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Te encontraré - Joanna Connors

Publicado el 29 enero 2018 por Rusta @RustaDevoradora

Te encontraré - Joanna ConnorsEdición:Errata naturae, 2018 (trad. Alba Ballesta)Páginas:320ISBN:9788416544691Precio:18,50 €
Existen ya unas cuantas obras que abordan el asunto de la violación: nombres como los de Alice Sebold, Sabine Dardenne o el más reciente de Winnie M Li, solo en lo relativo a los países occidentales. Estos títulos suelen plantearse como libros de testimonios en los que la autora cuenta su experiencia en primera persona. Interesante, sin duda, cada una tiene su particular «verdad»; pero también existe la posibilidad de enfocarlo desde otra perspectiva, de ir más allá de la vivencia personal. Eso es lo que hace la periodista Joanna Connors en Te encontraré. En busca del hombre que me violó (2016), un texto a caballo entre la confesión y el reportaje en el que lleva a cabo una radiografía de todas las partes implicadas o, como mínimo, salpicadas por los hechos. Sí, también, del culpable. Sí, también del entorno (de ambos: del violador y de la víctima). Sí, incluso, de las consecuencias a largo plazo.
Mucho más tarde caí en la cuenta de que a mí también me habían condenado, a una mezcla de miedo crónico, silencio y vergüenza, una vergüenza que nunca logré explicarme, pero que tiempo después supe que había compartido con todas las víctimas de una violación. ¿Por qué experimentamos esta vergüenza? ¿Qué hacemos con ella?

Corría el año 1984 cuando Joanna Connors fue víctima de una violación a manos de un hombre que la amenazó con un cuchillo. Ella tenía treinta años, acababa de mudarse a Cleveland, Ohio, con su marido, y había acudido al teatro de la universidad por motivos de trabajo. Sin embargo, llegó tarde; la persona con quien se había citado ya no estaba allí. En su lugar, se cruzó con David Francis, aunque entonces aún no supo su nombre. Lo conoció poco después, porque fue detenido, juzgado y condenado a prisión; Connors es de esas mujeres que han podido ver cómo «se hace justicia» con su agresor. Le bastó con describirlo: un joven negro vestido con andrajos y una especie de tatuaje, que rondaba por el campus. Tuvo la insensatez de regresar a la escena de los hechos, y lo arrestaron. Antes de dejarla ir, le había advertido a Connors que, si lo denunciaba, se vengaría: «Te encontraré», le dijo.Más de veinte años después, ella se apropió de esa frase: quiso saber quién había sido su violador, quién era David Francis y, por extensión, los otros David Francis en potencia que merodean por las calles. ¿Y por qué justo entonces, cuando ya quedaba tan lejos en el tiempo? Su hija iba a empezar la universidad, y Connors percibió los riesgos que esto entrañaba. Este es uno de los motivos por los que resulta tan interesante que el libro no se limite a la experiencia de la violación en el momento: permite vislumbrar sus efectos a largo plazo, en una mujer que se ha convertido en madre y teme que a su hija le pueda ocurrir lo mismo. Connors nunca le había hablado del tema, pero en ese punto decide contarlo tanto a ella como a su hijo varón; dos formas diferentes de hablarlo, en función del género. Los hijos comprenden que la sobreprotección de la madre durante su infancia se debía al trauma; ellos aún no habían nacido cuando la violaron y, no obstante, el episodio les afecta a su manera.
En los mitos y leyendas, el dragón que escupe llamas nunca tiene una familia. El dragón siempre vive en la soledad de una cueva o en la cima de una montaña, y la persona que decide derrotarlo primero debe adentrarse en un bosque oscuro.Mi dragón tenía una familia y el bosque oscuro era una maleza de bases de datos y archivos públicos.

Connors reflexionó: aquel hombre era una de las personas que más la habían marcado. No importaba cuántos años pasaran; siempre iba a llevar consigo esos minutos en el teatro. Y, pese a todo, no sabía nada de él. Una paradoja extraña. En un ejercicio que tiene tanto de purga como de empatía, quiso averiguar quién era él, cómo se convirtió en lo que se convirtió o, mejor dicho, quién fue, porque al emprender la investigación el hombre ya había muerto en la cárcel. La periodista rebusca en los archivos, visita la prisión y, lo más importante, se pone en contacto con los allegados de David Francis. Para empezar, le espera una revelación incómoda: pocos se acuerdan de él. Fue un desgraciado, un inadaptado. Esto, que desde fuera podría usarse para consolar a la víctima, no solo no alivia el malestar de Connors, sino que la sitúa en una posición delicada: la de aceptar que su violador fue asimismo una víctima.Poco a poco, encaja las piezas. David Francis procedía de una familia desestructurada, y ya había estado en la cárcel justo antes de violarla. Encuentra a sus hermanas y a gente que los trató a él y a su madre. El esbozo de sus orígenes resulta devastador: una familia negra numerosa, en una zona muy castigada. Los malos tratos, las drogas y la prostitución se asumían como el pan de cada día. En comparación con la infancia de la propia Connors, en una familia blanca de clase media, salta a la vista que su violador creció en un entorno mucho más embrutecido, mucho más pesimista, mucho más cruel. Es especialmente reseñable el detalle de que Connors se entrevista con las hermanas, en femenino, de David Francis. Entre mujeres se crea una complicidad determinada al conversar sobre una violación, y además las hermanas también la sufrieron a lo largo de su vida. Entienden lo que significa, entienden lo que entraña la acción de su hermano. El papel de las mujeres allegadas al culpable de una violación suele pasarse por alto en libros y prensa; otro acierto, uno más, de Connors.
¿Te imaginas que al final fueses tú la única persona que se acuerda de él?

Tampoco se puede pasar por alto su narración de los hechos: un episodio en el que hace una deconstrucción de las horas en las que se produjo la violación y lo que vino a continuación (la denuncia, el médico, comunicarlo a los parientes). De su relato destaca la racionalidad (nada de sentimentalismos ni efectismos) con la que desmonta la representación que se suele hacer de una violación en los medios audiovisuales. La «torpeza» de la escena en la realidad, cuando no fluye ni tan rápida ni tan brutal como en el cine. La conciencia de lo que le estaba ocurriendo, el shock al reconocer las manchas de su propia sangre. Es un relato en el que una mujer joven se ve metida en la trampa del cazador, de repente y sin escapatoria. No iba caminando sola por la calle, no era una situación en la que en condiciones normales tuviera miedo, ni siquiera era de noche. Iba a entrevistarse con un dramaturgo, iba a un lugar con gente, con actividad, seguro. Su testimonio pone de manifiesto que le puede pasar a cualquier chica en cualquier sitio y en cualquier momento del día, en contra de todos los tópicos.El «después» va desde la incomodidad en la consulta del médico al proceso judicial, sin olvidar la reacción de su marido y su madre, mucho más viscerales que ella misma. Este es otro aspecto en el que la historia suma puntos por la larga distancia: Connors vuelve la vista atrás y analiza cómo el trastorno se ha concretado de diferentes formas en cada época. Ella no se victimiza, al contrario, hubo un periodo en el que decía a los terapeutas que lo había superado; con todo, los nervios, los miedos, en ocasiones como malestar físico, estuvieron siempre ahí, lo mismo que el sentimiento de culpa, tan característico de las víctimas. Ese sentirse tonta por haber entrado en el teatro, ese darle vueltas una y otra vez a por qué lo hizo, por qué dio ese paso de más. Una sensación que comparte con las demás mujeres violadas, y que invita a reconsiderar las presiones y los prejuicios sociales que la incitan.
—Me lo busqué —afirmó entre lágrimas otra vez—. Si no hubiese sido tan tonta.Tonta. Tonta, tonta, tonta, tonta, tonta. Acabamos en el mismo lugar, flagelándonos a nosotras mismas con la misma palabra.

Te encontraré - Joanna Connors

Joanna Connors


Es posible que hoy la sociedad esté más concienciada que nunca antes con respecto a los abusos sexuales. En este sentido, Te encontraré es una obra muy pertinente, que enriquece el debate, derrumba clichés y señala aquellas cuestiones que se subestiman. El logro de Connors reside en no haber escrito (solo) sobre su dolor, sino en explorar, a partir de su experiencia, todos los ángulos del conflicto: víctima y violador, la familia, el trauma, las tensiones de clase, etnia y género. Este libro es un acto de generosidad, porque, en lugar de optar por el odio irracional y la autocompasión, hace del sufrimiento una herramienta para conocer, para aprender, para salir de su zona de confort y escribir un texto provechoso para sus lectores potenciales, hombres y mujeres de cualquier edad. Como buena reportera, escribe con la sensibilidad que requiere el tema, con contención, sin caer en lo escabroso y sin adornarlo, y además con un estilo claro y fluido, accesible. Su lectura conmueve y a la vez resulta instructiva. Dará que hablar o, al menos, debería.Fragmentos en cursiva de las páginas 45, 197, 195 y 232.

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