A fin de cuentas, el talegonismo, esa enfermedad infantil del izquierdismo, no deja de ser algo así como el grito de Munch de una progresía desolada ante la orfandad ideológica en que la dejó la caída del Muro. Carente de cualquier narración histórica desde el desplome del socialismo real, desposeída del menor horizonte utópico, tan resignada a la soberanía del mercado como sus pares de la derecha, no es que la socialdemocracia carezca de programa, es que ya ni siquiera la más prosaica seña de identidad le queda. Claro que a la derecha tampoco. Pero, para la derecha, eso nunca ha supuesto un problema. La derecha sociológica, no se olvide, es apolítica por naturaleza. Para los conservadores no supone ningún quebranto desgarrador el reducir la cosa pública a una anodina forma de contabilidad social, rutinaria administración de lo colectivo gestionada por tecnócratas no menos anodinos. Para la izquierda, en cambio, eso es el fin; su fin. La derecha necesita resultados; la izquierda, sueños. Con el capitalismo ocurre lo mismo que con la democracia: es el peor sistema económico si se exceptúan todos los demás. Y uno de sus méritos supremos ha sido acabar con el afán revolucionario del proletariado por la expeditiva vía de extinguirlo. Entiéndase, no es que acabara con el afán revolucionario del proletariado, es que acabó con el proletariado mismo
José García Domínguez
Tomado de LD.