Revista Arquitectura

Tatuajes: El tiro por la culata (y II)

Por Arquitectamos
El otro día os dejé con la curiosidad de saber por qué me había hecho tatuajes, cómo eran, dónde los tenía... (Bueno, dejé con la curiosidad a dos personas. Otra lo acertó desde el primer momento y ahí acabó la intriga. La verdad es que no soy demasiado bueno generando suspense).
En junio de 2016 me diagnosticaron un cáncer colorrectal, en julio me lo operaron con éxito, en agosto estuve de reposo y recuperación y en septiembre empecé con la radioterapia. Me dieron 27 sesiones entre septiembre y octubre. Y después me puse con la quimioterapia.
Todo salió estupendamente bien y aquí estoy: hecho un pimpollo.
Para la radioterapia había zonas sensibles muy próximas a la afectada y era fundamental no tocarlas; es decir: apuntar los haces de rayos con gran precisión.
Dada mi lesión, lo idóneo en mi caso era ponerme en la no muy airosa postura de tumbado boca abajo y con el culo en pompa. (Se ve uno en cada fregado...).
El primer día no hubo sesión de radioterapia, sino solamente trabajos previos de reconocimiento del terreno y replanteo. Me hicieron pasar a un vestuario en el que me quité todo menos los calcetines y me puse una bata verde cortita con toda la parte trasera abierta. Un paripé para ir desde allí hasta el aparato haciendo el paseíllo, pero nada más, ya que una vez tumbado boca abajo me abrieron y levantaron la batita hasta la espalda.
La foto que sigue me va a ayudar en mi explicación. Este paciente está boca arriba y vestido, y yo estaba boca abajo y casi desnudo (con calcetines, eso sí), pero lo que os voy a contar se ve perfectamente. (Podéis clicar en ella para verla más grande).
Tatuajes: El tiro por la culata (y II)
Me hicieron ponerme boca abajo, como digo, sobre una pieza que hacía un montículo (esa cuña azul oscuro bajo las piernas del paciente de la foto) para quedar con el culo en pompa.
Esa pieza era estándar. La tenían que suplementar con otra a mi medida. Para ello, entre la cuña y yo metieron una bolsa de plástico (la de color azul claro que se ve en la foto) y la llenaron de una pasta muy fluida de fraguado rápido. Me hicieron moverme un poco hacia delante, apoyarme un pelín en las rodillas para mover un poco las caderas... Me menearon los muslos... Y también las nalgas... (Sí, amigos. Pero yo ya había hecho dejación total de dignidad y de vergüenza) ...hasta dejarme en una postura que les pareció adecuada. Entonces me dijeron que me quedara muy quieto y esperaron a que la pasta fraguara e hiciera el molde duro de mi abdomen y mi pelvis.
A continuación -siempre sin moverme un milímetro- me hicieron un TAC con el que vieron el lugar exacto que me tenían que bombardear. Me dijeron que lo primero que tenían que hacer cada día, antes de comenzar la sesión de radio, era colocarme exactamente así, pero como no se me podía hacer un TAC diario me iban a tatuar unos puntos de referencia para hacer puntería cada vez.
Por supuesto que di mi aquiescencia, incluso divertido. Tatuajes. A mi edad (56 años en aquel momento) iba a tener tatuajes.
Me los hizo una de las técnicas que me iba a atender a diario. Llevaba tatuada en la muñeca una rosa de los vientos y me pareció muy bien que además de por necesidad sanitaria les tuviera afición y gusto a los tattoos. Siempre es mejor que estas cosas se hagan con alegría y vocación.
Así que, colocado mi cuerpo (mi culo) en la posición exacta, me tatuaron cuatro puntos: uno en la rabadilla, dos en una nalga y uno en la otra. Son casi imperceptibles, como pecas o lunares.
Como veis en la foto, al fondo hay una estantería con los moldes de cada paciente. Así estaba el mío. Llegaba cada día, me ponía la batita mientras sacaban mi molde y lo colocaban, me tumbaba boca abajo encajándome en esa mi contrafigura siamesa mientras me remangaban la bata, me movían a un lado y a otro jalándome de los muslos y de las nalgas hasta dejar perfectamente apuntada la máquina a mis cuatro tatuajes y me dejaban solo(1). Yo tenía la cara encajada en un cojín cuadrado con agujero y no veía nada, pero me lo imaginaba todo. La máquina hacía ruidos característicos y cambiantes, y aunque nunca pude calcular bien el tiempo que duraba la sesión, acabé reconociendo el inicio de cada fase.
Tantos días así, en un agujero sin tiempo, pensando tonterías (sobre todo la manera de calcular ese tiempo contando mentalmente, cantando, marcando compases, recitando, imaginando escenas) dio incluso para elucubrar la posibilidad de, cuando todo hubiera acabado con éxito, ir a un tatuador a que me uniera los cuatro puntos con un diseño que yo le suministrara: Una especie de recuerdo agradecido a esos días y a esas sesiones. Pensaba en una especie de rosa de los vientos, como la de la técnica que me atendía, o en un mapa a lo Isla del tesoro. Una clave, un secreto, un mensaje oculto que el tatuador me haría con toda exactitud (y a quien después, naturalmente,  tendría que matar).
Pero una cosa es tontear con la máquina de imaginar gilipolleces y otra tomárselo en serio y ponerlo en práctica. Así que sigo con los cuatro puntos casi imperceptibles, y que, todo lo más, parecen pecas o lunares.
Me vais a decir que he hecho trampa con lo que os conté en la anterior entrada. Creo que no. Os dije que tenía cuatro tatuajes y es verdad. No vale contraargumentar que no fueron por capricho, sino por necesidad, porque, de acuerdo: no soy un auténtico "tatuéiter", pero si de verdad hubiera tenido sólidos principios "antitatus" habría exigido que me pintaran los puntos con un rotulador permanente, y que me los repasaran cada dos o tres sesiones: cuando fueran perdiendo visibilidad. Al fin y al cabo solo tenían que aguantar mes y medio.
Pero no: Me hizo gracia. Me presté voluntariamente. Me pareció muy bien.
(Lo que no voy a hacer, a diferencia de mi amigo Valentín, va a ser ponerme interesantón diciéndoos que me tenéis que ver el culo, ni tampoco os voy a poner aquí una foto de mi pandero sabrosón. No lo hago tanto por un pudor mío, que cada vez es más pequeño, como por la generosidad de ahorraros un mal rato).
¿Adónde voy con todo esto? Y yo qué sé. A deciros que es bueno tener unos principios irreductibles, incluso unos principios por los que merezca la pena dar hasta la vida, pero esos son dos o tres. Tal vez cuatro. Lo que es absurdo es tener ideas tan tercas y tan rígidas sobre los tatuajes, los estilos de vida de la gente, la moda, la moral(2), la sexualidad, el fútbol, el cine, la literatura, el sincebollismo, el veganismo, la numismática, la soltería, el dodecafonismo o la arquitectura y no darnos cuenta de que la mayoría de ellas son infundadas y perezosas. Quiero decir que nos ponemos una cataplasma de prejuicios para no pensar y para no dudar.
Cada problema, incluso cada problema arquitectónico, tiene una solución fácil aplicando las fórmulas mágicas y los apriorismos (las cinco reglas, el manifiesto, la receta), y otra difícil (la correcta) aguantando el bofetón de la realidad, asimilándolo y reaccionando con la mente y el corazón limpios para intentar ver con lucidez qué se puede hacer.
Así que ya veis. A lo mejor va siendo hora de contestar al famoso artículo de "Ornamento y delito" que ha desencadenado todo esto y decir que sí, que también mi estética es mi ética. Por supuesto. Pero que a lo mejor no es culpa del ornamento, que a lo mejor el ornamento no es el delito, y que a lo mejor mi ética y mi estética pueden hasta llevar tatuajes. ¿Por qué no?
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(1).- Quiero hacer un homenaje a mis dos radioterapeutas y extenderlo a todas las personas que me atendieron e incluso a todas las que trabajan en la sanidad. Lo que hacen puede tener a menudo facetas desagradables e incluso un poco humillantes. A veces son malas noticias, otras son escenas que exponen lo más desguarnecido de uno, lo más frágil, e incluso en otras se tiene que infligir algún dolor o alguna molestia física o psíquica.
Qué bien que lo hagan con respeto, con humor, con optimismo, y que le hagan a uno sentirse siempre cómodo y simpático.
Mi agradecimiento por ello.
(2).- Aquí viene pintiparada la diferencia entre moral y ética.
La moral (moralis) trata sobre las costumbres; sobre las "buenas" costumbres. Habla sobre todo de sexo, y como corolario a ello, de ropa, de usos, de conveniencias, de decoro, etcétera.
La ética (ethikós) procede de la moral (de la "filosofía moral") pero para tratar el bien.
En principio, las buenas costumbres y el bien coinciden (de hecho la RAE define la ética como moral), pero con la evolución y complejización de la sociedad y del pensamiento libre se van separando, llegando incluso a asociarse la ética con la verdad y la moral con la hipocresía.
Lo dejo ahí. Bastantes jardines tengo yo con la arquitectura como para meterme en más.

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