Luis Britto García.
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Hasta hace poco, pobres de nosotros, éramos los izquierdistas las víctimas de la talanquera. A palos, a carcelazos, a exilios, a realazos, a halagos le caían encima a nuestros cuadros más débiles hasta que brincaban hacia lo que ellos creían el todo y resultaba la nada. Ni un solo tránsfuga encontró acomodo dichoso en las filas de la reacción donde creyó ver la Tierra Prometida. ¿Sacaron dos o tres intelectuales que entregaron alma, vida y corazón a lo que aborrecieron toda su vida algo más que una agregaduría insignificante, una gacetilla efímera, un subsidio etílico, el desdén de los exquisitos que siempre los despreciaron como bufones o como competidores cuya brillantez había de ser opacada? La talanquera representó en esa época una profilaxis, una salud, que regularmente limpiaba nuestras filas de quienes no debían estar en ellas.
Basta pensar en lo que hubiera significado que algunas de las joyas que traicionaron a la izquierda hubieran llegado con ella al poder.
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Tanto tiempo consideramos la talanquera como un pasaje de ida, que aún no nos acostumbramos a temerla como puerta de ingreso. En el siglo pasado casi no habíamos izquierdistas. Éramos pocos, nos conocíamos y nos conocían, todo el mundo nos despreciaba, nos insultaba, nos bloqueaba, nos fichaba, nos vetaba, nos censuraba, nos ponía zancadillas. Bastó que una victoria electoral convirtiera el socialismo en pasaporte hacia los grandes cargos para que un tsunami de izquierdistas salidos de la nada nos ahogara. ¿Dónde estaban? ¿Qué hacían? ¿Dónde militaban? ¿Cómo surgieron? ¿Con cual trayectoria? ¿Qué obras culminaron? ¿Qué organizaciones crearon? Hondos misterios, que sólo la talanquera puede resolver. Si en las épocas duras hubiéramos tenido tantos izquierdistas, habríamos tomado el poder hace medio siglo. Pero para que llovieran progresistas fue indispensable que terminaran los tiempos difíciles. Gracias a ello, nos diluvian socialistas banqueros, extremistas privatizadores del agua, revolucionarios promotores de casinos, patriotas partidarios de la entrega de la soberanía.
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Digámoslo de una vez: la talanquera no es como antes. Afanes, alarmas y preocupaciones llevaron a los bolivarianos a promulgar una Ley Antitalanquera para que la gente no se fuera. Ante el triunfo inminente, no se sabe si habrá que aplicarla para que la gente no entre. Si antes se fugaban por ella alcalduchos con alforjas repletas de votos bolivarianos o gobernadorcillos engordados por sufragios chavistas, ahora ingresan por ella torrentes de seres inclasificables. A raudales entran matavotos que acaban con la revolución exigiendo renovación interminable de trámites absurdos como el RIF o el registro de Sencamer. Por la talanquera ascienden jueces que liberan narcos o delincuente bancarios. Baila en ella quien durante diez años abominó del bolivarianismo pero ahora vio la luz o una escalera de sufragios hacia su próxima diputación en el odiado bando chavista. Mucho rabo de paja busca venirse antes de que se lo incendien. Hace maromas sobre talanquera quien proponía vender PDVSA y ahora trata de venderse él. Hay un candidato que copia tanto emblemas y programas del adversario que ya no se sabe de qué lado está. Diente roto y bate quebrado son los perfectos saltadores de talanquera: por lo mismo que no son nada están en ninguna parte y en todas.
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Según la Escritura habrá más alegría por el Hijo Pródigo que regresa que por el abnegado que se sacrificó por su deber. Pero cuidado: para regresar hay que haber estado alguna vez. Y es de buen tono que el Pródigo traiga algo distinto de una factura para que le paguen adelantado con alcaldía, embajada, tribunal, gobernación, ministerio. La culpa no la tiene el voto, sino quien negocia con él. Viene una avalancha de sufragios por el socialismo: que sirvan para consolidarlo irreversiblemente.