A esta patilarga que escribe a este lado de la pantalla y que hace más de 20 años atrás iba a clases de ballet por prescripción médica para ver si era capaz de encontrar una armonía entre mis piernas y mis brazos y que su relación de coordinación fuera de amor y no de odio le ha sacado una sonrisa enorme reconocerse en este libro, nombre incluido.
Y es que ya lo dijo alguien hace algún tiempo, “La vida está en los libros, sólo hay que saber leer entre líneas”
“Las otras niñas bailan cada vez mejor. El corps de ballet de los pájaros revolotea y remonta el vuelo, sissonne, sissonne, sissonne.
Sí, yo también me sé todos los pasos, pero, claro, yo soy simplemente Tanya. Mis pies son los más torpes, y la verdad, no tengo alas. Al acabar la clase tengo que quedarme ensayando yo sola.
–Pobre Tanya, realmente parece el patito feo–, oigo murmurar a alguien.”
Y es que si David Trueba retrató a la perfección un trocito de mi adolescencia en Saber Perder, Patricia Lee Gauch ha clavado aquellas tardes de ballet con 5 años.