Hace tiempo vengo diciendo dos cosas que, creo, vale la pena repetir: que respeto muchísimo a Susana Villarán (voté por ella con plena convicción y aún defiendo ese voto, e incluso antes de decidir votar por ella la he defendido en honor a la verdad) y que, sin embargo, a veces me siento decepcionado por su capacidad de maniobra política. El video que precede estas líneas señala en muy buena cuenta el problema y mi posición esta vez se encuentra más cercana a la de Rosa María Palacios.
Creo que el asunto es claro y he tratado de plantearlo en más de un foro, incluso aquí mismo. El problema tiene que ver con cómo hace la Municipalidad para comunicar las obras que sí está haciendo y para trasmitirle al ciudadano común que esta es una gestión municipal diferente, pero que no por ello holgazana. Queda claro que eso no ha sido posible y que Villarán está cada vez más cerca del 10% de aprobación que de remontar su acelerada caída. No me voy a poner a hablar aquí de los perros de presa miserables que diarios como Correo o Perú 21 representan. Es un tema central, sin duda, pero prefiero hablar de los problemas de la gestión y no tanto de los enemigos que, en política, usualmente sobran.
Fíjense, esto es casi una paradoja, pero el problema de Villarán es una de excesiva decencia. Sí, tal como usted lo lee: ser en extremo cuidadosa por la ética le está costando a nuestra alcaldesa confrontarse con la posibilidad algo remota pero existente de ser vacada. ¿Cómo hemos llegado a esto? Sucede que por un exceso de honradez, como señala Palacios en el video, Villarán ha preferido desconectar su trabajo en la gestión de la ciudad de su nombre. La conclusión no podría ser más demoledora: ha sido un error. La gente ha estado acostumbrada a un tipo de trabajo muy diferente por más de 20 años: los alcaldes, más bien, se han esmerado por estampar su nombre hasta en las cosas que no habían terminado y ese bombardeo de nombres y apellidos fue fundamental en una dinámica de hacer conocida la obra pública. Villarán ha decidido hacer algo diferente, tomó el camino de la publicidad austera, de que su nombre no sea signo de la obra porque, claro, la obra no es suya sino de todos.
¿El problema? Que un exceso de este método la ha llevado a que la gente no tenga idea de lo que hace, ¡ni idea! Y, vamos, no pretenderá la Alcaldesa que el ciudadano entre a su página web o que se ponga a hacer indagaciones: seamos realistas, eso no lo hace casi nadie y no veo que ello sea malo. La obligación de la gestión municipal es comunicar bien lo que hace. Es un gesto de habilidad política, además, porque si no se hace eso bien las consecuencias saltan rápido, más aún si se tiene a canallas como Mariátegui y DuBois esperando a oler gotas de sangre como tiburones a la caza.
Como siempre me recuerda Daniel, en alusión a Weber, la política supone algo así como hacer un pacto con el demonio, sin hacerlo no se puede sobrevivir en ella. Esto, obviamente, es una figura, no se está invitando al delito ni a la bajeza; no obstante, sí a la maña y tratar de no ser más papistas que el Papa. Sin duda hay que defender una gestión basada en honestidad y en principios éticos, pero hay cosas que no se pueden dejar de hacer. Tratar de hacer una gestión como la que Villarán tiene en mente me parece realmente rescatable, pero es fundamental enseñarle al ciudadano a pensar su ciudad de un modo diferente y ello requiere tiempo, necesita de una transición progresiva de una metrópoli de cemento a una de personas. El problema es que es muy poco probable, a este paso, que Villarán sea reelegida a pesar de estar haciendo una gestión importante. Es una verdadera pena, pero que obedece a errores propios, a una mirada ejemplar de lo que Lima podría y debería ser…pero a una mirada desconectada de nuestra aún precaria realidad.