Revista Opinión

Te Ayudo A Dejar De Ser Feminista Ii: El Mito De Liberación Feminista

Publicado el 26 febrero 2019 por Carlosgu82

El feminismo usa como parte de su retórica el argumento de que “el feminismo es simplemente defender que hombres y mujeres somos iguales”.

La función de este recurso apologético es apropiarse para el movimiento todo pensamiento o acción de la sociedad presente y pasada que vaya en la dirección de la igualdad legal, que hace iguales ante la Ley a los iguales en dignidad y responsabilidad; o que beneficie a las mujeres. Como si uno se proclamara defensor de los ocelotes; y dijera que todo lo que se haga para salvar a estos animales es en parte gracias a mí, y además deberían subvencionarme por ello.

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Esta afirmación se emplea además para bloquear la acusación de que el feminismo es una ideología; y como tal no concierne a todas las mujeres y hombres, sino sólo a los correligionarios de esas ideas que además, deben ser criticadas como opiniones y no aceptadas como verdades evidentes.

Se trata de una mentira fácil de descubrir: basta leer cualquier manifiesto del 8 de marzo, y ver que sí hay toda una ideología detrás, con su propio vocabulario y agenda política separada, y de hecho contraria, a la igualdad de todos ante la Ley.

Decir que todo aquel que crea que el sexo no es un buen motivo para establecer leyes diferenciadas es feminista es como afirmar que: todo el que crea que los trabajadores deben tener derechos laborales es comunista; que el que ame a los animales es animalista, o el que cree en la propiedad privada es neoliberal.

Podemos hacer de Charles Dickens un marxista, de Jesús de Nazaret un profeta musulmán o de Marie Curie una feminista de pancarta. Pero apropiarnos para nuestro movimiento de figuras de prestigio (que oportunamente no pueden desdecirnos) no hace tampoco que esta vinculación sea verdadera.

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Pierre y Marie, radioadictos. Ambos premio Nobel, aunque sólo cuenta para la propaganda femnista Marie Curie; como si hubiese trabajado sola, o como si ambos no se apoyaran en una comunidad científica mucho más amplia; en la que estaba por ejemplo Henri Beckerel, que subió a recoger su Nobel con el matrimonio Curie. Y es que la Ciencia es un empeño siempre colectivo, al que cada uno contribuye su parte de imaginación y trabajo duro.

En este artículo consideraremos, por tanto, que es feminista sólo la persona que comulga con la ideología del feminismo.

Si bien el feminismo no deja de generar una diversidad de nuevas franquicias, posee un núcleo ideológico central; un ADN distinguible al analizar lo que tienen en común las distintas ramas, o cepas, que ha ido engendrando el feminismo. Éste se organiza en torno a una adaptación de lo que llamo “El Mito de Liberación”. (No sé aún cuál es el nombre que se usa en Antropología para este concepto, ponga el lector su comentario si lo sabe. En catequesis católica se llama “Historia de Salvación”):

El Mito de Liberación lo constituye una plantilla básica que se ha usado y se sigue usando para construir muchos mitos fundacionales de instituciones vigentes y de siglos pasados; es decir, para las historias simbólicas que sirven para reafirmar ritualmente los valores, instituciones y status quo necesarios en una sociedad. No es el único mito fundaciona posible. Hay otros tipos de mitos fundacionales que no son el de Liberación (el de la fundación de Roma con Rómulo y Remo, el de los rosacrucianos y otras sectas esotéricas, o el del origen mítico de China, siguen patrones diferentes al del Mito de Liberación). Sin embargo, esta narrativa es la dominante en el mundo de hoy: el socialismo, los nacionalismos, la fundación de muchos países modernos como Estados Unidos o Francia entre otros, son variaciones del Mito de Liberación que han ido apareciendo a partir de la fuente judeo/cristiana original.

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Huitziloptchli, el demonio solar que fue patrón de los mexicas

Así por ejemplo, el mito fundacional de los antiguos aztecas es un Mito de Liberación. Huitzilopotchli, (el Sol) se revela a este pueblo en la tierra legendaria de Aztlán, el lugar de las garzas (al parecer una isla en un lago o el delta de un gran río). De esta isla provendrían los cuatro linajes principales de los Mexicas, con un dios común llamado  Huitzilopochtli, el sangriento dios Sol. Como quiera que la isla estaba dominada por una élite tirana, los Mexicas o Aztecas decidieron huir de la esclavitud acaudillados por Chalchiuhtlatonac que los libera pero terminan en Cohuatitlan, «el país de las serpientes», posiblemente un desierto, donde están veinte años; después continúan su viaje hasta el centro de Méjico. Allí encuentran la tierra prometida por Huitzilopochtli, que finalmente conquistan y en la que asientan su capital, Tenochtitlán, curiosamente también en una isla en medio de un lago.

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La huída de Aztlán, en el códice Boturini. Aztlán no tiene nada que ver con la Atlántida; pero las similitudes de la leyenda azteca con la platónica, el nombre e incluso la representación de una ciudad con canales en medio de una laguna y una pirámide en el centro, han permitido a los escritores usar una supuesta identificación para sus novelas. Yo hubiese sido partidario de llamar Atlántida al Nuevo Continente hallado en el Océano Atlántico, no sé cómo triunfó lo de América.
Los aztecas alcanzaron su apogeo en el siglo XV, gracias a las reformas de Tlacaelel I. Este consejero real fue el arquitecto de la triple alianza de las ciudades de Mexico-Tenochtitlan, Texcoco, and Tlacopan, dotándolas de una cohesión y «destino manifiesto» que propició el Imperio Azteca, que aún siguió su expansión tras la muerte de Tlacaelel y hasta que llegaron los españoles.

La forma en que lo consiguió fue la reforma religiosa. Popularizó la noción de los aztecas como Pueblo Elegido, la divinidad guerrera tribal Huitzilopochtli fue encumbrado como dios supremo del panteón. Produjo nuevas normas ceremoniales para destacar la jerarquía social, promovió el militarismo y multiplicó espectacularmente los sacrificios humanos en el Templo Mayor dedicado al hambriento dios sol en Tenochtitlán y que fue reconstruido de nuevo en el periodo de Tlacaelel. También ordenó quemar los libros de los pueblos conquistados, de modo que no recordaran su pasado anterior a la ocupación azteca.*

 Ostler, Nicholas (2005), Empires of the Word: A Language History of the World, New York: HarperCollins, p. 354 ISBN 0-06-621086-0.

En el contexto sociopolítico del siglo XV, el Mito de Liberación azteca cumplía la función de unir a las tribus aztecas en torno a un dios étnico poderoso y una capital; así como darles un propósito histórico en el que los esfuerzos, sacrificios y masacres requeridas eran bendecidos y legitimados en relación a un nivel metafísico y señales en el cielo.

Este relato es muy importante para la conformación del Feminismo, pero no en su versión azteca claro sino en otra mucho más antigua en el Viejo Mundo, concretamente la judaita de la Edad de Hierro que conocemos por la Biblia.

También las tribus variopintas que se congregaron en Judá, esta pequeña tierra agreste y separada de los grandes nodos comerciales, necesitaron un mito en torno al que unirse; esto fue comprendido por la monarquía provinciana de una pequeña ciudad llamada Jerusalén, que significa «poblado de Shalem.» Shalem era el dios tutelar original de esta villa; era el lucero del atardecer, hermano gemelo de Shahar, «amanecer», manifestado en la imagen de Venus al alba (Vesperus y Lucifer son los equivalentes en Latín). Sin embargo no sería esta divinidad original la que protagonizó el nuevo mito del movimiento nacionalista y de conquista surgido en el primer milenio antes de Cristo; sino un nuevo dios traído por inmigrantes. Este dios, Yahvé, fue incorporado al panteón cananita y en algunos lugares llegó a desplazar a El como dios supremo y consorte de Athirah. El golpe de efecto vino cuando, con el apoyo del nuevo poder persa, se consagró a Yahvé como protagonista de un mito de liberación de la esclavitud (egipcia, adversarios de babilonios y persas por el control del Levante) ya que este dios los protege en el desierto hasta que están preparados para conquistar a sangre y fuego todas las tierras entre la fenicia Sidón y la filistea Gaza.

Recordamos que en el siglo VII a.C., la marginal Judá vivió un tiempo próspero bajo la protección de los asirios, que la tenían para abastecerse de aceite de oliva. Al debilitarse este imperio, el rey Josías se vino arriba y trató de independizarse, cosa que consiguió parcialmente. Josías hizo como los separatistas vascos o catalanes; promulgó su propio estatuto (llamado Deuteronomio) y persiguió implacablemente todos los cultos judíos, salvo el del culto a Yahvé, dios patrón de la dinastía en Jerusalén donde reinaba Josías. Este rey fue muerto por los egipcios que acudieron a ayudar a los asirios; pero en el subsiguiente exilio (que no fue malo, todo lo contrario) de la élite judaíta en Babilonia se mantuvo viva la ambición de un futuro reino independiente, si puede ser ampliado a las tierras vecinas. Por eso en la Biblia las regiones limítrofes aparecen como judías de toda la vida, igual que en los libros de texto catalanes Valencia y Baleares aparecen como catalanas.

Fuente:

  1. ^ Finkelstein, I., Silberman, NA., The Bible Unearthed: Archaeology’s New Vision of Ancient Israel and the Origin of Its Sacred Texts, The Bible and Interpretation.
  2. Assmann, Jan (2018). The Invention of Religion: Faith and Covenant in the Book of Exodus. Princeton University Press. ISBN9781400889235.

El caso es que ¡nunca se encontraron evidencias serias ni del Éxodo con un tal Moisés ni la muy sangrienta Conquista de Josué! El reino unido y rico de David y Salomón nunca existió. No hay evidencias serias de la veracidad histórica de estos relatos, y en cambio sí tenemos evidencias literarias y arqueológicas de una evolución de esta región con los judíos pero sin éxodos ni conquistas. Sin embargo, la función de estos relatos propagandísticos no es recordar el pasado, sino inventarlo míticamente para que su sombra se proyecte sobre el futuro. Es decir, el establecimiento de un nuevo reino con capital en Jerusalén y un solo dios que ponga orden en el lío multi-étnico en el que el comercio, la inmigración y la acción deliberada de sirios, babilonios y persas* habían ido convertido el Levante mediterráneo.

*El desplazamiento inducido o forzado de poblaciones, se usaba ya en la Antigüedad para destruir las identidades nativas y agrupar allí poblaciones desarraigadas y por tanto, dependientes de la élite y el imperio para subsistir y prosperar. Hoy día se sigue practicando: Como la promoción de inmigración que no hable español por parte de la Generalidad de Cataluña controlada por el independentismo. Los Mitos de Liberación -como es el caso del nacionalismo catalán de raíz revolucionaria y fascista- pueden aprovechar estos procesos para alcanzar masa crítica en una región, tanto entre la población nativa como en la venida de fuera.

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Favorecer la inmigración desde regiones como el Magreb o Pakistán -con una tasa de nacimientos muy superior a la de la población nativa occidental y fácil de convertir en “bloques electorales” clientelares a través de ayudas sociales- fueron vistos por el separatismo catalán de los últimos años como una forma rápida de conseguir la mayoría demográfica pro-separatista y no hispano-hablante en el caso de un eventual referéndum.
La cosa funcionó tan bien que llegó a materializarse este reino independiente y extenso en la etapa de los macabeos, antes de que Roma fijara sus objetivos sobre este Israel mítico convertido en realidad. Conquistado Israel bajo el reinado de Salomé Alejandra pasó a ser la provincia romana de Palestina, un territorio que habría de dar muchos quebraderos de cabeza a los emperadores romanos.

El mito de Salvación de los judíos demostró de nuevo su utilidad para la expansión de ciertas sectas mistéricas judaizantes de la Nueva Era (de Piscis) por todo el Imperio Romano y Medio Oriente; y vino por tanto incorporado en la nueva religión oficial dominante, el cristianismo. La versión paulista triunfante incorpora una identificación del «Pueblo Elegido» con las clases populares, marginales e inmigrantes, logrando así eliminar toda identificación étnica y tribal y dándole un carácter verdaderamente universal y accesible.

La esclavitud de la que hay que liberarse por tanto, ya no se asociaba en estas sectas “New Age” a un imperio concreto sino a un sistema de valores que podríamos llamar elitista y materialista. Este sistema está adaptado al mundo material que es el reino del Demiurgo (contribución gnóstica que reinterpreta las nociones neoplatónicas malignizando a este Gran Arquitecto) y los que prosperan en él (personas poderosas, ciudades florecientes, imperios dominadores) serían sus instrumentos. El Pueblo Elegido de los desheredados no es de este mundo; pero antes de que llegue el ajuste de cuentas final los seguidores del nuevo dios de las masas tienen que procurar infiltrarse en las instituciones históricas, reemplazar el saber «pagano» por un pensamiento único, y construir poco a poco redes económicas y políticas alternativas. Se trata de un movimiento pro-vida, es decir: que no usa el sacrificio humano para dar poder a su divinidad y expandirse como harían los posteriores aztecas, sino el mucho más efectivo de la natalidad: el rápido crecimiento demográfico acompañado de celoso adoctrinamiento.

Con el tiempo, hasta las tribus árabes comprenderían la necesidad de tener su propio credo universalista y expansivo; combinándolo con sus propios valores patriarcales y guerreros. Si bien el Cristianismo y Europa desarrollaron su identidad precisamente por oposición al culto mahometano y las culturas tribales, algunas versiones post-cristianas (nazismo, socialismo, anticolonialismo, el propio feminismo) del Mito de Liberación se acercan ideológicamente a la versión árabe, que es mucho más colectivista y compatible con el uso de la violencia que el mito en torno al Cristo. Esto ha propiciado un acercamiento y colaboración crecientes entre estas versiones más próximas entre sí.

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Las “Marchas de las mujeres” de 2017 supusieron un punto de inflexión en el movimiento feminista global. Estas marchas estuvieron diseñadas especialmente para forjar una alianza entre feminismo, islamismo y los movimientos tribales o raciales; y definir al “Enemigo Común” como varón, occidental, de piel clara y heterosexual, representado simbólicamente en la figura de Donald Trump en el movimiento estadounidense.
Si bien el Mito de Liberación está de forma más o menos consciente en el ADN de todos nosotros, obviamente las personas cuya crianza y juventud tuvo como eje este mito (por vía religiosa o post-religiosa, es decir política) exhiben una sujección de su pensamiento a este patrón ideológico mayor. Si uno mira la biografía de muchas figuras clave para la conformación de la ideología feminista como Karl Marx, Emmeline W. Pankhurst, Angela Davis, Simone de Beauvoir, Michel Foucault, o más recientemente Malala Yousafzai, Judith Butler o Khaled Hosseini, podemos descubrir un patrón recurrente; y es la exposición temprana y el compromiso vital con formas intensas y beligerantes del Mito, como es el marxismo o el islamismo. Estas generaciones u “olas” de renovadores contribuyen a que el feminismo no pierda sus aristas ni caiga en la moderación o la racionalidad.

Si analizamos el Mito de Liberación encontramos estos elementos básicos y comunes:

La Llamada

La llamada o vocación es el momento en que en la mente de una o más personas se reúne una combinación de insatisfacciones personales, con proyecciones simbólicas de esas pulsiones externas sobre la realidad social. La persona que llora ve la lluvia tras el cristal como parte del mismo proceso que suscita sus lágrimas; y decide que para dejar de estar triste, necesita hacer algo contra las nubes. Lo que ocurre en el mundo exterior pasa por tanto a entremezclarse con el interior en una unidad de destino.

De esta forma, el profeta vuelve del desierto ha hablarnos de los demonios que vió en sus insolaciones y ayunos; el santo nos conmina a huír de las mujeres malas y el vino bueno para expiar sus propios excesos de juventud; el filósofo revolucionario mitifica a la clase trabajadora porque él mismo nunca ha trabajado y antes escribiría El Capital que un currículum vitae.

De la misma forma, las y los feministas meditan sobre el eje deseo-realidad, o también: yo-el mundo; concluyendo que, en el caso de las mujeres al menos, la diferencia entre las propias expectativas formadas y lo que la sociedad pone a sus pies se debe a un orden injusto general.

Así por ejemplo: Simone de Beauvoir luchó por cambiar la ley francesa que imponía una edad mínima de consentimiento sexual, en principio en favor de la libertad; pero es difícil no ligar esta campaña al hecho de que ella misma fue expulsada de la carrera docente por tener sexo con sus estudiantes de secundaria, que ofrecía además a su marido para que las desvirgara. También Kate Millet, tras ser internada por trastorno bipolar y depresión, hizo campaña contra la Psiquiatría y sus instituciones; no era ella la que tenía un problema, sino la sociedad y el sistema de salud mental en su conjunto.  Judith Butler, homosexual, insisteen la distancia entre la realidad biológica del sexo  y “el género” como algo convencional, y escribe contra la construcción en la persona de una identidad sexual definida y estable.

De esta conflictiva relación entre el microcosmos y el macrocosmos tan productiva para la literatura del feminismo, el discurso feminista deriva la noción de que no importa el conocimiento objetivo y empírico, sino el punto de vista subjetivo y experiencial de una persona o grupo. Por eso vemos como se habla y escribe de las propias experiencias  como si fuesen pautas establecidas en la sociedad o naturaleza; haciendo de la motivación personal un deseo general, y de la anécdota particular un principio universal. También el desacreditamiento un estudio o teoría, no en razón a su rigor epistemológico y aplicabilidad al mundo natural, sino en razón a la opinión que merecen al movimiento los autores.

*** Nota: cuando estudios científicos son censurados y sus autores condenados al ostracismo por aportar evidencias que cuestionan la ideología dominante; mientras que estudios sin rigor son promocionados por ajustarse a la ideología política, se llama lysenkoismo o neo-lysenkoismo. El feminismo es lysenkoista, y desde hace décadas tiene el poder para ejercer este tipo de presión sobre la propia investigación científica. 

El fin de este activismo profético y apocalíptico es crear (no reconocer, sino crear ex novo) una identidad colectiva, capaz de unir a grupos sociales diferentes y hasta opuestos. Al conseguir esta cohesión, se puede dirigir la energía disponible que aportan los individuos y organizaciones agregados en una nueva dirección. Esta dirección es la agenda de supervivencia y crecimiento que manifiesta la superestructura, o forma suprapersonal, que generan los movimientos sociales de forma espontánea; y que distintos grupos de poder intentarán embridar y cabalgar en su beneficio.

El Pueblo Elegido

Lo compone un crisol demográfico heterogéneo que se une en torno a un caudillo.

El pueblo hebreo en el mito judío con Moisés; los cristianos de todo origen y condición con Jesús; los colonos americanos con los Founding fathers; o los inmigrantes subsaharianos que emigran a Estados Unidos, y que pasan a ser «afroamericanos» descendientes de esclavos de las plantaciones del Sur y admiradores de Luther King.

El mito cumple la primera función de dar una identidad colectiva común a personas faltas de ella, o a tribus diferentes e incluso enemigas. Como en el mito iroqués, que consagra la unión histórica de cinco naciones indias en una sola confederación. Su fundador, Deganawida dijo así: “Debeis actuar para servir a los demás y estar en armonía unos con otros. Enterrad sus diferencias bajo los grandes abetos, y a su sombra nunca más se caminará con temor, sino que viviréis juntos en paz y tranquilidad”. Se hizo un silencio, luego los representantes mohawks y senecas, sentados al este del fuego y los oneidas y cayugas, sentados al oeste asintieron y finalmente lo hicieron los onondagas. Entonces el profeta habló nuevamente: “Yo Deganawida y los señores confederados, arrancaremos de raíz el árbol más grande, y en la profundidad de la tierra, en las corrientes del inframundo que fluyen hacia regiones desconocidas, echaremos todas las armas de guerra, luego lo plantaremos de nuevo.” Este Deganawida, «El Pacificador» supuesto hijo de una madre virgen de la tribu Hurón e inspirado por el Gran Espíritu, consiguió en el siglo XI o XII que tribus que se arrancaban el cuero cabelludo unas a otras como trofeos, se sometieran a una sola Ley común; además con principios democráticos. Por cierto, este texto legal escrito en una cuerda anudada comienza así: «We the people», nosotros el pueblo, como la Constitución americana parcialmente inspirada en la tradición iroquesa.

El mito feminista también espera tener este valor aglutinante pero, como ocurre en otras versiones del mito, el precio es entrar con calzador en categorías homogéneas y renunciar a importantes aspectos individuales y únicos.

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    Las marchas callejeras son rituales de actualización y visibilización de “La Travesía en el desierto”. Su rol principal es crear unión y consenso entre los participantes, como hace el pastor con ayuda de su fiel perro ovejero.

La Travesía en el Desierto

Es el periodo eternamente presente, que se supone transicional entre el estatus quo denostado y la Tierra Prometida. En la Biblia este trayecto es de cuarenta años, para recorrer una distancia que en la realidad llevaría menos de dos meses a pie; se trata evidentemente de imágenes simbólicas, para indicar que «la travesía en el Desierto» es más larga que un día sin pan. Porque el día en que se admitiera que se ha llegado a esa Arcadia y conquistado y establecido, ya no hay más revolución; la rueda se para, y la bicicleta se cae. Cada 8 de marzo por tanto, como las camaradas de los años veinte, las feministas salen a la calle (símbolo de la travesía en el desierto) «porque aún queda mucho por hacer». Y siempre quedará.

la “Travesía en el desierto» se puede estirar, hacer lejana, pero debe permanecer en el horizonte. Una estructura social basada en el Mito de Salvación necesita esta tensión dramática y también, justificar por qué las promesas de felicidad y exterminio o conversión de los enemigos nunca se alcanzan de verdad.

La Conquista

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¿Por qué se celebra el 8 de marzo el Día de la Mujer? En 1922 los líderes bolcheviques Vladimir Lenin y Alexandra Kollontai quisieron reconocer este día la contribución de las mujeres socialistas a la implantación del comunismo. El 8 de marzo de 1917 una protesta de las trabajadoras del textil en San Petersburgo encendió la mecha de la revolución comunista y la sangrienta guerra civil rusa; por eso el día de las mujeres (socialistas) -que en celebraciones anteriores había ido variando de fecha cada año- quedó fijado el 8 de marzo. En 1977 se extendió a través de las Naciones Unidas al mundo no comunista como Día Internacional de la Mujer.
La violencia es el abuso de las propias facultades, para limitar los derechos de los demás. Consiste en aprovechar una situación desigual para crear asimetrías personales y sociales que violan, o destruyen, las reglas del juego que una sociedad necesita para mantener el orden y sus valores. El Mito de Salvación llama a ejercer distintos tipos de violencia (no necesariamente física) para imponer el nuevo orden a una sociedad. Para legitimar simbólicamente este abuso sistemático, es necesario asociar al adversario primero el tipo de violencia que deseamos ejercer. Así por ejemplo, las feministas acusan a los hombres de tratar de controlar su pensamiento mediante la imposición del lenguaje; o el movimiento LGTB achaca a los heterosexuales una actitud de intolerancia.
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El Fin de la Historia

La Llamada, la Travesía del Desierto y la Conquista cobran su sentido último en razón a una visión apocalíptica y teleológica. No se trata sólo de que «los dioses» intervengan en la Historia favoreciendo al Pueblo Elegido; sino que esta participación es parte de un plan redentor que se realizará algún día: es el Fin de la Historia, que puede ser también el fin del universo material en muchas versiones.

El Feminismo proyecta sus esfuerzos supuestamente en la dirección de este Nuevo Orden perfecto. Las feministas y los feministas no luchan por tanto sólo por los intereses del sexo al que dicen representar: sino que su lucha o yihad es parte de un proceso trascendente del que se beneficiaría todo el universo, y toda la Humanidad. Las personas que siguen el feminismo realmente creen que actúan por un mundo mejor para todos, y por eso no comprenden que haya quien se oponga o discrepe: o bien es por ignorancia, por no haber «visto la luz» aún; o bien es porque han medrado en este viejo mundo perverso y tratan de retener sus privilegios y estatus.

El Héroe Oprimido/Liberador

: Figura que encarna los atributos que los seguidores deben aspirar a emular. Por ejemplo, en el cristianismo esta figura está representada especialmente por Jesús y su madre María. Son los modelos para hombres y mujeres cristianos, con rasgos como la humildad, la compasión, la obediencia a Dios o la capacidad de sacrificio por la comunidad. En el feminismo, como en el comunismo, los rasgos ejemplares difieren ya que el modelo humano presentado es radicalmente distinto. Sin embargo subsiste la función común de servir de emulación y molde a los seguidores.

La función del héroe es guiar al movimiento y perder la propia vida (bien por dedicarla a la ideología o bien literalmente) de modo que al morir, «resucite» en una forma metafísica, o modelo arquetípico capaz de inocularse en las mentes individuales o la colectiva. De esta forma, su «espíritu» continúa formando estructuras psicológicas que, eventualmente, dará lugar a nuevos avatares del original (no de la persona histórica que fue su semilla mortal, sino del símbolo colectivo). Esta parousia puede tomar la forma de individuos concretos o de entidades colectivas, como «un pueblo».

El Enemigo u Opresor

El Pueblo Elegido construye un adversario a su medida. Las armas que adquiere el héroe hay que dárselas en el relato también, aumentadas, al villano.

El villano (el faraón de Egipto para el rey judaita Josías, la aristocracia y la monarquía para los burgueses franceses del XVIII, los americanos de piel clara para el movimiento supremacista negro…) cumple varias funciones, entre ellas: servir de Chivo Expiatorio al que atribuir todos los males  cuyo sacrificio supuestamente purgará; ser la percha de todos los comportamientos no permitidos en el movimiento; y sobre todo, recibir toda la tensión y odio que va acumulando el colectivo y que, de otro modo, se resolvería internamente y desintegraría la agregación social en torno al Mito.

El Enemigo representa de forma caricaturesca el Viejo Orden, frente al Nuevo Orden utópico que la revolución/marcha/lucha del Héroe colectivo traerá. Al villano se le atribuyen toda clase de defectos; reales, atribuidos y también transferidos (las propias debilidades y pecados del grupo adherido al mito de Liberación). El villano es imaginado como más poderoso que el héroe, de modo que éste requiera la intervención del plano metafísico para conseguir derrotarlo. Es por esto que, cuanto más penetra el Feminismo una sociedad y toma poder sobre ella, más peligroso y ubicuo se concibe al «Patriarcado» y no menos. El Patriarcado se representa como más temible y opresivo allí donde el feminismo es más poderoso.

Estos elementos conforman un patrón típico básico, pero no queremos implicar que todos los mitos de Liberación se ajustan como un guante a esta abstracción; es sólo un patrón de referencia útil. El Feminismo carece de una figura fundacional preeminente sino que consta de una serie de «profetas» y «jueces» históricos que contribuyen al todo desde la propia tribu, o rama, que representan. Así por ejemplo, la infame Simone de Beauvoir es, desde el existencialismo francés de tabaco de pipa y café au lait, la matriarca e iniciadora de la llamada «segunda ola» o feminismo neomarxista y cultural. Esto quiere decir que el «Redentor» feminista relato feminismo es colectivo. Tampoco tiene un dios o dioses personales, sino que su nivel metafísico está regido por la dialéctica materialista de la Historia. En lugar de un dios con atribuciones humanas, el feminismo cuenta con un proceso humano histórico al que se le atribuyen rasgos divinos: libre albedrío, verdad última y excelencia moral, que se van desenvolviendo hegelianamente por medio del mesías colectivo formado por la suma de movimientos feministas históricos.

El Mito de Liberación Feminista tiene consecuencias indeseables, ya que «programa» a la persona para ayudar a realizar un proceso social que es irracional y disgregador. Esto se hace a costa de la energía y el tiempo que cada uno necesitamos para conducir nuestra vida conforme a nuestros propios intereses, que normalmente irán en la dirección contraria: la de la salud en su sentido más amplio.

Ahora bien, hay que comprender dos cosas: primero, que el ser humano no puede vivir sin mitos de alguna clase. Como escribió el colombiano Nicolás Gómez Dávila:

«El hombre emerge de la animalidad a golpes de mito, como la estatua emerge de la piedra a golpes de cincel.» Necesitamos mitos en nuestro nivel personal y en el interpersonal, para construir un relato de nuestra existencia que tenga sentido y propósito.

En segundo lugar, hay que recordar que los mitos de Liberación dominan el mundo de esta era, y por tanto nuestras instituciones sociales como la Familia o el Estado dependen de ellos para existir. Aunque la sociedad humana puede cambiar de mitos fundacionales, destruir los mitos actuales antes de ser capaces de generar buenos sustitutos (y no meramente variedades aún más extraviadas de los actuales) sería catastrófico, quizá incluso más que ir tirando con un relato simbólico desajustado. Piense el lector en lo que ha pasado con los mitos fundacionales de Europa (nacionales, religiosos y civilizatorios); su erosión secular propició la expansión de metanarrativas revolucionarias y totalitarias, cuando no el desnudo nihilismo; y que el zeitgeist nos coja confesados.

Conclusiones:

Las construcciones simbólicas de nuestra vida basados en el Mito de Liberación no obran, precisamente, en favor de nuestra liberación y plenitud. Esto es así porque demandan de nosotros una inmersión cada vez mayor en una mitología que se basa en definitiva en una visión de la realidad hecha de grupos sociales separados y enfrentados, que incluso libran su batalla en nuestro propio cuerpo y alma. Ciertamente en el mundo y en nuestra existencia afrontamos conflictos y batallas que hay que intentar ganar, y agresiones de las que nos tenemos que defender. Pero el sabio es consciente de que ésa no es la realidad profunda. Sabe que el papel representado en la obra no es el verdadero rostro del actor, y que todo combate es con uno mismo.

Puede que caer presa de una forma revitalizada y especialmente agresiva del Mito de Liberación como es el Feminismo, sea en realidad en parte una bendición; porque a veces necesitamos sentir un daño mayor para tomar conciencia del problema y responder con todos nuestros recursos de curación. La persona que lucha por expulsar la ideología feminista, tiene la oportunidad de librarse también del propio Mito de Liberación.

El momento de «caerse del caballo» y abrir los ojos es sólo el principio; el verdadero trabajo es destejer por una punta nuestra apropiación personal del mito de liberación feminista, y por la opuesta ir tejiendo cada día un nuevo mito, este sí, de veras liberador y sanador y basado en la razón y la naturaleza.

Deshacerse del Mito de Liberación feminista entraña asumir el derecho y la responsabilidad de crear nuestro propio mito vital, nuestra propia forma de vernos y ver el mundo.

Esto no consiste en un pensar intelectual sino en un hacer día a día, dando un sentido positivo a nuestras relaciones interpersonales y a la que tenemos con nosotros mismos. También buscando la compañía de personas inmersas en el mismo proceso de desarrollar una forma de pensar y vivir única y valiosa.

Conviene además alejarse de aquellas que estén tan presas del feminismo todavía que no se pueda hacer nada con ellas, ni tomar una cocacola, sin que asome la fea cabecita esta ideología que les atrapa. Ahora no les podemos ayudar; sólo iluminar con el ejemplo y desde la distancia.

*En mi experiencia propia, ayuda también: el contacto íntimo con el mundo natural, y leer libros clásicos universales (este tipo de obras se siguen leyendo porque trascienden la ideología de su tiempo o corriente; como Las Metamorfosis de Ovidio o El Gran Teatro del Mundo de Calderón).

Te Ayudo A Dejar De Ser Feminista Ii: El Mito De Liberación Feminista

El lector puede decir: «¿Y todo esto de donde lo saca? Se lo ha inventado.» Y efectivamente, así es, según iba escribiendo. Sin embargo, observe el lector la coherencia y lógica aparentes en el artículo, y sospeche entonces que algo de cierto puede tener; o bastante, y sea una mentira tejida de algunas verdades. Quizá merece la pena investigar en fuentes serias cuáles pueden ser esas mariposas atrapadas en mi tela de araña.


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