Revista Viajes
Llegó el momento de abandonar la increíble ciudad de Tokio tras pasar seis magníficos días. Dejamos con pena el apartamento que tan bien nos había acogido en Shinjuku y tomamos un tren rápido hasta la estación de Tokio. Allí teníamos que tomar el tren bala Hikari 507 que nos llevaría raudo y veloz a Nagoya para tomar otro tren expreso hasta nuestro destino final, Takayama. Aunque a finales del invierno no suele haber problema al no moverse mucho turismo, preferimos reservar los asientos en el Shinkansen y de esa forma elegimos los asientos duo. Cuando se tiene una tarjeta Japan Rail Pass basta acudir a una de las oficinas de la JR en las estaciones de tren y su personal te reservara los asientos en el tren que les indiques gratuitamente. Hay que tener en cuenta que los billetes ordinarios se venden con dos tarifas: una con asiento reservado y otra si reserva, y que los trenes tienen coches reservados y otros sin reserva.
El Hikari 507 entrando en la estación de Tokio
Desde la ventana del Shinkansen la ciudad de Tokio se pierde en el horizonte
Llegando a la ciudad de Nagoya donde debíamos hacer el cambio de tren
Una vez abordo del primer vagón del tren de Takayama nos pusimos cómodos y disfrutamos del paisaje que este trayecto de poco más de dos horas nos ofreció hasta llegar a nuestro destino. Los trenes en Japón son extremadamente cómodos y limpios, y este expreso de Hida, aunque considerablemente más lento debido a la orografía y el trazado de la vía, no fue una excepción. Y es precisamente el paisaje lo que hace de este trayecto en tren una delicia. Partiendo de la costa del Pacífico y de la ciudad de Nagoya el tren se va adentrando a lo largo de profundos valles siguiendo el curso del río Hida, atravesando pequeños pueblos, lagos, embalses y pequeños rápidos, hasta llegar a adentrarse en estrechos desfiladeros con las cimas de las montañas blanqueadas por la nieve caída. Un espectáculo para la vista.
En algunas zonas del recorrido el tren atravesó puentes que salvaban el río Hida y sus numerosos embalses. La vegetación de las laderas despertaba del largo letargo invernal y muchas de sus arboledas comenzaban a florecer. Aunque parezca mentira a veces la tonalidad de las aguas de los lagos presentaba un color turquesa más propio de una isla tropical que de un lago en mitad de los Alpes Japoneses. Ya sólo por el trayecto en tren y los paisajes merece la pena una incursión de dos o tres días en Takayama. Aunque esta ciudad feudal que aglutina un montón de destilerías de sake está llena de atractivo.
Una vez llegados a Takayama dejamos las maletas en el hotel y nos fuimos a explorar la ciudad. Había que aprovechar la tarde y los rayos de sol que aún lucía con fuerza en el cielo, porque al caer la noche las temperaturas también caen en picado en esta zona montañosa de Japón. La parte antigua de Takayama es bastante compacta con lo que la visita se hace fácilmente, y además nuestro hotel estaba muy bien situado a sólo diez minutos andando de la parte antigua de la ciudad y a cinco de la estación de tren.
A medida que la luz nos iba abandonando, las molestas excursiones de turistas chinos también desaparecían de las calles como por arte de magia. Entonces la ciudad feudal recobraba un inquietante y sorprendente silencio, y una calma que hizo del paseo entre dos luces una grata experiencia. En la próxima entrada del blog me meteré a fondo con las cosas interesantes y que no hay que perderse de Takayama.
Con la noche ya caída sobre Takayama había llegado el momento de ir a cenar. Aunque durante el paseo que dimos por las calles de la ciudad habíamos comido alguna cosa en los puestos callejeros, el hambre nos empezaba a apretar. No nos volvimos locos buscando, sabíamos de antemano donde íbamos a cenar, pero había que encontrar el pequeño restaurante. Tras echar un vistazo a tripadvisor, el restaurante número uno de Takayama era un pequeño local regentado por un matrimonio y con unas críticas buenísimas, además de un precio muy contenido. Así que para qué rebuscar entre el abanico de restaurantes en una noche especialmente fría.
Heianraku es un "small restaurant" como ellos mismos se definen que ofrece comida casera a muy buen precio, con toques de la cocina china, y con una atención esmerada y muy muy cercana. El pequeño local está decorado al estilo tradicional y apenas tiene espacio para poco más de una docena de comensales que son tratados con mimo por parte de los dueños, especialmente ella, que pone toda su alma para hacerte sentir especial. Además de hablar perfectamente inglés, cuando llegas te saca un atlas del mundo donde tiene señaladas todas las ciudades de donde vienen a visitarla. En nuestro caso, aunque estaban marcadas varias ciudades españolas, inauguramos con la primera marca la ciudad de Santander.
Comenzamos el menú con unas "tapas", unos brotes de soja y unas especialidades. Después unas riquísimas bolas de cerdo, una sopa miso, un jugosísimo pollo cocinado con verduras, unas gyozas y un arroz frito. Todo acompañado de te verde y acabado con una pequeña degustación de sake.
Tras la estupenda cena nos fuimos dando un paseo hacia el hotel. El día había sido muy largo desde que partimos de Tokio y ya estábamos deseando asaltar la cama. Un día de emociones, ya estábamos en mitad de los Alpes Japoneses, donde pudimos pasear largamente por la bonita ciudad feudal de Takayama, tener un primer contacto con algunos de sus habitantes y finalizar el día con el estómago satisfecho antes de irnos a descansar. Al día siguiente nos esperaba otro intenso día, pero eso será en la siguiente entrada del blog.
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