Sweet Dreams (2023) es un soberbio, estilizado y cruel retrato del colonialismo. Una familia neerlandesa regenta una granja en Indonesia con aparente comodidad y privilegio hasta que fallece el patriarca, Jan (Hans Dagelet). Una muerte inesperada que pone en peligro la situación de su mujer, Agathe (Renée Soutendijk) y de su hijo, Cornelis (Florian Myjer), un niño mimado que llega de Europa junto a su esposa embarazada, Josefien (Lisa Zweerman), para resolver la herencia. El objetivo de la directora Ena Sendijaveric no solo se interesa por los personajes europeos, sino que nos muestra también a los habitantes del lugar, Siti (Hayas Azis), su hijo Karel (Rio Kaj Den Haas) y Reza (Muhammad Khan), un trabajador que solo desea huir de allí, para volver a la selva. Cada personaje vive un conflicto diferente: el deseo inmovilista de la matriarca de no cambiar su vida, a pesar de todo; el hijo que se siente ninguneado por su madre; la mujer que arde en deseo pero no encuentra el amor de un hombre que la satisfaga; la madre explotada que busca lo mejor para su hijo. La película de Sendijaveric nos muestra una casa asfixiante de estilo europeo incrustada en mitad de una selva exuberante; nos enseña vestidos cerrados y llenos de encajes que se convierten en hornos para la que los lleva; también rostros sudorosos y brillantes, pieles enrojecidas por las picaduras de mosquito, para indicar que los europeos poco tienen que hacer allí. La espléndida fotografía de Emo Weemhoff nos hace pensar en un cruce insospechado entre el Ingmar Bergman de Gritos y susurros (1972) -fotografiada por Sven Nykvist- y el retrato mágico y misterioso de la selva que hace Apichatpong Weerasethakul en sus películas -fotografiadas por Sayombhu Mukdeeprom-. Sin renunciar a la denuncia clara del colonialismo, Sendijaveric es capaz de imprimir humor en las situaciones que plantea y de fabricar, también, imágenes de gran belleza: como esa luna lejana que se cuela entre unos dedos imposibles.
Revista Comunicación
Sweet Dreams (2023) es un soberbio, estilizado y cruel retrato del colonialismo. Una familia neerlandesa regenta una granja en Indonesia con aparente comodidad y privilegio hasta que fallece el patriarca, Jan (Hans Dagelet). Una muerte inesperada que pone en peligro la situación de su mujer, Agathe (Renée Soutendijk) y de su hijo, Cornelis (Florian Myjer), un niño mimado que llega de Europa junto a su esposa embarazada, Josefien (Lisa Zweerman), para resolver la herencia. El objetivo de la directora Ena Sendijaveric no solo se interesa por los personajes europeos, sino que nos muestra también a los habitantes del lugar, Siti (Hayas Azis), su hijo Karel (Rio Kaj Den Haas) y Reza (Muhammad Khan), un trabajador que solo desea huir de allí, para volver a la selva. Cada personaje vive un conflicto diferente: el deseo inmovilista de la matriarca de no cambiar su vida, a pesar de todo; el hijo que se siente ninguneado por su madre; la mujer que arde en deseo pero no encuentra el amor de un hombre que la satisfaga; la madre explotada que busca lo mejor para su hijo. La película de Sendijaveric nos muestra una casa asfixiante de estilo europeo incrustada en mitad de una selva exuberante; nos enseña vestidos cerrados y llenos de encajes que se convierten en hornos para la que los lleva; también rostros sudorosos y brillantes, pieles enrojecidas por las picaduras de mosquito, para indicar que los europeos poco tienen que hacer allí. La espléndida fotografía de Emo Weemhoff nos hace pensar en un cruce insospechado entre el Ingmar Bergman de Gritos y susurros (1972) -fotografiada por Sven Nykvist- y el retrato mágico y misterioso de la selva que hace Apichatpong Weerasethakul en sus películas -fotografiadas por Sayombhu Mukdeeprom-. Sin renunciar a la denuncia clara del colonialismo, Sendijaveric es capaz de imprimir humor en las situaciones que plantea y de fabricar, también, imágenes de gran belleza: como esa luna lejana que se cuela entre unos dedos imposibles.