Emigrante
Los días de sufrir escasez, tristezas y alegrías corriendo descalzo por las calles de Managua, creciendo en la pobreza esa gran maestra que sin que uno se dé cuenta enseña letras y palabras, para poder decirlas en el momento adecuado, defenderse de las retahílas de insultos y groserías que se escuchan o para endulzarle el ánimo a alguna muchacha que matemáticas, para no darse uno el lujo de perder los reales al el vuelto cuando vendía en hojas de plátano las güirilas que hacia mi mamá para ayudar en la casa quedaron atrás.
Yo no a la escuela pero recibí clases de educación física, corriendo y aguantando largas caminatas, subiendo calles, bajando cuestas, con el racimo de plátanos en la cabeza, que así es como se lleva el peso en la descarga de camiones que llegaban a Managua desde el campo.
Por esas cosas del destino, por no decir el hambre y la falta de trabajo, con solo la ropa que tenía puesta, en compañía de mi barrio en Managua, me vine para San José, después de varios días de caminar por los montes, cruzando quebradas y potreros, escapándole a la policía de migración, porque si ni en Nicaragua tenia papeles, ¿Cómo iba a tener de Costa Rica?...
Este país para mí fue un mundo diferente: siempre hay gente buena, tanto aquí como allá: otro conocido me dio comida y dormida, me ayudó a conseguir trabajo de peón en construcción que es lo que más hay, con Don Manuel, con quien fui aprendiendo los secretos de la pintura, mezclando colores, alisando paredes, usando sellantes, alistando barnices, siempre dispuesto a trabajar extras, hasta que finalmente terminé ganando como operario.
Tiempo después me acogí a la amnistía, y luego obtuve la Tarjeta de Trabajo Estacional, mis tres carajillos nacieron aquí, y van a la escuela, sin tener que salir a vender nada a las calles, como a mí me tocó.
Los ticos me han tratado bien, no hago problemas, y nadie me los busca, ni hago lo que algunos nicas, especialmente los de piel más clara, que para pasar desapercibido y no llamar la atención imitan la forma de hablar, de vestir de los ticos, y cambiando las palabras más típicas nicaragüenses, por el Pura Vida, van dejando atrás el pues, sin entender que de todos modos a fuerza de vivir aquí, se le van a uno pegando las costumbres y que hay que sentirse orgulloso del esfuerzo y del origen.
Ya saque cédula de identidad y mis papeles están todos en regla.
Hace unas semanas fui a visitar la familia en Managua después de más de diez años de no ir, algunas cosas han cambiado, pero el hambre sigue igual, no hay trabajo, y la cosa no prospera. Los gobernantes han sido y son bien malos.
La gente ya no me trató igual, algunos se burlaban de mi forma de hablar, en la pulpe, no me entendían algunas palabras, y de mala manera me atendían, decidí no ir mas y mandar a algún familiar a hacer las compras, para no tener que recibir críticas y rechazos.
A mis hijos les decían tiquillos en forma de burla, aunque son morenillos y con cara de nicas, llamaban demasiado la atención por sus costumbres diferentes al jugar y al hablar, algunos me los empezaron a maltratar, la gente se burlaba de mi cuando llamé a mis hijos diciéndoles güilas, esa palabra no se usa allá, se les dice chigüines.
Y después de cuatro días mejor me regresé, pues ya no me sentía a gusto, ya no me podía acostumbrar a la vida de allá.
Ahora estoy tranquilo, tengo trabajo y el respeto de mi mujer e hijos y pienso que soy de los dos países, y que la gente buena de allá y de acá siempre me va a aceptar, porque la gente mala de aquí y de allá, siempre van a pensar lo mismo.
Aquí la cosa es muy tuanis, atrás quedaron los días furris.
Rodrigo Villalobos
Abril 2007.