Todavía recuerdo, con infinita ternura y con infinita gratitud, aquellas pandillas de chicos, chicas y perros que, en número variable (Los cinco, Los siete secretos) alegraron mi infancia desde las páginas de Enid Blyton. Cuántas tardes llenaron de luz, enigmas, sonrisas y literatura. Ahora, gracias al extremeño Juan Ramón Santos, recupero ese agradable cosquilleo (que no me abochorna pregonar, pese a mis 58 años) en los volúmenes del Club de las Cuatro Emes, donde se relatan las aventuras de Manuel, Matilde y las dos Marías, que estudian en el colegio Torre Vigía (buen nombre para cobijar a estos aprendices de detective).
En esta ocasión, todo girará alrededor de la jubilación de don Agustín, un amable profesor de matemáticas que abandona la docencia tras más de cuarenta años al pie del cañón y que es sustituido por un joven de cabello largo, que viste de forma desenfadada, se desplaza en bicicleta (aunque viene al colegio con un flamante coche deportivo) y habla continuamente del respeto a la naturaleza. Al principio, las reticencias frente al profesor que viene a “llenar el hueco” de su idolatrado don Agustín les hacen acogerlo con cierta reserva. Es simpático, sí. Parece un buen maestro, también… Pero cuando descubren que se oculta por los rincones para hablar por su teléfono móvil, que acude con sigilo a una inquietante tienda que ostenta el rótulo de “Los amigos de Marijuana” y que, en connivencia con el bedel del colegio, han levantado una valla para acotar una escondida zona del huerto, sus sospechas adquieren un volumen difícilmente soportable: Jonás parece que está utilizando las dependencias del colegio para habilitar una plantación clandestina de marihuana.
A partir de ahí, ya pueden imaginarse el derrotero de la narración: espionajes, fotografías, deducciones, charlas del grupo y, al fin, la sorprendente solución del enredo, que les dejaré que disfruten sin mí.
Da igual que escriba para un público infantil o para adultos: Juan Ramón Santos siempre resulta convincente y seductor. Qué gusto llevar leyéndolo tantos años. Anímense.