Revista Cultura y Ocio

Te descuidas y te roban el corazón – @dtrejoz

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

–Uno nunca sabe cómo lo hacen,
pero ellas saben encender hogueras en donde
antes solo había un corazón olvidado en el frío. 

Suelen habitar en todos los rincones donde el latido lleve vida. Se les puede sentir invadiendo cada poro de la piel, tienen esa virtud de convertir un recuerdo suyo en un escalofrío estremecedor en distintas partes de nuestros cuerpos, cuentan con una facilidad muy propia de su especie cuando se trata de apoderarse de cada fibra del pensamiento, toman el control de cada sueño que uno intenta imaginar, logrando posicionarse de todos los despertares, de todos los ocasos, de todos los eclipses mentales que surcan los límites de la imaginación del hombre.

Son las dueñas del universo y ni siquiera lo presumen. Y digo yo que no lo presumen, porque sería una ofensa creer que no lo saben.

Despierta una mujer en algún rincón del mundo, y el universo se va pareciendo a un enorme jardín de sueños que se hacen realidad. Tienen un amanecer en cada sonrisa, porque sin importar la hora del día en que sonrían, ellas llevan inherente una bendita madrugada en la belleza de su plenitud.

También se pueden usar sus bocas para volar, porque todo lo que proviene de sus labios tiene esa inmensidad y sabor a cielo, llámese beso o lamida. Tanto vértigo, tanto viaje y tanto abismo se puede resumir desde sus labios, si no se vuela, se cae. No sé qué otros ingredientes usó Dios para hacer a la mujer, pero me queda claro que les puso mucho de cielo… si no, cómo explicar el vuelo que se disfruta al compartir cualquier minuto de tiempo acomodado en su regazo.

Hay que ver el aclarar de cielo que te hace una mujer cuando te mira directo a los ojos aceptándote como refugio, cuando se queda rendida entre tus brazos, porque sembraste en su corazón una caricia. Mucho nos falta para lograr descifrar todo lo que dicen en una mirada, pero jamás hay que rendirse, se debe intentar entender sus señales más simples, porque todas ellas son misterio y laberinto, son promesa de infinito, expertas en pedir deseos sin mover los labios, niñas de la tierra y sirenas del mar, hadas del cielo y brujas del viento por el hechizo que lanzan a suspiros, mujeres de nuestras noches, de nuestros días, creadoras de vida. Tiernas.

“Vida”… todo lo que encierran esas cuatro letras no es lo suficientemente inteligente como para mantener un planeta latiendo sin sus vientres.

¿Qué digo? Qué va a ser de las margaritas cuando la mujer se dé cuenta de que la vida misma no se reconoce sin sus manos. Sabias.

Les decía que nadie sabe cómo, pero una mujer con una sola sonrisa, es capaz de lograr que uno comprenda de un solo latido, todo el significado de la palabra poesía. No lo saben, pero cuando lloran y se duermen tristes, amanecen llenitos de rocío los jardines. Una mujer que llora puede decirse que es un poema triste, pero de cualquier forma siempre será un poema. Otras veces cierran sus ojos suspirando de dicha y enmudece un poema en la galaxia.

Y a veces se detiene cada ave en su vuelo, cada brisa en la caricia, cada lluvia en el abrigo de sus manos tibias, es la creación al unísono aguardando por su ternura, por el milagro de verlas sonreír en un instante de quietud mientras se asoman a ver caer las tardes – distraídas y llenitas de luz – por la ventana.

No me queda duda de que la obra maestra de Dios es la mujer, si no, hubiera dejado los amaneceres para el final. Cuando Dios dijo: –“Hagamos a la mujer”, estoy seguro que los ángeles hicieron reverencia y todos los sueños que los hombres ni siquiera sabíamos que íbamos a tener ya tenían la certeza de poder hacerse realidad.

A una mujer es mejor no intentar comprenderla, solamente hay que amarla, son tantos sus misterios que Dios se vio obligado a inventar la eternidad. Intensas. Inmensas.

Alguien debería de enseñarnos que no es bueno usar el alma para guardar a una mujer, porque luego no sabe uno cómo olvidarlas.

Cómo le hablas a una mujer de los paisajes del ocaso cuando ella tiene distintos horizontes del paraíso en cada pestañeo, cómo le regalas la luna y le bajas las estrellas cuando sabes que es la reina del universo. Cómo le escribes en los bordes de la piel a una mujer, cuando en cada paso que da se proclama dueña de tu alma.

Qué van a saber de abrigo los que nunca se han rendido entre el calor de sus abrazos, escuchando sus latidos, respirando sus suspiros, entregados al delirio entre besos y gemidos, con su nombre entre los labios y el temblor en los abismos.

Cuando un hombre ya le ha hecho el amor en el alma a una mujer, ya hacérselo en la piel es lo de menos, ellas toman el control de nuestro cuerpo y nos dejan adorar el suyo, y hay que ver cuanto deseo y pasión, hay que ver cuanto desenfreno y lo que surja… nadie tiene idea de la magnitud del infierno que esconde en la piel una mujer, hasta que lo invitan a habitarlo. Cuando las veas caminar como escondiendo un paraíso, debes saber que así de proporcional es el infierno que intentan ocultar entre sus piernas. Deliciosas.

Y si tienes suerte, así de la forma más sutil, como si fuera un asunto del destino, como si no fuera suficiente con su papel de gobernadoras del mundo y de divas del otoño, también aprovechan cualquier oportunidad de la manera más involuntaria para enamorarnos, desde un pestañeo de esos a toda velocidad como recreando el aleteo de un colibrí con sus pestañas, pasando por el coqueteo que le hacen al viento mientras deslizan sus dedos por sus cabellos, como alargando el alcance de su misterio, o deteniéndonos en una sonrisa de esas capaces de sostener el tiempo y devolver el movimiento de rotación de los planetas, capaces de ralentizar los latidos del corazón, de proclamarse la diosa coronada que tanto escribió Gabriel García Márquez o la emperatriz de las primaveras pasadas, presentes y futuras. Y no voy a detenerme mucho en el vaivén de sus caderas al caminar deprisa mientras se alejan de nosotros (con justa razón a sabiendas de que somos la franja gris de sus arcoiris) no quiero empañar con mi lujuria toda la bondad que sus cuerpos nos brindan, pero que tampoco sea un secreto para nadie, que sostener a una mujer por la cintura mientras te ensañas contra sus caderas, es lo más parecido a sentirse en una nube, colgando del cielo, haciendo el amor o teniendo sexo… todo a la vez y viceversa. Exquisitas.

Son magia. Abren sus labios para soltar un suspiro y una tenue brisa recorre los jardines de los Campos Elíseos, abren sus ojos por la mañana y da inicio el amanecer en algún callejón de Buenos Aires, deshojan una margarita y alguien alucina con un oasis en el desierto.

La noche es noche porque tú eres luz, el cielo es cielo porque tú eres luna, mi vida es vida porque tú sonríes, mujer. Y no dejes de hacerlo, que en un mundo tan falto de milagros y lleno de egoísmo, tu sonrisa es el refugio donde los hombres obtenemos esperanza.

Y así van por el mundo sin darse el crédito, manteniendo el equilibrio de sus vidas, del planeta y de las criaturas que lo habitamos sobre unos stilettos rojos de la forma más casual, sin tiempo para halagos ni para detenerse a ver lo que han logrado. Bellas.

–Te descuidas y te roban el corazón. Y así nos rescatan también de morir sin haber vivido.

–Solo eso. Todo eso.

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