Revista Comunicación
Vení. Dejarme felicitarte. No, está bien, no te pongás colorado. Lo merecés. Vos sabés… Saliste de un hogar obrero, cursaste la primaria en escuela pública; también el secundario. Y fuiste a la UBA y te luciste. Todavía me acuerdo las lágrimas de tu vieja y el orgullo de sonrisa estampada de tu viejo, dos laburantes, gente que siempre la yugó y no se doblegó ante nadie. El primer universitario en la familia. Dejame que te felicite. Tenías grandes planes, muchos sueños, Pensabas que podías hacer un cambio, que podías devolverle a la sociedad la educación gratuita que te dio. Si hasta diste clases como ayudante sin cobrar un mango, todo por la universidad pública. Así que sabés lo que es lucharla de abajo y ser un intelectual. ¡Y sin perder tu compromiso social! Siempre fuiste un progresista. Estabas (estás) orgulloso de ser del palo, de estar del lado correcto, ser un psicobolche como Dios manda. Bueno, Dios no… pero entendés, entendés lo que quiero decir. Y también tu convicción en las causas de los derechos humanos, yendo a cada marcha, firmando cada petitorio. Que te entiendo, claro que te entiendo. Por eso entiendo tu compromiso y como te alineaste, porque, es cierto, parecía que hablaban el mismo idioma. Sí, ¿cómo no te voy a entender? Si por primera vez, alguien parecía estar haciendo lo que aprendiste en los libros, si se podía ser oficialista sin perder ese gusto por la épica, ¿no? Sí, sí, te entiendo, ya sé, no tenés que repetírmelo. ¿Cómo querés que no te crea? Si por eso te entiendo cuando tuviste que aceptar el primer desliz, la primera mentira, apoyar al primer corrupto. Claro, claro, ya sé, son minucias en un plano global, que hay que mirar el paisaje entero, ver lo que se ganó, contra lo que se luchó, lo mucho que se avanzó. Que una coima más o menos no te tapara el bosque. Sí, claro. Pragmatismo… compensación de cosas… que el balance sigue positivo… Sí, sí, si lo discutimos y todo. Sí, ¿te acordás?... cuando todavía te reunías a tomar un café con los amigos que no eran del palo, los que estaban en la vereda de enfrente, pero no tan enfrente como para no sentarse a charlar un rato… sí, por supuesto, ya sé… Pero es ese momento, ese momento que cruzás la línea y empezás a apoyar cosas que antes no aceptabas, que te aferrás a los mismos argumentos que te provocaban el vómito con Menem, cuando tenés la obligación… no digo la obligación, no, claro… sino como el prurito, la sensación, de pensar en qué momento, cambiaste. No, sí. El tiempo, sí… ya sé que el tiempo nos cambia a todos… pero a veces creo que no, que a veces el tiempo no te cambia, sino que te revela, te revela tal cual sos. No, no creo que sea por el puesto ni por el cargo que te acercaron. Ya sé que no cambiás el pensamiento por un trabajo. No, sí… casualidad que me eliminaste de Facebook en esos días y que te cruzabas de vereda para no tener que sorprenderte (falsamente) con mi encuentro… Sí, está bien, el trabajo, entiendo, porque la causa popular exige más tiempos, más exigencia, más genuflexión… ¡mirá si no te voy a entender! Pero ¿cuándo fue, decime, cuándo fue que empezaste a mirar para otro lado, que dejaste de tolerar las opiniones de los otros, cuando empezaste a gatillar etiquetas con impunidad, cuando te convenciste que en política había que aplastar la cabeza del rival aunque fuera torciendo las leyes un poco y si no se podía un poco, arrasando con las leyes sin disimulo? ¿Cuándo? ¿En qué momento te sentiste cómodo siendo un sofista? ¿Cuándo te plegaste sin pudor a la masa de sinvergüenzas, en qué momento te uniste al coro parlanchín de la manada? Decime, sí, decime si te acordás, cuándo fue, precisamente, el día en que te sentiste dueño de la verdad, tan propietario de toda la comprensión, que no ibas a dignarte a explicarle a nadie. ¡Qué joder! Que vos imponías las condiciones y si no les gustaba, peor para ellos, que se armaran un partido y ganaran una elección. Y después hablamos. Que si habían perdido, si no tenían el peso específico de la mayoría, no podían emitir opinión, ni alzar la voz ni pedir explicaciones. No… ya sé… que hay libertad, que sí, que es el momento mayor de libertad que hay en toda la historia… sí, sí… si lo crees, sí, está bien… es así, ¿quién soy yo para corregirte? Claro… pero… no sé… pensaba… pensaba que tenía que felicitarte, pero felicitarte ahora, en este momento, no en el futuro. Ahora que estás ahí, a medio camino… ¿qué digo medio camino? Tres cuartos de camino. Ahora, antes que te caiga la ficha, cuando estés cerrando la puerta del horno del campo de concentración y te preguntés cuándo, cuándo fue que te convertiste en la persona que sos ahora. Y yo te digo: ya sos. Ya sos ese tipo. Te felicito. Ya te recibiste. No te pongás colorado. Está bien. Llegaste aquí por tus propios medios. No te avergoncés… Hiciste todo el camino solo. Y te graduaste. Todo lo que venga, de ahora en más, es de arriba. Sólo va a confirmar lo que sos, lo que lograste. Dejame darte un abrazo. Te recibiste. Te felicito. Te recibiste de idiota útil. Disfrutalo.