Título original: Rosewater
Idioma original: Inglés
Traducción: Raúl García Campos
Año: 2016
Editorial: Runas (2019)
Género: Novela (Ciencia ficción)
La carga bien repartida o naufragamos
Si una obra es buena uno no deja de ver payasos entrando en el seiscientos, se sorprende y se empieza a preguntar cuántos más cabrán antes de que el coche reviente. Rosalera me ha llevado a uno de esos eternos terrenos de conflicto en la literatura. ¿Qué nos gusta a los lectores?, una obra complaciente pero bien escrita, que no haga más que tirar de las cuerdas de lo actual para embadurnarse de superficialidad y quedar como una reproducción en plastiquete de lo tópico. O, por el contrario, preferimos los párrafos que son trinchera pero que parecen jardín, esos en los que puede esconderse un tema tratado de forma novedosa, en los que caben mundos originales más allá de la realidad trillada e insípida. Si hablara de mí, la respuesta sería clara. Quiero creer que para el lector curioso, el que busca algo más que entretenimiento; y más aún, para el que gusta de pasar su tiempo en mundos inventados de ciencia ficción, también es clara la preferencia. Puede que esta novela despiste porque parece una historia de acción en un universo futurista, pero es más, es bastante más.
En Rosalera tenemos esa mezcla capaz de volver locos a los buscadores de originalidad. Escrita con pulso ágil y llena también de hilos políticos, religiosos e, incluso, filosóficos de los que tirar sin que nos asalte la sensación de que estamos ante un torpe panfleto propagandístico, esta novela tiene mucha carga, pero no la vemos.
Cabe la reflexión sobre cómo nos relacionamos los humanos, sobre la pulsión de muerte que muchas veces ignoramos y que ha sido llamada de muchas formas, pero sistemáticamente ocultada. Cabe el afán de trascendencia y de inmortalidad y lo que estamos dispuestos a hacer para lograrla. Pero también hay colonialismo, crítica a la autarquía y a los estados demasiado ensimismados en su propia perpetuación. Zombis y contrahechos, tecnología discreta pero omnipresente y omnipotente. Mucho y bien llevado.
Con esta lectura he tenido la sensación constante de que se nos presentaba una misma batalla pero expuesta en varios planos que se entrecruzan: la lucha entre el paria y el poder, entre el privilegiado y el que está soportando con su dolor y su carne la base de una pirámide social injusta. Como digo, estos temas, variados y abundantes, que en principio podrían hacer derivar la novela hacia una pesadez reflexiva o hacia un tono espeso, están tratados con las pinceladas justas; entreverados y transitados por mucha acción y el impacto del mundo novedoso que nos propone el autor.
Todo puede ocurrir, pero esto me suena
En Rosalera se nos presenta una realidad que reconocemos como no muy lejana pero ya ajena, llena de cambios que nos parecen plausibles si miramos qué está pasando actualmente a nuestro alrededor. Un futuro que nos resulta familiar, que en muchos aspectos sentimos a punto de llegar. Thompson consigue que cerremos los ojos y nos imaginemos en la ciudad que nos propone sin ningún problema, con su mezcolanza de miseria y opulencia, con su tecnología avanzada que da un paso más hacia el control y la represión de lo que se interpreta como amenaza al estado actual de las cosas.
Eso es lo que más me molesta, pero no le digo nada. Acepto su número y le paso el mío a su implante telefónico por mera cortesía, pero no me comprometo.
Hay muchos elementos atractivos en esta novela. Como su inicio sutil, casi magistral, en el que se nos muestra la actitud despegada y algo cínica del protagonista, Kaaro. Esta ventana abierta a la psicología de la voz que nos va a contar toda la historia sirve al narrador para dejarnos claro desde el inicio su carácter, miedos y ambiciones; pero también, valiéndose de la desgana de la misma voz narrativa en primera persona, nos ofrece pinceladas de lo que es Rosalera, la ciudad que ha crecido, caótica y prácticamente salvaje, alrededor de un supuesto milagro.
Resulta que esta es una novela de contacto con una inteligencia extraterrestre. Las características del organismo que visita nuestro planeta son desconocidas en un principio y, a medida que se desvelan, aparecen en nuestro bagaje lector como algo nuevo. También lo son su forma de comunicarse y lo que parece querer de la humanidad. Esto, junto con la ambientación -la novela transcurre en Nigeria- hacen que esta lectura sea aire fresco que nos permite ir más allá de ubicaciones canónicas, imperialistas y repetidas hasta la saciedad en el género (de hecho algo ha pasado con los Estados Unidos en esta historia, ha desaparecido del mapa. Sabremos durante el libro por qué y cómo).
Otro atractivo de Rosalera es la xenosfera. Conocemos lo que es bien pronto. No voy a destripar nada, pero es mejor que el acceso a internet más rápido, de aquí a Lagos. Diría que este elemento es la clave de toda la obra, de ella deriva la peculiaridad de nuestro protagonista y por ella se explica gran parte de lo que acontece.
Me embarga el éxtasis de un hambre que no acierto a definir, pero que he sentido multitud de veces. Los poetas lo llaman "la pasión del buscador".
Cuando conocemos qué es la xenosfera un gran "ohhh" se escapa de nuestra boca para, después, sonreír y asentir satisfechos. Supongo que no a todos les acometerá esta sorpresa. A mí, que llevo ya algunas lecturas a mis espaldas, me ha resultado sumamente grato encontrar este nuevo terreno por explorar. Sentir que hay camino aún por descubrir en esto de la ciencia ficción (en cualquier ámbito, en realidad) y que nos estamos saliendo de lo habitual hace que se despierte la curiosidad. ¿No es esto la ciencia ficción?, ¿anticipar senderos apenas transitados?
La técnica y el disfrute no están reñidos
El ritmo en esta novela es ágil, favorecido por una buena traducción. Se acelera y entrecorta cuando la acción toma protagonismo y nunca llega a ser lento y cansino sin, por ello, resultar avasallador o desconcertante. Cuando el narrador necesita reflexionar lo hace, cuando necesita describir se toma su tiempo, pero su estilo nada recargado y la personalidad que ha elegido para el actor principal hacen que nos agarremos a las páginas para asistir al movimiento continuo en la ciudad de Rosalera.
Los capítulos son, en general, breves. En ellos se entrelazan de forma solvente tres líneas temporales que parecen converger en espiral hacia un mismo momento clave en el que Kaaro, el protagonista, descubre algunos aspectos importantes para la trama y para su propia vida.
El ritmo y una asombrosa capacidad de evocar a través de la exposición de escenarios novedosos son dos bazas de esta novela que, con una técnica más que aceptable y ocultando bien las costuras de la trama, nos ofrece una historia de las que no queremos que acaben. Y en esto parece que tendremos suerte, porque que el autor ha publicado continuación en inglés, esperemos verla pronto por los andurriales de nuestra lengua.
Lo sensible y lo sensitivo es muy importante en esta novela. Rosalera no solo se lee, podemos sentir repugnancia por el hedor de las calles sin alcantarillado o salivar con el aroma de las comidas especiadas; podemos tocar, saborear, oír el ruido blanco de la xenosfera. Casi sentimos como propio ese sexto sentido que lleva a Kaaro a una vida trepidante y peligrosa.
No llegamos a saber muy bien cuál es el pilar principal sobre el que se apoya el texto. Ni falta que nos hace. Quizás sea una obra sobre la esperanza, lo que por momentos da a la narración tintes bíblicos o, más bien, de creación de una cosmogonía. Quizás verse sobre la necesidad humana de sentirse arropado y de entregarse a un culto común que puede adoptar muchas formas. Tal vez se nos quiere mostrar con toda crudeza el miedo a lo diferente, nuestra tendencia recalcitrante a defender lo establecido y cómo esto se mezcla con la crueldad. La xenofobia que se muestra en Rosalera no solo nos es conocida sino que nos lleva a nuestro presente y a establecer paralelismos con muchos eventos históricos en los que lo diferente siempre ha sido el enemigo. Hay tanto en esta novela que cuesta extraer un solo aspecto.
En definitiva, Rosalera es una historia enjundiosa de líneas limpias. De apariencia poco elaborada, pero cuajada de recovecos llenos de misterio, sensación y reflexión. La multiplicidad temática sirve a Tade Thompson para sostener una urdimbre emocional que soporta la acción sin problemas.
Un estado de ánimo expectante impera a lo largo de este libro. Una obra, a mi modo de ver y sentir, redonda, como la propia ciudad que empezó llamándose La Rosquilla. Levantada sobre personajes sólidos y una concepción original de un tema típico en el género, creo que disfrutaréis de todo lo que ofrece esta gran novela que tiene ritmo, cuerpo y varias almas.