Revista Opinión

Taylorismo político

Publicado el 15 febrero 2012 por Rbesonias
Taylorismo políticoUn partido político posee, como cualquier colectivo humano más o menos complejo, una estructura organizativa determinada. Esta le permite gestionar de manera eficaz sus objetivos a través de un sistema de roles y una jerarquía funcional. El modelo de organización interna de los partidos políticos tiende a protegerse bajo el amparo de un núcleo sólido, un órgano de dirección que vela para que la estructura no se resienta en su fundamento, se asegure que el discurso es refrendado por los diferentes órganos del partido y que la cadena de mando no se quiebra en ninguno de sus flancos. Este verticalismo militar no obedece tan solo a factores internos. Los órganos de dirección velan para que la imagen pública del partido responda siempre a una estética de corrección política, subordinada a la estrategia electoral y -cuando está en el poder- a la pervivencia del Ejecutivo.Al principio, en su nacimiento, las organizaciones políticas poseen una estructura altamente orgánica, un modelo horizontal de toma de decisiones. El reparto de roles se diseña de forma natural y todas y todos los miembros de la estructura colaboran en las tareas del grupo. Con el tiempo, la  evolución de estas organizaciones se va volviendo compleja, especialmente si tienen éxito social. El horizontalismo va menguando, para dar paso a un modelo jerarquizado, y los sistemas de comunicación internos pierden eficacia y fluidez. Se crea un aparato de dirección que se blinda contra posibles injerencias virales y surgen corpúsculos internos que buscan acceder a la dirección e intrigan en busca de prestigio y cargo dentro del politburó. Este giro copernicano en la forma de organización se agrava más aún en los partidos políticos, ya que la gobernabilidad lleva aparejado el hándicap de conseguir poder, influencia y nómina. Poco a poco, la voz de las bases, de la militancia, se va apagando, reduciendo su funcionalidad a un mero papel secundario: hablar y votar en las asambleas, pegar carteles y colaborar como interventores en los comicios. Los órganos de dirección controlan la vida interna del partido, asegurando que se cumple la agenda federal. El aparato está más preocupado por mantener una imagen pública limpia ante los medios que en fomentar la participación de la militancia. Poco a poco, el puente emocional, ideológico y organizativo que debiera vincular a la militancia con la ciudadanía se va derruyendo. El partido se muestra al potencial votante a través de la apariencia de normalidad interna que vende en los medios, y no mediante el trabajo colectivo en barrios, asociaciones vecinales y demás grupos del tejido social. Este modelo acaba convirtiéndose por mera inercia e intereses creados en la estructura estándar del partido, sin tener en cuenta los efectos perversos que pueda ocasionar  sobre la ciudadanía. Hoy por hoy, la estructura interna de los partidos políticos tradicionales se basa en un modelo meramente formal. La estructura funciona de forma mecánica, por pura supervivencia interna, ajena a las preocupaciones reales de su militancia o a las demandas de la ciudadanía. El partido se convierte en un Leviatán, un Saturno que devora a sus hijos. Los partidos políticos tradicionales han heredado una forma de organización interna que responde al clásico patrón industrial tayloriano, jerarquizado en grupos de gestión cerrados. El órgano superior de dirección define desde arriba los objetivos y estrategias del partido, subordinados éstos a criterios exclusivamente electoralistas. Este modelo ve una pérdida de tiempo dialogar con la militancia acerca de asuntos ideológicos u organizativos; incluso percibe estas deliberaciones democráticas como un peligro de cara a la presentación pública del partido como un búnker sólido y unido contra el enemigo político. Por supuesto, venderá mediáticamente una imagen de aperturismo y democracia interna, pero tan solo como un ejercicio de maquillaje. Los encargados de mantener engrasada esta maquinaria política viven de ello, se convierten en profesionales, técnicos políticos al servicio del partido. Su función es meramente administrativa. El político profesional deja así de tener un contacto real, directo, con las demandas de la ciudadanía y percibe a la militancia como meros votantes, nunca como agentes activos. Para dejar bien atada esta estructura interna, el aparato del partido diseña unos Estatutos que vienen a ser una especie de Biblia, el marco normativo que todo militante debe cumplir, bajo pena de ostracismo político, expediente disciplinario o expulsión. Por supuesto, el aparato intenta por todos los medios -casi siempre soterrados, urdidos en las catacumbas del subsuelo político- evitar que la militancia cambie, más allá de detalles secundarios, la estructura interna del partido. La desafección de la militancia interesa a los órganos de dirección. De hecho, las Ejecutivas Locales del PSOE -por poner un ejemplo que el que escribe conoce de primera mano- controlan la vida política de sus Agrupaciones, subordinados al calendario que les marca agenda federal. Pero no se preocupan por dinamizar a su militancia en equipos de trabajo por barrios o áreas, no permiten un modelo de organización interno en sus sedes que permita que las demandas de la ciudadanía sean las que realmente lleguen a las Concejalías. La vida política dentro de las sedes está congelada, e interesa que siga criogenizada. La cadena de mando controla con fidelidad marcial la estrategia de partido, impidiendo que la militancia se organice de abajo arriba y sea ella la que marque los contenidos programáticos de las Ejecutivas Locales, Regionales y Autonómicas. Los canales de comunicación fluyen con determinación espartana de arriba abajo, pero nunca al revés.Supongo que a cualquier simpatizante, militante o ciudadano que tenga pensado afiliarse a un partido, le gustaría que su voz contara en las decisiones, que pudiera aportar con su valía personal al enriquecimiento de su Agrupación; que pudiera participar en la vida interna del partido, reuniéndose en equipos sectoriales, mesas de debate, grupos de trabajo en barrios, etcétera. Supongo que nadie quisiera entrar en un partido político y descubrir que no se cuenta con él para algo más que ejercer de súbdito devoto de una monarquía ilustrada. Igualmente, los militantes debiéramos hacer un ejercicio de autocrítica y participar de la vida política de nuestros partidos con valentía, creatividad y voluntad de trabajo, forzando a los órganos de dirección del partido a un cambio de paradigma organizativo, donde el protagonista de la acción política sea el ciudadano, donde se trabaje en equipo, estableciendo roles no jerarquizados, pero sí en red. Un modelo a través del cual todas y todos los simpatizantes y militantes trabajen en torno a objetivos comunes, pero con independencia de trabajo, contextualizando su acción política a las necesidades de la ciudadanía local. Los modelos taylorianos de organización pueden ser sustituidos con eficacia por otros modelos más orgánicos, donde el agente social participe en la mejora del partido y se sienta parte de un proyecto global, y no un mero afiliado. Estos cambios de paradigma organizativo no parecen haber afectado, sin embargo, a los partidos políticos tradicionales, los cuales siguen aferrados a un modelo mecanicista y jerarquizado, alérgico a la democracia interna. El mismo problema que aqueja a nuestra democracia representativa, donde el ciudadano se convierte en un mero votante, lo sufre también la vida interna de los partidos. Ramón Besonías Román

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