Revista América Latina

Sustitución de importaciones

Publicado el 20 diciembre 2019 por Jmartoranoster
Sustitución de importaciones Pasqualina Curcio Curcio Escrito por Pasqualina Curcio Curcio

Quien no haya escuchado este cuento no vive ni ha vivido en Venezuela. Es un clásico. Entrampado en la leyenda urbana de la “economía de puertos venezolana” no ha habido gobernante es este país que no lo haya contado.
Disminuir la dependencia económica, y en este caso comercial, es un requisito para garantizar nuestra soberanía, no hay duda de ello. Sin embargo, el cuento de la “sustitución de importaciones por producción nacional” tiene matices y dudosas intenciones. Depende del cristal con que se mire, pero sobre todo cómo se mide.
De acuerdo con datos del Banco Central de Venezuela y del Instituto Nacional de Estadística, desde 1977 las importaciones medidas en kilogramos per cápita han disminuido 55%: pasaron de 977 a 433 kilos/por persona. No obstante, mientras en kilogramos per cápita las importaciones registraron una disminución de 55%, en términos monetarios aumentaron 103% durante el mismo período.
Dicho de otra manera, los costos unitarios de importación aumentaron 348% entre 1976 y 2014: pasaron de 0,8 a 3,5 miles de dólares por tonelada métrica. Fenómeno que se observa sobre todo en la década de los 90´y muy especialmente a partir del año 2003.
La sobrefacturación ha sido uno de los mecanismos empleado por la burguesía transnacionalizada para perforar el control de cambios y apropiarse de las divisas provenientes de la exportación de petróleo, que por cierto, por Constitución, pertenecen a todos los venezolanos.
En 2003, Chávez instauró un control en la administración de las divisas. Lo hizo porque el 98% de esos recursos que provienen de la venta de petróleo es de todos los venezolanos. Dijo que a partir de ese momento controlaría para qué y por quién serían usados. Debían ser asignados para la importación de bienes necesarios para el consumo o para la producción nacional.
Pues resulta que la burguesía tramposa transnacionalizada, en complicidad y connivencia con funcionarios internos, para captar y apropiarse de más divisas, optó por inflar los precios en las facturas. Por ejemplo, aquellos bienes que en los mercados internacionales costaban 1 dólar decían que les costaba 4,48 dólares y así aparecía facturado.
Al ajustar los costos unitarios de importación con los precios de referencia internacional logramos aislar el efecto sobrefacturación, lo cual nos permitió calcular el verdadero nivel de importaciones en dólares. La sobrefacturación entre 1976 y 2014 suma por lo menos US$ 348.724 millones. Dinero que reposa en islas paradisíacas. No es poca cosa.
En Venezuela, con máximo 15.000 millones de dólares (siendo en extremo generosos con los cálculos) se pueden realizar y cubrir todas las importaciones anuales nacionales, tanto de insumos para la producción como de bienes finales. El promedio de importación anual (eliminando el efecto sobre facturación) ha sido en promedio US$ 13.933 millones entre 1999 y 2014.
Es el caso que mientras las verdaderas importaciones disminuían 76,3%, es decir, pasaron del 38% al 9% con respecto al PIB entre 1976 y 2014, la producción nacional, según datos del BCV, creció 160% durante el mismo período, algo así como 3% en promedio anual.
Nos preguntamos entonces: ¿no ha sido acaso sustituida la caída del 76% de las importaciones por el 160% de aumento de la producción nacional?
El cuento debería narrarse de manera diferente, con otro viso.
Precisar cuáles importaciones exactamente son las que nos hacen dependientes económicamente es la pregunta central y estratégica que debe ser respondida.
Según el INE, de todos los bienes que importamos casi una tercera parte, el 29%, para ser exactos, corresponde a maquinarias y sus partes; el 12% a vehículos y repuestos; mientras que el 14% de las importaciones son productos químicos, principalmente farmacéuticos; el 7% metales comunes manufacturados; el 5% son productos de plástico y caucho, que incluyen los materiales médico quirúrgicos; y el 5% son productos de la industria alimentaria.
Sustitución de importaciones
De todo lo que importamos, el 24% proviene de EEUU, el 15% de China, 11% de Brasil, 6% Colombia, 5% Argentina, 5% México, 3% Alemania, 2% España, 2% Panamá, 2% Canadá, 1% de la Federación Rusa. Son datos del INE correspondientes al 2014 (no han publicado información desde ese año).
La dependencia de la economía venezolana es principalmente a la importación de tecnología, maquinarias, transporte y productos farmacéuticos provenientes de EEUU. Es hacia esos rubros que deben orientarse las políticas de “sustitución de importaciones” para garantizarnos mayor independencia económica, política y por ende plena soberanía. Son esos sectores de la economía en los que debemos concentrar esfuerzos para independizarnos cada vez más.
Las universidades, los centros de investigación científica y tecnológica, los innovadores en general, incluyendo los del pueblo, tienen un rol fundamental.
Los 348.724 millones de dólares que han abultado las facturas de importación de la burguesía transnacionalizada durante los últimos 50 años hubiesen podido ser usados para fortalecer nuestras universidades y centros de investigación públicos, para desarrollar de manera soberana nuestra tecnología, maquinarias, repuestos, vehículos, medicamentos. Con seguridad nos hubiesen sobrado divisas para ahorrar y no tener que endeudarnos.
Insistimos que flexibilizar el control cambiario solo traerá como consecuencia la fuga de divisas, nos referimos a las provenientes de la exportación de petróleo que es de todos los venezolanos, aquellas que requerimos para fortalecer la producción nacional incluyendo el desarrollo científico y tecnológico, y las que necesitamos para recuperar nuestras reservas internacionales y de esa manera disminuir el riesgo de que sigan atacando nuestro bolívar.
En lugar de eliminar los controles de la administración de las divisas, lo que debería hacerse es mejorarlos, blindarlos para evitar que sean perforados como históricamente lo ha hecho la burguesía.
Aprendamos de los errores. Nunca es tarde. No vaya a ser que dentro de 50 años nuestros hijos, nietos y bisnietos sigan escuchando el mismo cuento de la famosa “sustitución de importaciones”.


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