En su libro autobiográfico Adiós a la universidad. El eclipse de las humanidades, el profesor Jordi Llovet alude a la visión que el filósofo Friedrich Schleiermacher (1768-1834) tenía de la universidad, para quien la tarea de ésta había de consistir en "despertar el ideal de la erudición (Gelehrsamkeit) en los jóvenes de noble espíritu ya provistos de un conocimiento en materias muy diversas; ayudarles a dominar el saber en el campo particular de conocimiento al que quieren dedicarse, de modo que, para ellos, se convierta en una suerte de segunda naturaleza el considerar cualquier cosa desde el punto de vista de la erudición, y ver cualquier materia concreta no aisladamente, sino en sus eruditas, estrechas conexiones, relacionando constantemente esta materia individual con la unidad e integridad del saber (cursivas nuestras), de manera que a lo largo de toda su formación aprendan a ser conscientes de los principios de la erudición, y, así, adquieran, por sí mismos, la habilidad de llevar a cabo la investigación, lograr innovaciones y presentarlas a los demás generando conocimiento merced al estudio de tales cosas por sí mismas. Esta es la tarea de la universidad." (en p.52, 53)
Y continúa citando a Schleiermacher: "El verdadero espíritu de la universidad consiste en dejar que reine la mayor libertad en el seno de cada una de sus facultades. Es completamente estúpido ordenar normativamente el orden en que los cursos deben sucederse, o dividir el conjunto de los saberes en sectores delimitados. (...) Ello significaría un acicate al estancamiento; por el contrario, cada dominio científico queda insuflado con una nueva vida cuando otros individuos, sobre todo de formación diferente, retoman su estudio desde sus fundamentos. (...) A ello se debe que la preponderancia de enseñanzas con un título fijo manifieste una mentalidad más escolar que verdaderamente universitaria." (en p. 53) "Si un Estado destruye el centro y la cuna de todo conocimiento y aísla toda empresa científica (...) arrancándola de sus interrelaciones más vivas, entonces la intención, o, al menos, el efecto inconsciente de dicha acción, no será otro que la asfixia de la libertad de la educación superior y de toda suerte de espíritu científico, con la consecuencia infalible del predominio del espíritu profesional y una lamentable estrechez en el conjunto de los estudios (cursivas nuestras). Las propuestas que aspiren a transformar y a diseminar las universidades convirtiéndolas en escuelas especializadas emanan de personas que actúan sin reflexionar y que se hallan contaminadas por un sentimiento pernicioso." (en p. 54) Ese ideal de erudición, de sabiduría, que ha de despertar la universidad es precisamente un referente del que, en nuestros días, el sistema educativo nos va alejando. No es que la universidad, y en general las instituciones educativas actuales, den la espalda a dicho ideal, sino que, con su pretensión de vertebrar y sectorizar el conocimiento, contribuyendo de ese modo a una superespecialización del conocimiento, nos va alejando de él. Apenas podemos ya apreciar su presencia, que no se muestra ni si quiera en forma de ausencia. El verdadero problema, en este sentido, no es tanto que dicho ideal no impulse el aprendizaje como que ya no se tenga constancia de su presencia, máxime cuando en nuestros días las futuras leyes educativas pretenden erradicar todas aquellas disciplinas que tienen que ver con la historia de las ideas, de las concepciones que han resultado de ese espíritu -filosófico- del que habla Scheleiermacher. Y es que ese ideal de erudición es propio del filósofo, del amante del conocimiento, de quien renuncia a la especialización en aras de una comprensión profunda del conocimiento humano, de quien opta por la libertad en lugar de quedarse en el género y la especie, en la plaza y la oferta.
Está claro que las humanidades no sirven para hacer cohetes que nos lleven al espacio, infraestructuras que faciliten las comunicaciones o nuevas vacunas que curen enfermedades, ¿pero quién ha dicho que la legitimidad del conocimiento reside en su practicidad o rentabilidad? No todo el conocimiento está pensado para abrir nuevas posibilidades para el ser humano; más aun, no todo el conocimiento necesita de una legitimación para tener lugar. De hecho, hay un tipo de conocimiento que no está orientado a ningún fin, ni siquiera al de resolver problemas. Este conocimiento, por el que aboga Schleiermacher, es el filosófico, que no aspira a ninguna meta -como no sea la de buscar desinteresadamente la verdad-, sino que responde a una necesidad, a un afán. Por su parte, la historia de las ideas y de las concepciones del mundo nos descubre que ese afán de conocimiento es lo que permite al científico armarse con todo lo necesario para idear teorías sobre el mundo y el ser humano, que toda revolución científica está precedida de una comprensión de los principios metafísicos y epistemológicos que toda teoría contiene; en definitiva, que la libertad es el presupuesto del conocimiento.