Poco después de superar el año 1000 a.C., el mar Mediterráneo era surcado por navegantes fenicios y griegos que salían de la Edad Oscura mediante la expansión de sus artes comerciales, la cual iría acompañada de las historias, relatos y descripciones de los nuevos territorios explorados, dándonos por primera vez una panorámica general de la situación política en el Mediterráneo y de los reinos y pueblos con los que establecieron contacto. Como ha ocurrido a lo largo de toda la historia, son los territorios más lejanos los que mejor se prestan a servir de escenario para todo tipo de relatos mitológicos o legendarios, y este será el caso de Tartessos.
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Tartessos, el reino del lejano Occidente
En este sentido parece evidente que para los navegantes orientales, tanto fenicios como griegos, los territorios situados “más allá de las columnas de Heracles” debieron ser una zona de grandes tesoros, seres fantásticos y sociedades exóticas que estimularan la imaginación y el ansia de riquezas. Más aún cuando los primeros contactos comerciales, que según Herodoto de Halicarnaso debemos a los griegos foceos, confirmaron las grandes riquezas minerales de los pueblos asentados en el valle del actual Guadalquivir y la costa sur de la Península Ibérica. Es precisamente desde la visión de estos pueblos orientales -reinterpretados en ocasiones por autores latinos- de donde nos han llegado las fuentes literarias del reino de Tartessos. ¿Cómo vieron estos lejanos viajeros a las sociedades protohistóricas de la región que hoy conocemos como Andalucía?
La mitología griega situó en Tartessos el robo por parte de Heracles de los toros del rey de tres cuerpos Gerión. Y es a través de Gerión como se puede establecer una dinastía de reyes míticos, cuyas raices llegan hasta Medusa y las Gorgonas, e incluyen a Nórax, conquistador de Cerdeña, Gárgoris y Habis, el rey civilizador cuya leyenda tiene paralelismos con los reyes y reinas de Asiria, Persia o Roma. También hay autores que ven en este reino el Jardín de las Hespérides de la diosa Hera, cuyos frutos otorgaban la inmortalidad.
Pero Tartessos fue también un espacio humano real que captó prontamente el interés de exploradores, comerciantes y colonos orientales. Fuentes latinas parecen situar a Tartessos en la desembocadura del Guadalquivir, como creyó Adolf Schulten a principios del siglo XX. Herodoto nos pone en perspectiva sobre las posibilidades comerciales que aquel reino ofrecía. Según el historiador, las naves griegas encontraron un reino que si bien ya comerciaba con los fenicios, aún estaba en su mayor parte inexplorado. Las relaciones diplomáticas entre jonios y tartésicos, bajo el reinado de Argantonio, fueron las propias de una alianza, dando este rey financiación para sus gastos militares a los griegos ante la amenaza persa, e incluso ofreciendo refugio si lo desearan.
Pero no fue hasta 1958 cuando hemos podido contrastar estas con la evidencia arqueológica. Sin embargo, pese a los cada vez más abundantes restos arqueológicos encontrados, no se ha encontrado ninguna urbe que pueda ser identificada con la presunta capital de este reino. La primera prueba de un reino rico y desarrollado es el llamado tesoro del Carambolo de Camas (Sevilla), un conjunto de piezas de oro de alta calidad y origen oriental y que muestra las fuertes relaciones de este territorio con las colonias fenicias de Gadir y Malaka, más aún tras el hallazgo de un santuario a la diosa fenicia Astarté en 2005. Posiblemente el pueblo tartésico desciende de los grupos que habitaban el sur peninsular desde tiempos neolíticos y la Edad de Bronce. Entre el 900 y el 700 a.C., hay una intensificación en la actividad minera en las regiones occidentales de Andalucía, coincidiendo prácticamente con la fecha arqueológica para la fundación fenicia de Gadir. A partir del 700 a.C. se introducen técnicas fenicias en la cerámica y la orfebrería así como en los ritos funerarios, y desde el 600 los numerosos hallazgos de cerámicas y objetos griegos en esta región nos informan de la apertura comercial al mundo griego de Tartessos.
Sin embargo la situación internacional estaba a punto de cambiar. Desde el siglo VI decaen las fundaciones fenicias, coincidente con el ascenso de Cartago, cuya situación en un punto estratégico en el centro del Mediterráneo favorecerá sus ansias expansionistas. En el 535 a.C. la victoria cartaginesa y etrusca sobre los griegos en Alalia rompe las comunicaciones entre el Egeo y Tartessos. A finales de este siglo se observan evidencia de incendios en algunos yacimientos de Tartessos y el abandono de una parte de los mismos.
El siglo IV va a ser una época de decadencia. El auge de Roma y Cartago, hicieron que el Tartessos dejara de ser un territorio mítico o comercial, para ser un espacio de conquista o, al menos, dominación. Durante los siglos IV y III a.C. Cartago ampliará su presencia en Hispania, y más aún tras el fin de la Primera guerra púnica, que los llevó a asegurar y extender su posición en la península ibérica militarmente. Pero aquí las fuentes ya se refieren a un suroeste peninsular ocupado por el pueblo turdetano aparentemente heredero de la antigua Tartessos.
Con la entrada de la Península Ibérica y sus pueblos en el “gran juego” de romanos y cartagineses se produce también la entrada en la historia propiamente dicha y la salida de los tiempos protohistóricos, con toda su fascinante carga de leyendas y mitos exóticos que llevan asociados aquellos pueblos históricos que, por primera vez, dejaron constancia de sus viajes al entonces aún lejano occidente.
Autor: Javier Campos Vidal para revistadehistoria.es
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Bibliografía
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LOMAS SALMONTE, F. y BLÁZQUEZ, J. Historia de España antigua. 1st ed. Madrid: Cátedra, 1981.
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