar todo y que devolvían pasajeramente a su cine a un primer plano, puede parecer una comedia melodramática tan lustrosa como amable e inocua, sobre problemas que poca gente tenía además.
Interesante ya sólo sería por sus escenarios prósperos, que tan poco frecuentó (y por parecida razón, es valiosa y resulta a la postre extraordinaria, su película de aventuras "The Spanish Main" de 1945), pero es que "The shining hour", de misterioso título con resonancias - muy poco casuales - en una vieja canción infantil referida a la pereza y la malicia, plantea además una muy dura reflexión sobre una serie de aparentes convencimientos y principios en que se asentaba y a los que parecía aferrarse Frank Borzage.
Y aún más llamativa porque muestra y trata de comprender cómo funcionaba el mundo en la práctica ausencia de los mismos.
Lo que tuvo Borzage de empedernido romántico desde luego poco
tuvo que ver con un idealismo inmaduro perpetuado luego en inmovilismo y sí con una fuerza tal que remontaba pruebas,
zancadillas y desengaños de todo tipo, una fe si quiere llamarse así,
pero que es lo más opuesto a una creencia.
Esa actitud, que devino
"adecuada" cuando surgió a la desesperada, en el filo de la batalla
y la muerte, en la ceguera, en la pobreza más miserable, igualmente
aparece como primordial en los tranquilos dominios de estos
conservadores Linden, a los que traerá muchos problemas una cuestión clave y central: la verdad.
De la experiencia y la observación de cuantas relaciones humanas acoge en su cine, prefiere Borzage la horrible verdad como acababa de bautizarla McCarey; sin duda la integridad y el reconocimiento de lo que interiormente se siente, antes que otros elementos como puedan ser la entrega y el sacrificio, que bajo su mirada son sucedáneos del equilibrio.
"The shining hour" se estructura para "estudiar" esa tesitura en tres estadíos de la convivencia como el del incipientemente consolidado amor a primera vista (Henry y Maggie), la relación estable de varios años (Judy y David) y la cerrazón total a los demás (Hannah) y plantea con la mera pulsación de esa desnuda tecla, amargas cuestiones sobre la pareja, la familia, la pasión y la soledad.
El envoltorio elegante, la prestancia de sus actores y actrices, el aparato de la Metro funcionando a pleno rendimiento, apenas atemperan un drama con muchas preguntas y muy pocas respuestas, sin un sólo ventajismo desplegado sobre un terreno donde a Borzage se le había considerado "especialista", tan agudo (pero más sobrio) como los grandes Sirk que llegarían quince años después.
Sólo un personaje de "The shining hour", y no el principal, es capaz de atreverse hasta las últimas consecuencias con esa apuesta por destapar la mentira y es el que sale peor parado.
Mirando de ese modo (y toda ella queda reducida en el último plano a sólo dos ojos que brillan entre vendajes), Judy (Margaret Sullavan) sufre, debe arriesgarlo todo y es la que tiene más que perder si no actúa.
Desde el punto de vista de los caracteres que dudan, quizá porque ofrecen poco y reciben demasiado a cambio, Maggie y David, (Joan Crawford y Robert Young), ni el futuro garantizado de entrada ni las posteriores catarsis liberadoras que dispongan las piezas aún más propiciamente a su favor (incluyendo probablemente la resolución del film), sirven de mucho.
Sólo lo fugaz, lo ilusorio, quizá el optimismo inconsciente, les sacia.
Borzage no los oscurece ni los hace de menos por haber "modernizado" o directamente negado, reducido a cenizas su credo.
Brillan y acaparan todo la luz.
¿Fue el run for cover particular de Borzage el más incómodo, porque no derivaba del tributo o la creación de un mundo a su medida?