Seis meses de protestas contra el gobierno tailandés precedieron al golpe de estado / Flickr
Ha vuelto a ocurrir. El ya décimo octavo golpe de Estado en 82 años ha dejado a los tailandeses sin rumbo, una vez más. Tailandia se encuentra dividida entre simpatizantes y detractores de un gobierno presumiblemente corrupto y el modelo de monarquía constitucional parece no contentar a una parte del pueblo, que se siente más próxima al Ejército que a sus propios gobernantes. Así, dos días después de haber declarado el estado de excepción, el Ejército tomó el poder el pasado jueves.
Tras la deposición de la primera ministra Yingluck Shinawatra, el pasado 7 de mayo, el clima de inestabilidad se había hecho más fuerte que nunca, después de 6 meses de protestas ininterrumpidas contra el Gobierno. La ex primera ministra está acusada de abuso de poder, como ya lo estuvo su hermano, magnate de las telecomunicaciones y también ex primer ministro Thaksin, que fue derrocado por el golpe de estado de 2006 y abandonó el país en 2008 para librarse de la cárcel. Aún así, los Shinawatra cuentan con el apoyo de gran parte de la población, correspondiente a las zonas rurales del norte, y de los denominados “camisas rojas”, que prometieron usar la violencia si alguien decidía acabar con el gobierno.
Mientras tanto, las clases más altas de Tailandia se negaban a aceptar que el partido del gobierno, Pheu Thai, siguiera ganando las elecciones, ya que no ha dejado de hacerlo desde 2001. El pasado mes de febrero, las elecciones parlamentarias tuvieron que ser suspendidas por la virulencia de las protestas en varias circunscripciones, por lo que no había elecciones previstas hasta el próximo 3 de agosto (en cualquier caso, todo parece indicar que esas elecciones ya no se celebrarán, o al menos no en la fecha prevista). Las protestas vinieron motivadas por un proyecto del gobierno que contemplaba la amnistía, lo cual fue interpretado por el opositor Partido Demócrata y sus simpatizantes como un intento de que Thaksin Shinawatra regresara al país.
Finalmente, así, por la fuerza, los militares han puesto fin a meses de protestas, que ahora han quedado prohibidas bajo medidas tan dictatoriales con el toque de queda o la prohibición del derecho a reunión de más de 5 personas, además de la censura informativa. El nuevo líder es el jefe del Ejército tailandés, Prayuth Chan-Ocha, que ha anulado la Constitución pero ha jurado “proteger la monarquía” del rey Bhumibol Adulyadej, de 86 años, que se encuentra muy enfermo e incapaz de involucrarse en la gobernabilidad del país.
La cosa queda así: el partido de Shinawatra se autolegitima en representación de la población rural, la oposición lo hace por los protestantes y el Ejército por la continuidad de la monarquía y en sintonía con los opositores. Pero, al final, los tailandeses siguen sin una solución que les asegure la estabilidad. Salvando algunas distancias obvias, la situación recuerda preocupantemente a un Egipto que un día simpatizó con el Ejército y que hoy se encuentra estancado en un contexto militar cuyo líder, por cierto, acaba de salir vencedor en las elecciones…