La voz de James Carr cantando The Dark End of the Street hizo que poco a poco fuese saliendo de los dominios de Morpheo, mis ojos se estaban acostumbrando a luz, pero mi cerebro aún oponía resistencia a abandonar la tierra del sueño. El entorno me era familiar a la vez que ajeno, por lo que busque un punto de referencia que me diese alguna información para saber dónde me encontraba. Ese punto estaba a un metro escaso de mí, allí estaba Julia con una taza de café en las manos y la mirada perdida en el mar que se veía a través de la ventana. Me quede callado contemplando su figura, el encaje de sus braguitas dando forma a sus firmes nalgas medio cubiertas, por la misma camiseta con la que me recibió la noche anterior. Solo unas horas antes, sus manos habían acariciando cada milímetro de esa piel tersa y suave. No quería romper la magia de ese momento, el viejo tema soul sonando y el cuerpo de Julia moviéndose a suavemente al ritmo de sus acordes. Sabía que ese era uno de eso momentos que recordaría toda la vida, uno de esos momentos que quedan marcados en la memoria y resumen una relación entre amantes.
Contemple su rostro reflejado en la ventana fundiéndose con el reflejo de los tejados de los edificios circundantes, ella se dio cuenta que la estaba observando y me sonrió. Durante unos segundos sentí como el marrón verdoso de sus ojos me penetraba dejándome desarmado y a su merced, supe que podía hacer de mi lo que quisiese.
– Buenos días
Dijo Julia dándose la vuelta, puso su taza de café sobre la pequeña mesilla, y se acostó buscando un hueco entre mis piernas, pude sentir el calor de su piel sobre la mía y su cabello deslizándose por el interior de mi muslo derecho. Julia me miró fijamente, mientras que con un dedo dibujaba eses desde mi pubis hasta llegar a su objetivo. Al sentir sus caricias, mi polla reacciono, sonriendo y sin dejar de mirarme, la acerco a sus labios que se abrían para recibirla. El calor húmedo de su boca hizo que mi piel se erizase y un pequeño escalofrío recorriese mi espina dorsal. Durante unos segundos se entretuvo en humedecerla y en jugar con su lengua en el glande, y sin que sus ojos perdiesen de vista los míos, volvió a introducirla llegando hasta su base, para después, volver a subir hasta liberarla completamente humedecida.
– Me estás acostumbrando mal, no es bueno follar tanto – dijo mientras su mano se deslizaba por mi miembro cada vez más duro – Las monjas nos decían que el sexo por placer era la antesala de una vida de perdición y condena a los infiernos.
– ¿Estudiaste con en un colegio de monjas?
– Sí, toda mi vida en el Colegio San José de Cluny, educada bajo una estricta disciplina y moral religiosa, a ellas les debo mi noción de pecado y se lo agradeceré hasta la muerte.
– ¿Y cuál es esa noción?
– Que vivimos en continuo pecado mortal, porque todo es pecado. Cuanto más vives, más pecas. Y cuanto más peques más hondo será el abismo del infierno que te espera.
A continuación, volvió a inclinarse sobre mi polla, y desde la base hasta el glande su lengua la recorrió de forma lasciva en varios pases.
– Tú también estudiaste en un colegio religioso, ¿te confesabas después de tocarte?
– Si me hubiese tenido que confesar por cada vez que me masturbaba, aún estaría rezando los Padre Nuestro de la penitencia hoy en día.
– ¿Cómo te masturbabas? – Me pregunto mientras con su mano derecha, movía la piel de mi polla de arriba a abajo con calma- ¿lo hago bien?
– Demasiado bien para una niña de colegio de monjas, no creo que esto formase parte de vuestro plan de estudios
– Bueno, digamos que es formación extraacadémica.
Me dijo mientras su mano seguía con su rítmico masaje. De vez en cuando, su dedo pulgar llegaba hasta el frenillo de mi miembro, y allí se entretenía unos segundos mientras me dirigía una mirada cómplice.
– ¿Y tú, también te masturbabas?
– Empecé tarde, casi al llegar de la universidad, aunque lo descubrí pronto, no fue hasta llegar a la universidad cuando empecé a masturbarme de forma más o menos asidua.
– Empezaste a aplicar tu noción de pecado.
– Sí, fue en esa época cuando mis dedos empezaron a componer la melodía, que algún día me condenará a arder en el infierno.
Un hilo de saliva cayó sobre la punta de mí capullo, después, muy despacio con su dedo pulgar, la distribuyo por toda su superficie. La sensación de placer hizo que clavase mis uñas en las sábanas.
– Te gusta que te haga esto, ¿verdad?
– Cuando lo humedeces se convierte en una zona muy sensible
Empezaba a conocer mis puntos débiles mejor que muchas de mis anteriores parejas, me hizo experimentar caricias y sensaciones que ninguno de ellas había logrado ni en una décima cita.
La vi sonreír y humedecerse los labios, mientras su mano volvía a cerrarse sobre mí polla, deslizando mi piel, de nuevo húmeda, de arriba a abajo.
– En el Colegio Mayor empecé a masturbarme de forma habitual. Al principio en época de exámenes para relajarme.
– Unos dedos con fines terapéuticos
– Si, podría decirse que eso eran. – Dijo, mientras seguía masturbándome suavemente.- Pero no tarde en descubrir que aquello, además de relajarme, me producía un enorme placer. Hasta que lo convertí en un hábito, que repetía casi todas las noches cuando me acostaba. No sé cómo Marta, mi compañera de habitación, no me descubrió antes.
– ¿Te descubrió tu compañera de habitación?
Dos sonidos en forma de afirmación salieron de su garganta, ya que sus labios volvían a succionar mi miembro empezando en la base hasta llegar al capullo. Al observar cómo su lengua recorría todo el glande y se plegaba por la presión que ejercía sobre su superficie, mi excitación iba en aumento y en mi polla se empezaban a marcar las venas que tanto le gustaban.
– Si, me descubrió una noche. Aquella noche había salido con unas amigas. Había regresado temprano no quería levantarme tarde al día siguiente, pero cuando me acosté, los dos tequilas y el porro de maría empezaron a hacer su efecto.
– ¿También fumabas?
– A veces, el caso es que estaba cachondísima, así que deslicé lentamente mi mano hasta meterla dentro de mi tanga para tocarme, mi dedo empezó rápidamente acariciar mí coño ya bastante mojado, estaba tan cachonda aquella noche, que ni me acorde que mi compañera de habitación estaba durmiendo en la cama de al lado. Pero, al cabo de unos minutos, me pareció oír un gemido que provenía de la cama de Marta, me asuste, mis dedos se contuvieron a la vez que mi respiración.
Julia paro su relato, agarro fuertemente mi polla con una mano, cuando sus labios rozaron la punta de mi capullo salió de ellos un hilo de saliva que lo cubrió casi por completo, después la expandió con la palma de su mano, y otra vez sentí ese sensación de placer casi insoportable en la que estas deseando que pare, y a la vez estás deseando que siga.
– ¿Quieres siga y te cuente lo que paso?
– Si.
– Si, ¿qué?
– Sigue contándome.
Casi no podía hablar a causa de la placentera sensación que me producían sus maniobras en mi capullo, pero intuía y me gustaba el juego que me proponía. Sin dejar de contar su historia, retiro su mano de mi sensible capullo y para después acariciar suavemente mis testículos, la calma después de la tormenta, durante instantes jugo con ellos en su mano hasta que volvió a masturbarme con suma delicadeza, de arriba y abajo, sin parar, a un ritmo lento y constante, y sin apartar la mirada de mis ojos.
– Como te dije me quede quieta y en silencio, así pude oír con más claridad los gemidos que venían de la cama de mi compañera, ¡se estaba haciendo un dedo o varios!, igual que yo. Pero al cabo de unos segundos también desaparecieron, el silencio se volvió a adueñar de la habitación durante unos instantes, solo roto por el único sonido de nuestra respiración, hasta que por fin Marta me pregunto
– ¿Por qué has parado?
– No sé, al oírte me corte. ¿y tú?, ¿Por qué has parado?
– Por la misma razón, supongo. Me excite al oírte y no me pude evitar tocarme también.
– Jajaja, ¿te puse cachonda?
– La verdad es que sí. No es la primera vez que oigo como te masturbas, pero hoy no me pude resistir y me empecé a tocar también. No soy lesbiana, bueno el año pasado, mi prima y yo nos masturbamos mutuamente. ¿Tú has estado con alguna chica?
– No, nunca. Nunca me han atraído las chicas.
No sé si por fue el porro o por el frio, pero mis pezones se empezaron a ponerse duros, notaba como sé rozaban con la tela de mi camiseta. Me percate que Marta desvió su miraba disimuladamente hacia ellos, a la vez que se mordía ligeramente su labio inferior, ese gesto me calentó de sobremanera, y sin pensarlo volví a acariciarme muy despacito, estaba tan mojada que mis dedos se escurrían con demasiada facilidad, de tal modo que mis movimientos dejaban bastante claro lo que estaba pasando bajo mis sabanas.
Julia contaba su historia por intervalos, el relato se cortaba cuando su mano dejaba el clásico movimiento de arriba y abajo, para dejar paso de nuevo a su lengua, su saliva, … a su exquisita boca, húmeda y caliente.
– Marta se dio cuenta en seguida de lo que estaba haciendo, al verme se destapo, y sin dejar de mirarme, deslizo sus dedos bajo la goma de sus braguitas. La habitación se quedó de nuevo en silencio, únicamente se oía el chasquido que producían nuestros dedos entre los húmedos labios de nuestros coños…
– Me gustaría ver como lo haces
Ya no me cortaba la situación, así que accedí a su deseo, me destape para que pudiese ver cómo me tocaba. Allí estábamos las dos tumbadas y mirando una para la otra como nos dábamos placer.
A medida que Julia avanzaba en su historia, en mi mente se confundían las imágenes de lo que era real y no lo era, su voz me trasportaba a aquella habitación de Colegio Mayor universitario, a la vez que sentía como su mano o su boca se turnaban en darme placer.
Vi como sus labios subían lentamente por mi capullo, solo con una ligera presión, ensalivándolo, hasta dejarlo liberado, y en ese momento, su voz volvió a trasladarnos a su habitación de estudiante.
Llevamos unos minutos tocándonos, la habitación estaba en penumbra, solo las luces de la calle hacían posible que nos viéramos entre claro oscuros. Una franja de luz alumbraba justamente las braguitas de Marta, eran semitransparente por lo que podía ver como sus dedos se hundían bajo en su coño. De repente Marta se levantó de su cama y sentó en la mía. Yo estaba tumbada en frente a ella, seguía con las piernas abiertas y mis dedos recorriendo mi raja, aunque tenía algo de miedo por lo que sabía que iba a pasar, ya no podía parar.
– Las dos lo estamos deseando, nunca he comido un coño pero hoy me muero por comer el tuyo. ¿Puedo?
Le dije que si con un gesto, y sin casi sin darme cuenta, Marta ya me había quitado el tanga y sus labios empezaron a besar el interior de mis muslos, cada vez que su boca tocaba mi piel, me iba calentando más. Busque mis pezones mientras masajeaba mis pechos. Cuando Marta llego por fin a mi pubis, su lengua se apresuró en encontrar mi clítoris, para ser la primera vez, como decía ella, lo hacía increíblemente bien, tanto que tuve que reprimir un grito de placer por miedo a despertar a todo el Colegio Mayor.
Julia noto mí que mi excitación estaba creciendo, aumento ligeramente el ritmo de su mano agarrando firmemente mi polla por la base mientras introducía el resto en su boca, masturbándome y mamándome a la vez, se mantuvo así el tiempo justo para que no me corriese, un par de segundos más y hubiese descargado irremisiblemente en su boca.
– Sabes que no me importa que te corras en mi boca, pero hoy quiero ver tu cara cuando corras, que lo hagas oyendo mi voz y sentir como palpita tu polla en mi mano cuando acabes.
Julia sujeto mi polla firmemente por la base con una de sus manos, mientras con la palma de su otra mano frotaba mi glande al ritmo de movimientos circulares. Pocas veces me había hecho una paja y mucho menos así, me estaba llevando al límite. Cuando Julia empezó a describirme como su compañera de habitación la llevo al orgasmo, note como mi polla empezó a palpitar, note como mi leche recorría el tronco de mi polla hasta salir, y allí chocar con la palma de la mano de Julia que me había llevado a un orgasmo brutal, cuando mis espasmos se fueron calmando, y por si el placer no hubiese sido suficiente, sus labios me regalaron una suave mamada que saco de mi varios espasmos más de placer.
Julia se acercó a mi oído y con su voz de susurro, me recordó lo que me había dicho el día anterior
– Te dije que te haría algo que mi madre jamás te haría…