La canción de Sabina se las trae. Porque el de Úbeda lanza los dardos de las verdades donde posiblemente nunca nos hemos mirado. En el caso de algunos será el ombligo; en el de otros, el corazón. O quizás en las heridas… dependiendo de lo profundo que en su día fuera el zarpazo.
Esta es una carta. Una carta que escribo no sé si a ti, a mí, a los que están por marcharse o a punto de llegar. Una carta que no estaba prevista, pero abril la quiere. Y yo a abril no le pienso negar nada.
En X, a 9 de abril de 2016
Hola:
Tanto gusto.
Es bonito acompañarte en estas letras que realmente no sé hasta dónde nos irán llevando.
Y es que esta tarde hay cosas que necesito contar.
Contar, por ejemplo, que disfruté el sol comiendo en la terraza. Que esta mañana se me pegaron las sábanas. Que hay algo de tristeza en ellas… en esas sábanas. Que a las 12 planeó para mi sola un pequeño halcón. Que desempolvé un par de libros que volveré a leer con ganas. Y que todo lo terrible ha pasado…
Lo terrible ha pasado porque ha mutado. Hasta los monstruos dejan de serlo cuando ya no hay albaranes de respuesta. O será que los monstruos no existen (esto ya me lo decía mi madre). Pero el que no existan no significa que no haya tiempo para lo atroz.
Hay mentes perversas que usan la yugular como método de ensayo. Mujeres y hombres y viceversa que se esconden en trajes de humo. Que se sienten fuertes. Tipos duros y femmes fatales dispuestos a abochornarte la vida. La maldad escondida. Y como cantaba aquel, la verdad vencida.
Tenemos deudas que aplastan los intereses de quienes ya no pueden más. Y toda la arrogancia en un patio de Congreso. Damos armas y puñales a quienes mueven las leyes a su antojo. Desde la poltrona veo crímenes que dejan a un país sin pan ni cebolla… Ay, Miguel. Vuelve aquí y tráete contigo de nuevo tus versos. Que se nos mueren de hambre los que consiguieron que hoy tengamos un descanso, un trabajo y un suelo donde plantar raíces…
Brillan por reflejo las almas impuras que se pintan de nácar hasta las entrañas. Salta a la fama la podredumbre. Muere el campo de ideas donde no tenemos sitio para la riqueza. La creatividad salta al embarcadero de otros países. Chirría el sentido común… pero nosotros seguimos moviendo banderolas.
Me duele el vacío. Que las malas moras nos pringuen los vestidos. Que los eruditos se rompan las gargantas en sus aulas donde quizás a alguien le dé por pensar. Que pensar no sea un hábito. Y que el hábito, del tipo que sea, siga haciendo al monje.
No llego a los 40. Desde luego que me falta. Pero he visto mucho: lo bueno; lo que ensucia. He oído demasiado: lo que arraiga; lo que escupe. He callado, aunque las más, he hablado. Sólo he tenido stockage de ganas. Sí… ganas… Esas me siguen saltando por encima. Cada día.
Somos tan jóvenes o tan viejos como diga el corazón. Porque hay niños en Siria que te cuentan la historia del mundo con una sola mirada. Venezolanos que hace demasiado que no ven el sol. Intentos suicidas de arreglar el mundo con bombas. Animales huérfanos de todo porque el todo que les falta nos lo fumamos nosotros. Pasos de soledad en los refugios. Territorios rotos. Pies llenos de callos que buscan agua a base de polvo en el camino. Niñas que no saben lo que es serlo. Planes de futuro para que no lleguemos a verlos.
Pero, ¿y en esto, qué queda?
Queda todo lo demás. Que es mucho. Es mucho más que mucho. Es infinito. Indestructible. Lejano al vicio. Fuera de los que corrompen, codician y consumen. Una sola cosa que abarca lo pequeño y por ende lo mayúsculo. Sin dudas. Y afortunadamente, también sin miedo. Queda lo que no se cuenta en diarios y pantallas, pero que está moviendo al mundo…
Queda el amor, señores.
El amor.
Siempre el amor.