Suena el despertador a las 8 horas. Desayunas medio dormida. Corres hacia la ducha mientras oyes en la radio que el día amanece a 5 grados centígrados.
De camino al trabajo paras en el kiosko a comprar el periódico y unos chicles. Ya me los pagas mañana – te dice el chaval – que no tengo cambio de 20 euros.
Entras en la oficina y saludas a tu compañero. Desde que hace deporte ha perdido por lo menos 5 kilos. ¡Qué envidia! y tú echándole centímetros de más a la cinturilla del pantalón.
Pero bendito deporte, que lo ha transformado en un ser encantador que te dice que ha venido en coche y te puede acercar a casa al salir. Y es que los 500 metros que separan la parada del bus de tu portal se te hacen eternos cuando llueve. Además, así cuando llegues, pillas el súper abierto y compras un litro de leche, que terminaste el último brick esta mañana.
¿Os vais haciendo una idea, no? La gente corriente utilizamos a diario sólo un puñado de unidades de medida. Casi siempre las mismas y para medir lo mismo. ¿Para qué complicarse?
Pero cuando crees que el momento más engorroso de tu vida fue la EGB, confundiendo hectómetros con milibares, moles con nanosegundos, o julios con metros por segundo, vas y te embarazas y descubres tallas y medidas desconocidas, o partes de tu cuerpo que ignorabas que se pudieran medir.
La fiesta empieza con la HCG, que aunque parezca un sistema ultramodernos de frenado no es más que la llamada hormona del embarazo. Se miden en mlU/ml, mili unidades internacionales por milímetro, palabro que te sonará a gloria, créeme!
Te acostumbras a ir al ginecólogo con un bloc de notas, para no olvidar que tienes que tomar taitantos microgramos de ácido fólico y no sé cuántos miligramos de la pastilla de las naúseas ¿o era al contrario?.
La semana pasa a ser tu medida oficial de tiempo. Nadie te entiende, pero tú contestas orgullosa que estás de 13 semanas, 24+3 o 36+2 cuando te preguntan.
La visita a la corsetería. Con el embarazo estrenas un escote de vértigo que no cabe en tu antiguo sujetador a la par que descubres la copa AA, la H o la existencia de una fómula matemática (¿inquietante, verdad?) para calcular tu talla.
Descubrirás que tener a raya los miligramo por decilitro (mg/dl) del índice de glucemia es tu pasaporte para seguir comiendo bollos el resto del embarazo.
Te sorprende la versatilidad del centímetro. Lo mismo mide tu altura uterina, que el diámetro del cráneo o el abdomen de tu bebé. Aprovecha, nunca antes le habías tenido tanto aprecio a los cms. de más.
Comienza tu larga y sufrida relación con los percentiles. 10, 25, 75, 90 …o cómo clasificar a tu hijo como si fuera un modelo de tornillo.
Cuando ya tenías controlado que tu talla de vaqueros es la 40, y usas la M para las camisetas, nace tu churumbel y te das de bruces con la talla 0, la 1-3 meses, o la 56 cm. No sabes si maldecir al fabricante o llamar a la matrona a preguntar.
El decibelio (dB) ya no es eso por lo que cierran los bares, sino información valiosa de la prueba de audición de tu bebé.
Por no olvidar los miligramos por mililitro (mg/ml) de la dosis de apiretal. ¿Qué fue de contar en gotas?, o…Ay, ¡se me ocurren cientos de ejemplos más! Y los que seguro están por venir y aún no me he topado con ellos. Creo que tendré que ir ampliando esta entrada con el paso del tiempo.
¿Echas de menos alguna medida que te haya traido de cabeza? Pasa y comenta, estás en tu casa.
¡Buen fin de semana!