Tengo un defecto, bueno… tengo muchos pero no vienen al caso. Pero éste en cuestión si que atañe al tema, y no es otro que lo que me puede gustar regresar a los lugares o ciudades que previamente he visitado en otra ocasión. No diré que esté al mismo nivel que el vicio o la necesidad imperiosa que tenemos por conocer sitios nuevos, pero poco le falta. Y es que cuando vuelves a aquella ciudad en la que ya habías estado en otra ocasión, las cosas se ven de otro modo, te cambia las prioridades de los lugares a visitar y tu vista se fija en cosas que la primera vez te pasaron totalmente desapercibidas. O acaso en una primera vista a una ciudad alguien se fija en los que se desplazan al trabajo en su sccoter, o en las madres y padres que esperan a sus hijos en la puerta del colegio mientras se ponen al día de los chismes más recientes, o cuáles son los productos frescos que esa “mamma” italiana elige en cualquier mercado de Roma y que se llevará a su casa para preparar la comida del día, toda una institución en Italia, me refiero a la hora de la comida, bueno, y a las “mammas” también. Y es que, a pesar de haber estado en cinco ocasiones en Roma y, habiendo visitado todos los monumentos habidos y por haber, no nos aburre nada esta maravillosa ciudad. Simplemente nos dedicamos a profundizar en barrios que, o bien no habíamos visto en anteriores veces, o los conocíamos muy de pasada. Lo que pasa es que acabábamos de estar hacía poco más de tres meses y tampoco es cuestión de desgastarla. Así que había que encontrar una alternativa, ya que nuestro espíritu inquieto no aceptaba una larga estancia de doce horas sólo en Civitavecchia. Y esa alternativa existe y se llama Tarquinia.
Después de desembarcar tranquilamente del Constellation, tomamos el shuttle de la autoridad portuaria, y una vez fuera del puerto, compramos los billetes del autobús en el café-heladería que está justo a la salida de la terminal. También suele disponer de billetes la oficina de turismo de Civitavecchia, pero en nuestro caso las chicas no los acababan de encontrar por ninguna parte. Ya con los billetes en la mano fuimos a la parada, frente a la catedral de Civitavecchia, a esperar al autobús. Allí se nos acercó un barrendero italiano a pedirnos fuego para encenderse un pitillo y le prestamos el mechero. Dicho mechero, de color rojo en su totalidad y sin grabados de ningún tipo, sirvió para entablar una interesante y larga conversación, ya que con una gran imaginación por su parte, atribuyó el color del mismo a la selección española de fútbol. A partir de ahí la conversación derivó de la magnífica “squadra” de España, a la inseguridad ciudadana que se vivía en Civitavecchia donde, según él, se producían muchos robos en viviendas, en comercios y en vehículos atribuibles a la inmigración (no diré nacionalidades), las malas perspectivas de trabajo y los temas candentes de los gobiernos de Berlusconi. En fin..de todo un poco. Pero lo que si que percibimos es el cariño que nos tenía a los españoles. Decía: “Spagnoli e italiani sono molto simili come fratelli”. Va a ser verdad lo que vimos en un programa de televisión, en el que un español residente en Turín confesaba que, los italianos nos quieren mucho más a nosotros que lo que les queremos nosotros a ellos.
Y después de un trayecto de unos tres cuartos de hora, y con el autobús medio vacío, nos apeábamos delante de la puerta principal de entrada a la ciudad amurallada de Tarquinia, la Puerta Florencia. La oficina de turismo se encuentra allí mismo, y sin problema alguno de colas, ya que entramos los seis ingleses y nosotros dos, nos facilitaron plano y toda la información necesaria para no perderse ningún rincón de esta ciudad. Situada en lo alto de una colina esta pequeña ciudad nos sorprendió gratamente por lo cuidada y el buen estado de conservación Una vez atravesada la puerta de la muralla nos encontramos con la Piazza Cavour, lugar donde se encuentran el Palazzo Vitelleschi que alberga el Museo Arqueológico Nacional Tarquiniense con piezas sacadas de las excavaciones de la Necrópolis Etrusca, y dos de las pocas terrazas de cafés que te puedes encontrar en la población. Muy cerca, y siguiendo nuestro itinerario, encontramos el Duomo de la ciudad y la Piazza del mismo nombre, una construcción muy sencilla con el campanario anexo. Al haber llegado por la mañana, subiendo por la calle principal del Corso Vittorio Emanuele, llegamos al mercado matinal ubicado en la Piazza Matteotti con la bella Fontana di Piazza, junto al Palazzo Comunale y la iglesia del Suffragio, donde esperábamos encontrar uno de esos coloridos mercados de frutas y hortalizas tan típicos en Italia y no uno con bufandas, gorros, bragas, calzoncillos y demás artículos típicos del baratillo. Hasta estos recónditos rincones llega la poderosa maquinaria de exportación de los chinos, qué le vamos a hacer.
El resto de la visita a Tarquinia lo dedicamos a callejear sin rumbo fijo, disfrutando de sus muchos rincones con encanto, de sus calles empedradas, antiquísimas viviendas de piedra y sobre todo de las preciosas vistas que ofrece desde su muralla y que alcanzan hasta el Mar Tirreno. Y como no, recorrer todo el casco urbano en busca de uno de los símbolos más representativos de Tarquinia, sus torres, como la Torre Barucci o la Torre Dante. No hay que perderse las vistas abiertas que ofrece el Belvedere della Ripa, sobre la muralla y con los campos sembrados a los pies de la colina, y el Belvedere Parco delle Mura con vistas privilegiadas a la Necrópoli Etrusca. Por cierto, que con tantos paseos por la ciudad, y tantas paradas que hicimos en distintos sitios, se nos echó el tiempo encima y ya era muy arriesgado desplazarnos a la necrópolis, Patrimonio Mundial de la Humanidad, con lo que quedará para otra ocasión. Fue un fallo de planificación por nuestra parte, ya que sería la primero que tendríamos que haber hecho, tomar un autobús urbano que nos llevara allí, al encontrarse a unos pocos kilómetros del centro de Tarquinia, y una vez visitada dedicar el resto del tiempo a la ciudad.
Para resumir, es una opción agradable para los que ya conocen Roma, o bien no quieren desplazarse hasta ella. Muy fácil de llegar desde Civitavecchia, y sobre todo para pasar un día relajado y tranquilo lejos de las hordas de turistas (y cruceristas) que invaden a diario la Ciudad Eterna. Aunque eso si, por ser una ciudad amurallada que nadie espere encontrarse algo espectacular estilo a la ciudad italiana de Bérgamo. Tiene rincones muy agradables y sobre todo que con unas horas basta para conocerla bien sin que nos dejemos nuestro físico en el intento.
Vistas desde el Belvedere della Ripa
El Duomo de Tarquinia
La Porta Interna di Castello
Interiores del Palazzo Vitelleschi
Palazzo Vitelleschi
Imágenes de Tarquinia