Esta semana me encontré una imagen por Internet. En ella había dibujada una persona sentada sobre la Luna mirando hacia otra persona sentada sobre un planeta un poco más arriba que a su vez miraba a otra persona sentada sobre una estrella unos metros más arriba. Y abajo, en letras, ponía: todos miramos a alguien que mira a alguien que mira a alguien... Y me cautivó, no sólo por aparecer la Luna y la armonía de la imagen sino por la verdad de la frase. No quiero referirme al ámbito romántico con enamoramientos frustrados por mucho que esa frase se preste a ello. Mi pensamiento no me ha llevado en ningún momento por ahí, sino que me ha hecho pensar rápidamente en quien (ad)miro. Y es verdad, he asentido para adentro ante las palabras leídas. Puedo recordar a quién (ad)mira esa persona. Y, también, poniéndome en medio, puedo pensar en quien me (ad)mira a mí. Es un poco raro este juego de palabras, pero es una realidad que no puedo dejar de afirmar. Sobre todo porque es un hecho que llena de esperanza en un mundo donde parece ser estamos perdiendo el foco en las personas. Y pensar en que todos miramos a alguien que mira a alguien me hace recobrar la fe. Nos necesitamos.
Esta imagen me habla de un hecho que se da de forma natural en la vida de cada uno. Creo que todos podemos sentirnos identificados con esa frase porque tenemos a quien (ad)miramos con atención pues nos interesa lo que hace, lo que piensa, dice o simplemente cómo está esa persona. No porque nuestra vida carezca de interés o valía para nosotros, sino porque esa persona le aporta algo más: le lleva a dar un paso adelante, a abrir horizontes, a considerar otros caminos, a recobrar la sencillez de la vida. En definitiva, a despertar vida en su interior. Y esto es lo emocionante. ¡Despertamos vida! Nos fascinamos ante la vida y más ante quien tiene una vida que nos interpela. Eso es admirar: causar una sorpresa a la vista leía en su definición. Me encanta. Hace unos días compartía con una amiga lo poco acostumbrados que estamos a decirnos las cosas buenas que tenemos, a valorar nuestras personas o a soltarnos piropos... ¡y el bien que hace! Tanto a la persona que lo dice como para quien lo recibe. Es un win-win.
Volviendo a la imagen, hay quien admira a alguien y otro que admira a ese quien. Es decir, nosotros (ad)miramos a alguien y hay alguien que nos (ad)mira a nosotros. Quizá no nos lleguemos a percatar de esto último, pero se da. Pensar que alguien nos (ad)mira puede parecer orgulloso, esperar que alguien nos (ad)mire puede parecer mendicante, querer que alguien nos (ad)mire puede parecer exigente..., pero no lo es. Todos (puede que me equivoque) tenemos el anhelo de ser importantes para alguien, de ser útiles en los entornos en los que nos movemos, de ser testimonio y ponerlo al servicio o, simplemente, de ser. Ser nosotros mismos. Y es ahí cuando alguien puede ver ese algo diferente que sea grato a su vista. Del mismo modo, pensar que necesitamos (ad)mirar a alguien puede parecer vulnerable, esperar tener a alguien que (ad)mirar puede parecer infantil, querer tener a alguien que (ad)mirar puede parecer desesperante..., pero no lo es. Todos (y aquí puede que me equivoque también) en algún momento de nuestras vidas nos damos cuenta de nuestras carencias y necesitamos una persona a nuestro lado a la que esas carencias no le asustan, las entiende y da una visión nueva.
Hay una cosa pequeña que debemos tener presente: la relación que podamos tener con la persona que (ad)miramos no es recíproca, a priori. Por una razón muy sencilla: porque o bien es famosa o bien es mayor que nosotros o tiene una vida que no se cruza con la nuestra. Esto no es malo, sólo una realidad más. Pero, ¿a que nos deja con mal sabor de boca? Intuyo que es porque esperamos que un día esa mirada se torne hacia nosotros. Igual que el que nos (ad)mira espera que un día pongamos nuestra mirada en él. Sí, no hay que olvidar tampoco que todos tenemos anhelos, tenemos esperanzas, pero también tenemos carencias y necesidades que se ponen de manifiesto cuando (ad)miramos a alguien. Pero aun esto, es bonito pensar en esta cadena de admiración: ver en el otro algo bueno, algo bello, algo auténtico que nos hable de vida, de verdad, de belleza... y que sea motor de embellecimiento de nuestras vidas y de crecimiento personal, de vida llena de esperanza y anclada en ella.
A lo largo de esta reflexión he estado refiriéndome a mirar y admirar al mismo tiempo, sin separarlas. He dejado aparte la admiración y hecho visible la mirada. ¿Por qué? Porque primero nuestros ojos se posan sobre algo o sobre una persona. Primero se da la mirada y esa mirada puede o no admirarse ante lo mirado. Es cierto, no siempre se da esa admiración pues depende en gran medida de la persona que mire, de lo que anhele, necesite o quiera. ¿Cómo puede ser esto? Llama la atención, sí. Aunque uno sabe perfectamente la respuesta: cuando dentro de nosotros no hay vida sino muerte, todo lo que miramos está carente de interés, no despierta vida. Falta libertad, falta amor. Por eso... yo quiero que ese mirar, mi mirada, sea en libertad y desde el amor. ¿Para qué? Para que me lleve a admirar. Para dejar que suceda esa sorpresa grata a mi vista.