Revista Diario
Es una tarde de domingo cualquiera. Una repentina bajada de temperaturas y una lluvia inesperada nos transporta a la estación del año en la que por fin estamos, el otoño.
Rayo se quedó dormido en el último momento, siempre lo hace, cuando ya no es hora de siesta, él se las ingenia, se acurruca en nuestra cama y se queda plácido, ajeno a todo lo demás. Y ahí está, dormido, tranquilo en esta tarde tan otoñal y tan bonita.
He entretenido mi tiempo preparando una pequeña mochila con lo imprescindible y necesario en caso de que nos tengamos que quedar mañana. Ya soy experta en saber qué necesitaré o qué no si debemos pasar allí la noche. Solo falta incluir algunos juegos que le diviertan y nos hagan a todos más llevadera la espera.Tengo un nudo grande en el estómago.
Mi chiquitín ha pasado un fin de semana tranquilo, alegre, muy feliz como si nada pasara. No hemos podido hacer muchas cosas, salir, coger el coche en grandes distancias, todo ello le altera, le provoca más dolor. Pero con todo y eso no ha parado un momento, ¡cómo puede estar tan activo! Nadie a nuestro alrededor ha notado nada, nadie sabe nada. Nadie diría que mi hijo mañana irá a un hospital.
Pero su escala de dolor nos ha mostrado su realidad paralela. Cada día, varias veces ha marcado su dolor en una escala numérica del 1 al 10. El papel no deja lugar a la duda. Ahora sabemos que no debemos dejar pasar ni un día más.
Aunque parezca que todo va bien, no va. Aunque parezca que él esta normal, no lo está. Eso es lo que más nos desconcierta. Y pensando fríamente nos damos cuenta de la cantidad de cosas que hemos dejado de hacer porque a mi pequeño no le van bien. ¿Cuánto más aumentaría la lista de cosas no aptas para Rayo? Vivir no es privar, vivir es arriesgar.
Y aunque este nudo que tengo irá aumentando a medida que pasen las horas, sé que no puedo hacer otra cosa. Mañana nos pondremos en las manos de su médico y me dejaré llevar. Por primera vez desde que mi hijo tenía 15 meses me dejaré llevar porque ya no puedo hacer otra cosa.