Revista Cultura y Ocio
A Mario Catelli, con cariño
Hoy me he levantado temprano para hacer los deberes de un curso de Jazz y Literatura. Nos da clase un escritor y saxofonista absolutamente encantador que parece contener toda la calma del mundo en sus grandes ojos azules, y llevar en las manos los juegos de llaves que abren palabras y ritmos y todas las puertas.
Escribe cualquier cosa, dijo, tres o cuatro párrafos de lo que sea, no hace falta que sea una historia, lo que te pase por la cabeza. Y cuando lo tengas, lee ese texto mientras escuchas a Cannonball Adderley tocando Autumn Leaves. Y entonces vuelve a escribir esos tres párrafos otra vez, desde cero. Y verás.
A la segunda o tercera escucha los dedos me piden teclado y miro esos tres párrafos que eran más una reflexión que literatura y empiezo a desmenuzarlos entre los dedos y es como si al principio fueran de metal sólido pero se estuvieran volviendo de mercurio y entonces aparece una noche húmeda y sin gatos y un local donde están tocando jazz y ahí llega Frankie y se sienta junto a un chaval que estaba tranquilamente tomándose un bourbon y Frankie empieza a hablar y le dice amar a los otros es fácil, demasiado fácil, muchacho, y aquello que era una nonada se convierte en una historia con principio y fin y su personaje principal y sus secundarios y su escenario y me detengo y me doy cuenta de que he llenado tres páginas enteras casi sin respirar.
Las releo ahora y pienso que tal vez ahí fuera haga frío y el viento desbocado golpee los cristales, pero aquí dentro la mañana de domingo es una manzana cálida que hoy me permite morderle los labios con una alegría rotunda, hambrienta y salvaje.