Revista Cultura y Ocio
Conocí a Suso Mariátegui en Las Palmas de Gran Canaria, su ciudad natal, a principios de los años noventa, al amparo del Concurso Internacional de Canto Alfredo Kraus, de cuyo jurado formaba parte. Le había escuchado alguna vez -era un tenor lírico ligero-, pero siempre en papeles secundarios. Cantaba con estilo, con elegancia. Cuando me vio pensó que era un tenor que me presentaba al concurso (físicamente, doy el perfil). Al presentarnos, se deshizo el malentendido y arrancó una relación de simpatía (supongo que mutua) que derivó en varios encuentros, marcados siempre por el buen humor y la cordialidad. Cené con él y su pareja, el pianista Edelmiro Arnaltes, dos o tres veces, alguna de ellas en su casa de la calle Segovia, casi a los pies del Viaducto; en una de ellas estaba Isabel Maier, la mujer de Ruggero Raimondi. Tengo recuerdos nebulosas de aquellas veladas, pero sí quedó nítida en mí la amabilidad y la cortesía de los anfitriones. Suso era un hombre divertido, ingenioso, afilado en sus comentarios, a veces desvergonzados. Creo recordar que era él quien se refería a «Carmina Burana», una de las obras que más a menudo interpretaba, como los «Carmina Putana». Era también un hombre culto, exquisito, profundamente enamorado de la música y del canto. Hablaba con admiración, respeto y cariño de sus maestros y de muchos de sus colegas, especialmente de Alfredo Kraus. A otros los trituraba con ingenio. Lo pasé bien en aquellas cenas. La vida y mi alejamiento de la información sobre música clásica, que entonces era mi principal ocupación, quebró aquella relación. Hacía muchos años que no sabía nada ni de Suso ni de Edelmiro, y ver el viernes, en El país, la noticia de la muerte del tenor, me impresionó profundamente. Geraldine Larrosa -Innocence- me contaba desde el propio tanatorio, y entre lágrimas -fue su alumna, al igual que Gerónimo Rauch, intérprete de Jesucristo Superstar y Chicago- la despedida que se le había rendido antes de su incineración. «Hemos cantado el New York, New York, ha sido muy emotivo y muy triste». Un infarto se le ha llevado repentinamente. Y lo siento. Siento no haberle tratado más. Descanse en paz.