
"Se detuvo un par de veces para echar un vistazo a la sala de estar, donde Jude seguía en la misma postura, con los ojos cerrados, el puño apretado y la cabeza ladeada para que no pudiera verle la expresión."
Hace unos meses yo tenía una reseña escrita que comenzaba con esta frase:
"The only trick of friendship, I think, is to find people who are better tan you are - not smarter, not cooler, but kinder, and more generous, and more forgiving- and then to apreciate them for what they can teach you, to try to listen lo them when they tell you something about yourself, no matter how bad -or good- it might be, and to trust them, wich is the hardest thing of all. But the best as well"
El libro era A little life, una novela enorme y desgarradora que había marcado un pequeño punto de inflexión en mi ruta lectora ya que paralizó otros títulos hasta finalizarlo. Pero no saqué la publicación. Y no lo hice porque descubrí que Lumen iba a editarlo, y quise leer la traducción al castellano y esperar a hablar de un libro que no hubiera que pedir y solicitar, sino que estuviera al alcance de cualquiera en una librería. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, Tan poca vida.
Ambientado en un impreciso presente, conocemos a cuatro amigos de la universidad que se trasladan a la gran ciudad, Nueva York, para conseguir sus sueños. Serán, JB, Malcolm, Willem y Jude. Todos ellos persiguen su sueño y nosotros seremos testigos de sus éxitos. Veremos, además, como la historia se va centrando en Jude, un juguete roto por algo que le ha sucedido en el pasado.
Con este argumento Hanya Yanagihara construye una conmovedora novela que se contradice tanto en contenido como en extensión con su título, Tan poca vida. Porque hay mucho que contar y muchísimo que sentir tras esa cubierta ya conocida por todos.
Comenzamos la historia con entusiasmo para ir descubriendo que en realidad trata de la vida de Jude, de su cuerpo maltratado por cortes que le dejan surcos ni la mitad de dolorosos que los que lleva su alma. Y asistimos también a la incapacidad de comunicarse, a su necesidad de ser tocado y querido frente a su aversión a que le toquen. A su lucha diaria. La autora va desgranando su vida mientras nos sentimos asolados y morbosos por no ser capaz de dejar de mirar. Y quizás por eso nos coloca el contrapunto, ese entorno, esos amigos que rescatan, que comprenden, que reflejan a su vez lo mejor sin que parezca muchas veces ser suficiente. Nos muestra esa amistad entre los protagonistas, todos ellos hombres, principalmente entre dos que van más allá de una simple amistad, y también los muros a la hora de hablar abiertamente, de mostrar sentimientos, de exponerse. Y, por supuesto, sin aligerar en ningún momento una historia que consigue conmover al lector desde las primeras páginas. Quizás sea esa ansiedad durante la lectura la que nos obliga a seguir leyendo, y más allá de eso, nos hace partícipes de ese voyeurismo que antes comentaba. Porque difícilmente se resiste uno a comentar lo que esta lectura le provoca, como si buscara un consuelo, olvidando que otras veces, estas lecturas las hemos hecho en solitario, contagiados por la caida libre sufrida entre las líneas de la novela.
Todas estas sensaciones se intensifican porque la autora deja fuera la otra vida, esa que nos ayudaría a saber el año exacto, el momento exacto, y no nos da más que detalles alrededor del grupo principal. Si en algún momento al comenzar la lectura pensamos que era una crónica, esa sensación se desvanece pronto, aunque posiblemente creamos que estamos en la época actual, tal vez en unos pocos años... nada exacto, qué importa en realidad. La sensación de burbuja es lo que se busca y se logra en esta novela. El consuelo y el desconsuelo, consiguiendo que una y otra vez nos preguntemos hasta qué punto va a ser capaz de aguantar, o vamos a serlo nosotros... y ambos lo hacemos hasta llegar al final de este libro realmente inolvidable.
Llegados a este punto muchos os preguntaréis por qué recomendar un libro así. La respuesta es fácil: no me gustan las lecturas convertidas en agua, que no provocan sensación alguna y se olvidan incluso más rápido de lo que se leen. Me gusta reír y también llorar, conmoverme, sentir pena, pasión, desgarrar y morder. La vida está llena de sentimientos y la literatura nos acerca muchos desde la distancia, con arnés, y esos.. esos quiero sentirlos todos. Además, lo mismo que no he conocido a nadie que haya quedado indiferente con la lectura de Tan poca vida, tampoco he conocido a nadie que se haya arrepentido de leerlo. Y, si ha habido voces que se han alzado cuestionando el realismo de la narración frente a la sobrecarga que impone la autora, cosa que comprendo, yo hago especial hincapié en el realismo de los sentimientos que despierta. Y eso, amigos lectores, es algo que no se puede impostar. Ahora me toca buscar el anterior título de Yanagihara.
Y vosotros, ¿sois de los que buscáis historias que no os dejen indiferentes?
Gracias.
"No creo que la felicidad sea para mi."
