COMPETICIÓN OFICIAL
El director kazajo Adilkhan Yerzhanov es uno de los más prolíficos del panorama internacional. Recientemente hemos hablado de Ulbolsyn (Adilkhan Yerzhanov, 2020) en su paso por la última edición del Asian Film Festival de Barcelona, pero también este año ha estrenado Yellow cat (Adilkhan Yerzhanov, 2020) y ahora presenta en el festival Herd immunity (Adilkhan Yerzhanov, 2021), su particular visión sobre el coronavirus y su incidencia en el pequeño pueblo de Karatas, en Kazajistán, que es el escenario habitual de las películas del director. Es una aldea prácticamente sin ley en la que la las fuerzas del orden están tan corrompidas que tiene poca incidencia en los menudeos de drogas. Esta "inmunidad de grupo" a la que hace referencia el título tiene el doble sentido referido a la tan utilizada expresión en torno al coronavirus, pero también a este sentido de comunidad que existe en la aldea, en la que todos cubren a todos, en la que todos son cómplices de la falta de orden, pero que se mantiene en un equilibrio vital necesario.
Los supuestos encargados de mantener este equilibrio con los policías Selkeu (Daniyar Alshinov, al que hemos visto en A dark-dark man (Adilkhan Yerzhanov, 2019)) y Zhamzhysh (Nurbek Mukusehv, que participó en Ulbolsyn (Adilkhan Yerzhanov, 2020)), pero se trata de dos agentes del orden totalmente corruptos que utilizan su autoridad para beneficiarse personalmente, manteniendo una relación de dudosa legalidad con un mafioso aspirante a director que está interpretado precisamente por el director de cine kazajo Bolat Kalymbetov, que también presenta en el festival su última película, el drama Mukagali (2021). Cuando el bloqueo por la pandemia llega incluso a esta pequeña aldea, Selkeu recibe la visita de su ex-esposa Turiya (Assel Sadvakassova), que viene acompañada de su nuevo marido, un funcionario llamado Gurbeken (Yerzhan Zhamankulov, uno de los actores de Yellow cat ((Adilkhan Yerzhanov, 2020)), que tiene un estricto sentido de la autoridad que contrasta con las corruptelas y los sobornos que reciben los policías de la aldea.
Gurbeken está además encargado de verificar que todo el mundo cumple con el confinamiento, pero en realidad la mayor parte del pueblo se encuentra en el bar de la zona. De alguna forma el director recupera el tono burlesco de Yellow cat para construir situaciones absurdas y personajes pillastres que representan esta inconsciencia de la legalidad, marcada por un sentido de comunidad que sin embargo no evita los individualismos cuando es necesario traicionar a alguien cuando hay que salvarse uno mismo. La película tiene un tono absurdo y liviano que tiene como referentes a esos personajes absurdos del universo de los hermanos Coen, pero parece más un divertimento, una historia sencilla y humilde que tiene menos logros que otras películas de Adilkhan Yerzhanov.
La coproducción entre los países bálticos Lituania, Estonia y Letonia Songs for a fox (Kristijonas Vildžiūnas, 2021) es la quinta película de su director, cuyo proyecto You am I (Kristijonas Vildžiūnas, 2006) estuvo seleccionado en Un certain regard del Festival de Cannes y ganó el premio a la Mejor Película en el Festival de Tallin ese mismo año. Músico antes que director de cine, Vildžiūnas había cantado en el grupo de rock Šiaurės kryptis, que consiguió una notable popularidad en su país, pero que se separó después de publicar su primer album, y ahora introduce en su última película estos elementos musicales representados en la figura del protagonista, Dainius (Mantas Zemleckas) un joven músico que se retira a una pequeña cúpula situada en el campo tras la muerte de su novia, pero también en las canciones que suenan en la película, y que suponen el retorno del director a su faceta como cantante.
Songs for a fox es un proyecto personal que está relacionado con las propias experiencias de éste con el denominado "sueño lúcido", que se caracteriza porque el soñante es plenamente consciente de que está soñando, y cuya representación más conocida es la de la película Origen (Christopher Nolan, 2010). Es en este mundo soñado el único en el que el protagonista puede volver a ver a su novia fallecida, y por tanto se entrega con deseo profundo a conocer cada vez más aspectos de estos sueños lúcidos que pueden ser espontáneos o provocados. Y este espacio soñado también incorpora elementos surrealistas que conectan con la representación de la naturaleza y de la influencia de la era postsoviética. Hay por tanto muchos elementos introducidos en esta película, que pasa también por una lectura personal del mito de Orfeo y Eurídice, los enamorados separados por la muerte, en el que los sueños sustituyen al inframundo como espacio de reencuentro de los amantes.
El director construye una mezcla de espacios que reflexionan también en varios niveles, entre la representación de una sociedad temerosa, el rechazo al foráneo cuya presencia intimida, y la conexión con los elementos de una naturaleza que rodea a Lituania a través de sus 3.000 lagos y ríos, y que funciona como elemento de conexión con el mundo de los sueños. Pero hay muchos elementos que escapan a la interpretación de los espectadores, una acumulación de referencias formales y vitales que a veces se hace excesiva, un desequilibrio notable entre la intención y la conclusión.
DOC@PÖFF
En una época "extraordinaria", como apunta su sinopsis, el documental An American prayer (Nusrat Durrani, 2021) es un reflejo de admiración frente a los Estados Unidos desde una mirada crítica. El sueño americano se convierte en el principal objetivo de reflexión de todos sus protagonistas, artistas en su mayor parte que pertenecen a las comunidades minoritarias y que se han enfrentado a lo largo de su vida a los obstáculos provocados por su origen o su color de piel. Ese sueño americano que solo existe para unos pocos y que se ha construido sobre la supremacía, el que persiguió el mismo Nusrat Durrani cuando dejó su trabajo en la India, su país de origen, para viajar a Nueva York con el propósito de trabajar en MTV. Y aunque él sí ha conseguido su propia parcela de "american dream", porque de hecho ha ocupado puestos ejecutivos en MTV Network y ha sido uno de los fundadores de MTV World, la mirada hacia las dificultades de conseguir esta utopía para muchos es la que conduce a esta propuesta fílmica que en realidad se construye más como un ensayo personal.
Parafraseando al historiador y poeta afroamericano Vincent Harding (1931-2014), la película propone algunas respuestas a la cuestión que planteaba éste en su ensayo de 2007 titulado "Is America possible?". La idea de un país que ha ido eliminando las posibilidades de alcanzar ese salto social y económico entre clases sociales está presente a lo largo de las reflexiones que se plantean en el documental. Y resulta aún más significativo para un director que proviene de un país como la India en el que la sociedad está dividida en castas, en el que cada individuo pertenece y pertenecerá siempre a la clase social en la que ha nacido. Por tanto, el sueño americano sería una utopía inalcanzable en la India. Los pensamientos en torno a esta consideración de los cambios que se han producido en la sociedad norteamericana destacan especialmente en medio de una pandemia que de alguna forma ha hecho más palpable esta diferencia entre niveles sociales. No deja de ser significativo, por ejemplo, que en Estados Unidos haya más muertos por coronavirus (776.000) que en la India (467.000).
An American prayer propone esta reflexión a través de las palabras de varios protagonistas que representan a esa sociedad invisible: el periodista y activista de origen chicano Simon Moya-Smith, que se ha convertido en una voz fundamental en la reivindicación de la idiosincrasia indígena; el deportista paralímpico Garrison Redd, que quedó en silla de ruedas después de recibir una bala de un desconocido que estaba celebrando una ceremonia de iniciación en una pandilla; el ex-soldado Cian Westmoreland, que abandonó el ejército después de conocer que su apoyo en las comunicaciones provocó la muerte de casi cuatrocientas víctimas civiles en un ataque, y trabaja como activista en la frontera entre Estados Unidos y México; o Trammy Ahn, directora de proyectos de una empresa de biotecnología que también se convirtió en activista cuando comprobó las injusticias en torno a las comunidades no blancas que se han intensificado en esta época pandémica. Hay también una referencia a la islamofobia que se instaló en los Estados Unidos poco después de los atentados del 11-S, que vivió en primera persona la poetisa Adeeba Shahid Talukder, como un recordatorio de que son los acontecimientos extraordinarios los que provocan la salida a la superficie de las mayores injusticias sociales.
Hay interesantes reflexiones a lo largo del documental-ensayo An American prayer, que desde la crítica y la preocupación en realidad celebra la condición de un país eminentemente democrático. Quizás hay demasiada tendencia a construir elementos creativos que a veces estorban en vez de apoyar los discursos que se transmiten a través de los entrevistados y de sus experiencias personales. Y cuyas conclusiones se sostienen en la mirada poética de autores como Langston Hughes (1902-1967), que afirmaba en su poema "Let America be America again":
Deja que América sea América de nuevo.Deja que el sueño sea el sueño que solía ser.Que sea el pionero en la llanura.Buscando un hogar donde ser libre.
(América nunca fue América para mí).
COMPETICIÓN ÓPERA PRIMA
En Le coeur noir des forêts (El corazón negro de los bosques) (Serge Mirzabekiantz, 2021) el director bruselense construye una historia de maduración que está rodeada sin embargo de cierta atmósfera inquietante. El bosque se convierte en el espacio de seguridad de dos adolescentes, Camille (Elsa Houben) y Nikolaï (Quito Rayon Richter) que escapan de un centro de acogida para jóvenes pendientes de una adopción. Pero conforme van dejando atrás progresivamente la infancia es cada vez más difícil encontrar unos padres que los acojan en sus casas. En este sentido, el camino hacia la edad adulta plantea obstáculos en vez de facilidades. Nikolaï es un joven callado que apenas se relaciona, pero con la llegada de Camille encuentra una especie de alma gemela con la que comparte algunos de sus secretos. Él siempre dice que fue abandonado en un bosque, pero en realidad sus padres han muerto. Ella está embarazada de otro joven y necesita compartir su obligada maternidad, mientras su rebeldía le pone habitualmente a las puertas de las autoridades.
La huida de ambos es una reivindicación de su propia libertad, aunque no sepan realmente cómo gestionarla. La película, que tiene una estructura dividida en tres partes, enfocándose en un personaje distinto cada vez, crea una atmósfera casi ilusoria, pero al mismo tiempo inquietante, que aporta tensión e interés a una historia que en sí misma ha sido abordada en muchas otras ocasiones. Pero resulta inteligente cómo el director utiliza el bosque como una representación de ese mundo turbador que es la edad adulta, y otorga a esta aventura vital que inicia la pareja protagonista una atmósfera de cuento, gracias entre otros elementos a la excelente fotografía de Virginie Surdej, que ha trabajado en títulos como Adam (Maryam Touzani, 2019), a la que el director le pidió no tanto extraer la luz de las sombras, sino más bien extraer las sombras de la luz. Este tratamiento visual marca el contraste entre las secuencias realistas que se desarrollan en el centro de acogida y las más oníricas que tienen lugar dentro del bosque. Y es uno de los grandes aciertos de una película que nos atrapa desde la primera escena.
También hay un excelente tratamiento de la tensión en la producción chilena Inmersión (Nicolás Postiglione, 2021) que consiguió los premios a la Mejor Ópera Prima, Mejor Director y Mejor Fotografía en el Festival de Cine de Guadalajara. Aunque en este caso la película circula por los terrenos del thriller para reflejar una realidad social no menos inquietante, en torno a los miedos y el racismo. Escrita junto a los también directores Moisés Sepúlveda, responsable de Las analfabetas (2013) y Agustín Toscano, realizador de El motoarrebatador (2018), la historia se acerca a una familia formada por Ricardo (Alfredo Castro) y sus dos hijas, Teresita (Consuelo Carreño) y Claudia (Mariela Mignot) que acuden a una vieja casa de su propiedad en mitad de un lago en Guadalajara, con la intención de prepararla para su venta. Es una casa grande pero que dejó de ser hace tiempo el lugar de veraneo, y que en cierta medida se convierte en el reflejo de cierta decadencia de la propia familia.
Cuando en medio del lago avistan a unos hombres que parecen haber tenido un problema con su embarcación, la reticencia del padre a prestarles ayuda, provocada por su miedo a estos desconocidos, se enfrenta a la intención de sus hijas de acudir en su rescate. Esa profunda desconfianza hacia el otro, marcada además por su aspecto físico, teñida de racismo y clasismo, y alimentada por las propias tensiones dentro de la familia, se convierte en el motor de un thriller contundente, en el que tiene mucho que decir la siempre espléndida representación del hombre sencillo que Alfredo Castro dibuja a través de una mirada fascinante. Este rescate, que tiene reminiscencias de El cuchillo en el agua (Roman Polanski, 1962), en el desarrollo de las relaciones entre los personajes en un espacio pequeño en el que no hay escapatoria, va acrecentando un suspense continuo, hasta un tercer acto que puede llegar a ser previsible pero que mantiene la inquietud.
Inmersión transmite una realidad social utilizando los resortes del thriller, se centra en una historia particular que sin embargo tiene una dimensión universal, que habla de las sociedades acomodaticias que se sienten amenazadas, del aislamiento como único método para rechazar la violencia. Y sobre todo de un profundo clasismo que se representa en la apariencia física, primer y casi único elemento de definición de las personas. Conrado (Alex Quevedo) y Walter (Michael Silva) son juzgados y condenados por Ricardo desde el primer vistazo, pero resulta interesante reflexionar sobre si nosotros como espectadores también los juzgamos desde el momento en que aparecen en pantalla. La fotografía, especialmente en una última parte oscura y dramática, y la excelente partitura musical de Paulo Gallo juegan también un papel fundamental para redondear uno de los mejores thrillers de este año.
Blind love (Damien Hauser, 2021) es una de esas películas sorprendentes que capturan la atención de los programadores de los festivales, muchas veces más dedicados a "atrapar" los títulos de los directores consagrados o aquellas producciones destacadas en determinados países que a encontrar realmente películas diferentes, sencillas y no arropadas por grandes agentes de ventas o distribuidoras internacionales. De hecho, es una producción desconocida que llegó al festival a través del habitual formulario de inscripción que promueven los festivales de cine pero que muchas veces es puro formalismo (las programaciones se construyen en base a otros criterios y contactos). Pero el joven director Damien Hauser, nacido en Suiza pero de origen keniano, ha conseguido destacar tras su paso por el Festival de Durban con esta historia de amor que se desarrolla en un pequeño poblado de Kenia y que tiene como protagonistas a un joven ciego y una chica sordomuda.
La película fue rodada por Damien Hauser en plena pandemia del coronavirus, y refleja también esa cierta incredulidad de los jóvenes kenianos frente a la epidemia, más interesados en beber alcohol que en cumplir las restricciones sanitarias. El coronavirus es, al fin y al cabo, en África solo uno más de los virus que pueden conducir a la muerte, frente a la inoperancia de la comunidad internacional. En este contexto, se produce el encuentro entre los dos jóvenes protagonistas. Brian (Mr. Legacy) se quedó ciego durante la intoxicación que tuvo lugar en Muranga, un hecho real en el que murieron 62 personas debido al consumo de alcohol adulterado con metanol, y se enamora de Abel (Jacky Amoh), una joven sordomuda. A pesar de las evidentes dificultades de comunicación, ambos deciden irse a vivir juntos. Pero la película es un interesante reflejo de la juventud keniata, en buena parte dedicada a una vida monótona, sin trabajo, en la que el alcohol, las drogas y el sexo se convierten en su principal forma de vida.
Damien Hauser se ha encargado de escribir, dirigir, realizar la fotografía y el montaje de esta película que casi podría ser su film de graduación de la Escuela de Cine. Y sorprende la buena factura técnica de muchas de las escenas, interpretadas por actores no profesionales pero que tenían alguna experiencia haciendo teatro o, como en el caso de Mr. Legacy, en el mundo de la música y los videoclips. Los sueños se convierten en una forma de comunicación de la pareja protagonista, secuencias en blanco y negro en las que Brian puede ver y Abel puede oír y hablar, un recurso que logra que los personajes se liberen de sus discapacidades. Lo más interesante de la película, que tiene en algún momento ciertos toques de comedia negra para desembocar en un tercer acto que sorprende por su contundencia dramática, es que dentro de su sencillez y su escasez de recursos, construye un retrato honesto de la juventud en un país menos desarrollado de lo que se pretende mostrar en las grandes ciudades turísticas como Nairobi.
Yellow cat se puede ver en Mubi. Origen se puede ver en HBO Max y Netflix.Adam se puede ver en Movistar+.