Revista Comunicación
Tanna pertenece a ese grupo no oficial de películas cuyo rodaje, intuimos, es mucho más interesante que el film en sí. Nominada al Oscar en representación de Australia -recordemos que la ganadora fue la iraní El viajante (2016) pero nuestra favorita la alemana Toni Erdmann (2016)- cuenta la sencilla historia de una pareja de jóvenes enamorados, que viven en la isla del Pacífico del título, y se enfrentan a la costumbre del matrimonio concertado en su tribu. Algo así como Romeo y Julieta en la Melanesia. El precedente más claro es un clásico como Tabú, película de 1931, con historia de amor similar en Bora Bora, dirigida por dos grandes como Robert Flaherty y F.W. Murnau. En Tanna el argumento se desarrolla de forma tan inocente como lineal, principalmente porque los directores, Martin Butler y Bentley Dean, no pueden exigir demasiado de sus actores: nativos reales, haciendo de sí mismos, en los escenarios naturales en los que viven: una exuberante selva verde, con ríos y cascadas naturales. Una aproximación realista que refleja la experiencia previa como documentalistas de ambos autores, que debutan aquí en la ficción. El gran valor de Tanna no es dramático -la historia es simple, las interpretaciones son naive, los realizadores debutantes- sino documental, al dar a conocer la vida de esta comunidad, encapsulada en un tiempo previo a la civilización, que han conseguido seguir viviendo, en el siglo XXI, en lo más parecido al edén. Si Terrence Malick propuso las islas del Pacífico Sur como paraíso perdido y refugio de la guerra en La delgada línea roja (1998), aquí la tribu protagonista se enfrenta al belicismo de grupos rivales por tierras de cultivo. Como he dicho antes, lo mejor de la película es su vocación de realidad. La tribu protagonista nos permite ser testigos de sus costumbres: los hombres con vainas para pene llamadas kotekas; las cigarras verdes convertidas en chucherías; los ritos de iniciación y las ceremonias propias de la comunidad; las canciones como mensajes divinos o la inmensa presencia de su gran diosa, un volcán activo, el Yasur, a cuyo cráter se asoman los personajes en momentos de confusión existencial y que propician las imágenes más hermosas del film.