No sé si echábamos de menos la lluvia, pero no nos importó que en Galicia cayese sin apenas pausa durante casi cuatro días. Fueron días en los que salimos poco, un largo paseo con los perros la primera tarde bastó para hacernos desistir. Ni siquiera mis nuevos botines de agua consiguieron mantener secos mis calcetines, no es que la goma no fuese impermeable, sino que poco podía hacer contra el agua que chorreaba desde el resto de mi ropa. Cuando mi capucha se mostró inservible, me refugié debajo del paraguas de House, aunque eso solo sirvió para que ambos nos mojásemos a conciencia. A veces los hombres tienen razón y las mujeres abusamos de su caballerosidad (les toca compartir el postre, que no siempre es el que ellos hubieran elegido, o como en este caso, se mojan cuando llueve pese a ser los únicos previsores que han salido armados con paraguas).
Una de las tardes, las mujeres abandonamos a los varones a su suerte para dedicarnos a una sesión de belleza: limpieza, mascarilla, cremas, poner en práctica los trucos de maquillaje aprendidos en los tutoriales de youtube, etc. Como no pretendíamos excluir a nadie, les invitamos, pero ninguno quiso apuntarse; a House la mera idea de untarse una crema le da dentera. Los demás no son tan radicales, pero aún así no parecían inclinados a probar las bondades del maquillaje.
No me sorprendió descubrir que en mi equipaje, con solo lo básico, había más productos de cosmética que en toda la casa, pese a que la hermana de nuestro amigo vive allí todo el año. Imposible hacer una sesión con lo suyo salvo que intentásemos preparar recetas de belleza caseras en la cocina. Cogí mi maletín y nos pusimos manos a la obra.
El primer paso consistió en limpiar bien la piel con agua micelar. Conviene dejar los apósitos empapados sobre los ojos durante unos segundos para evitar frotar los párpados, simplemente se presiona ligeramente y se retiran con cuidado. Un repaso elimina hasta las últimas trazas de suciedad. Nos pusimos una buena capa de mascarilla Tomatox de TonyMoly y la dejamos actuar unos minutos. Aproveché el tiempo de espera para colocar todo mi arsenal sobre la mesa e investigar el neceser de mi pupila, pero aquel pobre neceser estaba muy necesitado. Hicimos una lista de imprescindibles: agua micelar, hidratante o crema de cuidado (prebase para el día, un concepto nuevo para ese estuche), maquillaje, corrector (lo ideal es uno más claro y otro más oscuro, que entre ellos se pueden combinar), lápices de ojos y labios, pintalabios, colorete y sombras básicas para ojos y contorno. Los serums, las brochas y los pinceles quedaron pendientes para la próxima sesión.
Tras preparar la piel, comenzamos los trabajos de restauración. El maquillaje es precisamente eso, restaurar, algo de lo que enseguida se dio cuenta mi acompañante que estudió Bellas Artes y que, además de a pintar, se dedica a restaurar obras de arte. Cierto que, a veces, cuando me dedico a extender los productos a brochazos, me siento igual que un pintor delante de su lienzo, y disfruto como un niño al que le dejan embadurnarse de colores, como cuando de pequeña hacía pintura de dedos en la guardería, pero no había llevado al plano consciente la relación entre arte y maquillaje básico, aunque el principio técnico de no salirse y el estético de escoger bien los tonos para no acabar hecha un cuadro es fundamental.
Gracias a su experiencia en la recuperación de obras ajadas, mi alumna no tardó en aprender los trucos que ayudan a marcar los pómulos, disimular defectos, afinar la nariz, perfilar el rostro y resaltar los ojos. Para corregir, nada como un bastoncillo (que nunca hay que meter en los oídos), una gota de agua micelar en el algodón borra al instante cualquier mancha y limpia las líneas.
Este fin de semana cuento con una nueva víctima: hermanísima me ha dejado a su hija pequeña para que la arregle en la próxima boda, que ella se encargará de sobrinísima y... (la incógnita es cuántas rellenarán esos puntos suspensivos, menos mal que tiene práctica). Maquillar a otro es toda una responsabilidad.