En algunas ocasiones el título de una película suscita curiosidad inmediata en el alma cinéfila que ha podido paladear diferentes clásicos porque apunta a situaciones conocidas que hemos podido gozar en versiones alejadas unas de otras tanto en los detalles que adornan la trama como en el planteamiento subyacente que nos muestra la intención clara del director apoyado en un guión de su preferencia.
Dentro del género del western no son pocas precisamente las piezas que nos muestran los avatares de un representante de la ley, de la máxima autoridad para ejercer la defensa de la ciudadanía, ante la inminente llegada a la ciudad, pueblo o villorrio de una banda de malhechores dispuestos a perpetrar alguna acción peligrosa para la paz social o incluso, simplemente, a liquidar al encargado de la paz y el orden cuando se obstina en el cumplimiento de las leyes.
No citaré ningún ejemplo porque todos conocemos alguno y porque me temo hasta ahora jamás me he detenido en ninguno, consciente que son archiconocidos, pero podría sugerir Solo ante el peligro (1952) y Río Bravo (1959) como dos ejemplos antagónicos [Infierno de cobardes (1973) no acaba de encajar y tiene otros aspectos debatibles] de la figura del sheriff que deberá afrontar la llegada de un grupo con intenciones aviesas y del comportamiento de sus conciudadanos ante la situación.

El reclamo de Burt Kennedy es efectivo porque sabemos que tiene oficio y que sin esperar maravillas, seguramente nos dará entretenimiento: en esta ocasión, sin embargo, ya desde los primeros minutos de un metraje clásico (92 minutos sabrosos) percibimos que hay lo que podríamos denominar "animus iocandi" en su más digna expresión o sea que la cosa va de parodia pero con "finezza"; vamos, que a la chita callando, se burla de los clásicos sin alardes, como quien no quiere la cosa, como si fuese una patochada, pero no.
El guión de Bowers es muy bueno y sus diálogos hay que escucharlos detenidamente porque nos sitúan en ocasiones de media sonrisa cuando no carcajada por la surrealista situación, principalmente jugando con la astucia de un protagonista aventajado tanto en lo que hace al dominio del revólver como a la anticipación mental sobre un grupo de gentes de todo pelaje y condición, grupo humano que constituye un mosaico muy conocido ya en el paisanaje humano que suele poblar esas aldeas del western que hemos visto mil veces, sólo que de la mano de Bowers el taimado Kennedy se aleja un poco de la acción que domina para mostrarnos una psicología ridícula llena de humorismo.
Baste comprobar la imagen del cartel para entender que ése Sheriff es un espabilado capaz de convencer a un agresor que poniendo el dedo en el cañón del revólver causará un retroceso mortal para el que empuña el arma y a partir de ahí las situaciones, parejas, podrían tildarse de increíbles si no fuese porque el guión y la buena mano del director las atan bien atadas y además nos llegan servidas por un elenco estupendo encabezado por James Gardner y Joan Hackett, él muy convincente como tipo que pasaba por allí camino de Australia y ella absolutamente deliciosa y provista de una vis cómica que ya quisieran muchas actrices con un punto feminista de determinación hasta que se sale con la suya.
Completan el reparto Walter Brennan, Harry Morgan, Bruce Dern y el inolvidable Jack Elam, todos ellos dando una vuelta de tuerca a unos prototipos que se sabían de memoria ejecutando una presentación que sabe mezclar una trama clásica con una mirada jocosa sin faltar al respeto, dotada de una amabilidad visual y unas escenas que huyendo del drama como de la peste, nos harán sonreír y según cómo, dar carcajadas porque todos, absolutamente, se toman el humor como lo que es, cosa muy seria, y por lo tanto logran su cometido. Y Kennedy mantiene el ritmo perfectamente sin decaer ni un sólo instante, sin escenas vacías de contenido ni intentos vanos de quedarse con el espectador: al grano, con mucha eficacia.
El saber mantener la apariencia de una trama seria es una virtud difícil porque caer en la burla fácil era lo más sencillo, pero Kennedy se mantiene en unas formas que conoce a la perfección para contar una vez más las aventuras de un policía en aprietos con la particularidad que ni siquiera ese protagonista desea aplicar la violencia cuando prefiere dominar la situación gracias a una agilidad mental que le hace contemplar a sus congéneres como si fuesen párvulos y lejos del drama y la tragedia inherentes a la violencia, en esta película la comedia resulta catártica por el humor desplegado con inmediatos efectos desmitificadores, lo que de alguna forma la alinea con toda una serie de westerns de finales de los sesenta del siglo pasado que fueron contemplados como un adiós al género que todavía perdura, medio siglo después.
Como pieza insólita que es diría que es imperdible para cualquier amante del cine y del western en particular y se puede recomendar advirtiendo que el humor que gasta no es ni chapucero ni basto ni insultante: es esa clase de humor que señala pero no hiere; ese humor que no llega a zaherir ni molestar. No se la pierdan, si tienen la oportunidad.