
Leonid Mamchenkov @ Flickr.com (CC BY 2.0)
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La humedad ha ido corrompiendo la pintura, hasta desdibujar sus ángulos. La balaustrada aparece ahora cubierta de pústulas blancas, a las que el humo del tráfico ha convertido en churretones. Y en su interior se apretuja media docena de personas, que juegan a la brisca o al envite sobre un mantel de plástico a cuadros.
Así se me presenta la escena, a ojos de burgués, mientras la observo día tras día a través del parabrisas. Y en este caso corresponde a Cuesta de Piedra, pero se repite hasta el infinito en Taco, San Matías, Ofra o Cruz del Señor.
Por esta época los barrios populares de la periferia de Santa Cruz se encastillan en los patios y las azoteas. Y entre sudores, a la caída de la tarde, reproducen ritos y juegos que transitan de generación en generación. El verano es su lienzo, el ventilador su herramienta y el ocaso su cómplice.
Durante un segundo, el burgués solitario curiosea y envidia. Al instante siguiente desembraga y ajusta el aire acondicionado.
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