Tangoo quizás no sea una de esas ciudades que haya que visitar, y quizás no haya una buena razón para hacerlo y gastar un par de días de Myanmar en este pueblo a medio camino entre Mandalay y Yangon. Pero tuve un soplo, de un hotelito y un pueblo que bien merecían una visita. Y los soplos valen más que cualquier Lonely Planet y no me arrepiento en absoluto de haber hecho caso a mi buen amigo Ramón!
Y la razón que me dio Ramón para venir a Tangoo fue un pequeño hotel: el beauty guest house, a las afueras del pueblo con unas vistas impresionantes a los campos de arroz y a las montañas a lo lejos. Otro de los atractivos de este hotel es su majestuoso he interminable desayuno, en el que una vez que te sientas empiezan a sacarte platos y platos con distintas delicias, desde samosas indias, curry de verduras, churros, tortitas, papaya, mango, plátanos, lentejas, café, té, zumo, huevos…. vamos uno de esos desayunos que uno no olvida fácilmente.
Pero la principal razón para acabar aquí fue un pequeño pueblo, al otro lado de las plantaciones de arroz, donde es una pasada sumergirse, y sentir de nuevo ese subidón de adrenalina quizás, por sentir la hospitalidad y el cariño de la gente ese que hacíae ya un tiempo no sentía de una manera tan tan descarada. Y es que al entrar por el pueblo te descubre un pequeño niño que corre la voz y en menos de tres minutos te ves rodeado de niños que se hacen fotos contigo y te van llevando a sus casas para que conozcas a sus padres, siempre claro está sin hablar ni una sola palabra de inglés.
Todo esto bajo una agradable y esperada lluvia monzónica la cual no ha dejado de caer desde hace un par de días y no se lo que durará.
Pero bueno, el caso es que pequeños pueblos como Tangoo que no tienen en principio nada emocionante, pueden proporcionar aventuras increibles, simplemente adentrándote en los pequeños pueblos de los alrededores con una sonrisa en la cara y empapado hasta los huesos.