Edición:Libros del Asteroide, 2015 (trad. Marta Alcaraz)Páginas:264ISBN:9788416213245Precio:19,95 € (e-book: 11,99 €)
—¿Te acuerdas de cuando éramos jóvenes y todo el mundo pensaba que las mujeres eran sentimentales? —preguntó Vincent—. Me pregunto quién sería el afortunado que tuvo esa ocurrencia. Descubrir que antes las cosas eran aburridas pero ahora son absolutamente extrañas es algo horroroso. Las chicas a las que conocía las veo ahora como superfluas, pero empiezo a pensar que una mujer que se derrita por ti puede resultar muy atractiva. Pág. 132.
Si pronuncio las palabras «comedia romántica», probablemente algún que otro lector huirá despavorido antes de llegar a la segunda línea, así que voy a añadirles un adjetivo: inteligente. Porque ya lo he dicho muchas veces: no se trata del género, sino del cómo, y el argumento de dos personas que se enamoran, trabajado con cierto sentido del humor, puede dar lugar a numerosas variantes. Las historias superficiales y llenas de clichés que se suelen asociar con el término son solo una posibilidad; por suerte, hay autores que saben modelar esa base para convertirla en una obra bien hecha, cuidada y con la suficiente personalidad para no parecer más de lo mismo. La norteamericana Laurie Colwin (1944-1992), que acaba de ser traducida al castellano por primera vez, es una de ellos. Colwin ejerció de editora y traductora, y se movía entre la clase media-alta neoyorquina, ambiente en el que desarrolla las cinco comedias de costumbres que publicó, entre las que se encuentra Tantos días felices (1978).El planteamiento es sencillo: en los años setenta, Guido y Vincent, dos amigos de veintimuchos años y exitosos en su profesión, se enamoran de Holly y Misty, respectivamente. Ellas, con más o menos muestras de afecto, les corresponden. La autora, que va saltando de un personaje a otro, narra lo que ocurre durante el flirteo y los inicios de una relación: la inseguridad, los primeros encuentros, las confidencias entre amigos, las cenas de parejas o esa sensación de no terminar de conocer al otro. Holly, pulcra, perfeccionista y un tanto extravagante, sería la mujer perfecta si no fuera porque de vez en cuando necesita tomarse unos días para ella misma, algo que Guido no comprende. Misty, por su parte, encarna a la rebelde con causa, procede de un entorno muy diferente al de Vincent y sus modales resultan tan ariscos que a menudo descoloca a su chico («No soy maravillosa. Soy el azote de Dios», pág. 83). Ninguna de las dos tiene un carácter fácil, y los amigos deben aprender a entenderlas (o, al menos, intentarlo).El mérito de Colwin reside en su poderoso ingenio y su habilidad para los diálogos —podría haber sido una buena guionista—. Escribe con elegancia, frescura y humor, huye de lo empalagoso y deja que el peso de la historia recaiga en las conversaciones, en los pequeños dilemas existenciales que se plantean los personajes a lo largo de la aventura de conocer al otro. La trama en sí tiene sus debilidades, como la tendencia a emparejar a todo secundario que aparezca, los problemas en el trabajo y ciertos tópicos en el avance del romance, pero se le admiten como licencias del género, y porque Colwin domina tanto su material (la interacción de la pareja) que compensa todo lo demás. Es una gran narradora, de las que han alcanzado un estilo depurado y limpio, sin pretenciosidades y, por si fuera poco, con una comicidad nada forzada. La novela fluye con tanta naturalidad que invita a pensar que resulta fácil escribir así, que cualquiera lo podría hacer; aunque bien sabido es que lo difícil de este oficio está en saber despojar la escritura de vacuidades.Tantos días felices, además, se puede interpretar como una historia de amor en la que las mujeres marcan el ritmo de la relación. ¿Por qué la autora comienza centrándose en Guido y Vincent, y no en las chicas? La gracia está en cómo ellos se sorprenden al tratar con Holly y Misty, en cómo demuestran su perplejidad al comprobar que las mujeres no encajan en la idea que les habían inculcado —Los hombres que no entendían a las mujeres habría sido un buen título alternativo—. Ni Holly ni Misty se corresponden al patrón de la mujer sentimental, dulce y pasiva: la primera, por su independencia; la segunda, por su naturaleza antisocial. Son mujeres complejas, raras incluso, que derrochan personalidad y toman decisiones por sí mismas. Aunque todos los personajes tienen un punto caricaturesco (sobre todo Misty, la más peculiar), Colwin consigue equilibrarlos para que convenzan, para que parezcan reales y no meros payasos chistosos. Cabe destacar que entre los secundarios también concibe algunos caracteres singulares, como Betty Helen, la eficiente secretaria de Guido.
Laurie Colwin
Se suele decir que un buen escritor es aquel que consigue cautivar al lector hasta cuando le habla de algo manido o intrascendente. Y bien, ¿qué tema está más sobado que una historia de amor? Colwin aprueba con nota: Tantos días felices, una obra repleta de diálogos perspicaces y con unos personajes bien perfilados, construye un mundo propio a partir de lo de siempre, de los flechazos, las dudas, los celos y, sobre todo, los momentos agradables del enamoramiento, porque Tantos días felices es una de esas novelas que rezuman buen rollo en cada escena. No, la sonrisa no está reñida con la literatura. Tampoco la ligereza. «Tú crees en los finales felices. Yo no. Tú crees que todo va a salir bien. Yo no. Tú crees que todo es fabuloso. Yo no» (pág. 200), dice uno de los protagonistas. Quien esté dispuesto a creer en los finales felices —y a tomarse la vida con humor— encontrará aquí un estupendo divertimento.