No soy una persona que se porte especialmente bien, pero aun así los Reyes Magos suelen ser esplendidos conmigo. Entre las cosas que me dejaron, me encontré con una bufanda y un gorro de lana. Son dos regalos que me hacen ilusión, porque demuestran lo mucho que me miran y lo bien que me conocen, que yo soy el típico que se resfría solo con que me soplen al lado. Además, acertaron con los colores y todo. Mi pregunta es: ¿Me los pondré alguna vez? Difícil lo veo cuando recibí 2024 en camiseta.
Desespera este invierno atípico en el que los puestos de castañas conviven con los helados de dos bolas, y vamos en pantalón corto a mirar esos escaparates repletos de abrigos y botas altas que van a quedarse para saldos la temporada que viene... Sí, el canario se las arregla para escaparse a la playa un par de horas en diciembre y enero de nada que salga el sol, pero debería preocuparnos profundamente que este año hayamos visto la lluvia apenas cuatro días contados. Haber aprovechado para volver más morenitos al trabajo no es una buena noticia para nadie: Más que los 25 o 26 grados de diciembre, me preocupan los 50 que nos esperan en agosto. Numerosos estudios demuestran que nuestro calentamiento es superior a la media global, con el consiguiente impacto en la sequía y la merma de la calidad y cantidad de nuestros, de por sí, deficientes recursos hídricos. No hablemos de la salud y de la prevalencia del asma, la bronquitis, la dermatitis y toda clase de asquerosas alergias que ya nos afectan todo el año.
Será porque estos peñascos a dos pasos del Sáhara son la avanzadilla de la desertificación que espera a toda la cuenca mediterránea en un par de añitos. No hay dato más preocupante que la constatación de lo inservible de esa acumulación de estrategias públicas que se sobreponen desde hace décadas, con siglas de toda índole, incapaces de abordar la crisis climática y energética severa que atraviesan Canarias y más de media España. Es más: ¿Alguien que no esté involucrado en el tema puede enumerarme alguna acción pública concreta a favor del clima? Si existe algo más allá de decirnos que vayamos a currar en bicicleta o en transporte público, o que nos compremos un coche híbrido, los ciudadanos lo ignoramos totalmente. Es improbable que sea útil una norma medioambiental llamada a implantar nuevos hábitos y costumbres en el vecino de la media, y que pretende operar un cambio si ignoramos que existe.
En 2019 se declaró la emergencia climática en las islas y se adelantó el objetivo de descarbonización de nuestra economía a 2040, diez años antes que en la Europa continental. Tenemos quince años para alcanzar el objetivo de cero emisiones netas, reducir nuestro consumo energético (básicamente dejar de quemar carburante para producir electricidad) y abastecernos casi totalmente de renovables. Nos queda un buen camino por delante: Habrá que proceder a la descarbonización del transporte, esencial en un territorio atestado de vehículos particulares, en el que no está en nuestras manos dar soluciones a corto plazo al enorme problema de la contaminación que generan el transporte aéreo y marítimo. La energía solar y la producción de hidrógeno verde llaman a nuestra puerta, y sería del género tonto no aprovechar los muchos miles de millones que la Unión Europea está dispuesta a aportar para obrar el cambio, que además supondría una revolución para nuestro sector industrial.
Sigamos pues, esperando soluciones a esta emergencia climática que yo abogo por llamar, vulgarmente, sequía, como aquella a la que tan bellamente cantaron Los Sabandeños hace décadas, tambor en mano: "Los montes de mi niñez se están muriendo de pena, porque los chorros de Epina ya no suman, sino restan". Nos quedará el consuelo de que en carnavales siempre llueve. Esperemos a ver qué pasa con la cabalgata y el entierro de la sardina y, ya entonces, nos quejaremos de que no podemos salir a la calle.