Todos criticamos a los padres -yo, principalmente-, pero compartimos con ellos el característico duelo por el desprendimiento de sus hijos, al ir estos últimos madurando e independizándose. Compartimos ese dolor cada vez que una persona especial para nosotros, y para quien somos importantes, comienza a extender sus alas para volar lejos de nosotros.
Creemos que hemos influido en la vida de ese alguien y lo hemos ayudado a crecer. Nos sentimos tan bien con nosotros mismos al poder hacer algo por alguien a quien queremos, y saber que esa persona no dudaría en buscarnos en cualquier aprieto o en cualquier alegría.
Oh, pero nadie puede negar lo amargo que es cuando esta persona tan especial ya no nos necesita. Así de sencillo: ya no me necesitas. Nunca se me subieron mucho los aires a causa de lo que he hecho por ti -pues es nada- pero aun así regresabas a mí de algún modo, siempre.
Es un duelo interno eterno, entre la felicidad de ver que cada vez eres más fuerte, y el dolor de que las razones de acudir a mí son menos, menos profundas, menos importantes en tu mundo... ya que esas cosas importantes las puedes resolver por tu cuenta, o si acaso con algún apoyo de otras personas que realmente son más útiles en ese tipo de circunstancias.
Y entonces me pongo a pensar que, pobablemente, nunca signifiqué tal cosa para ti... nunca fui vista como un apoyo, como un auténtico consuelo. Quizás esas creencias fueron mi escudo que me protegió por mucho tiempo y me mantuvo a tu lado. Y la razón es bastante obvia: todo este tiempo fui yo la única que te necesitó. Tú siempre tuviste las capacidades y habilidades necesarias para superar cualquier cosa. Fui yo quien se apoyó en ti. Fui yo quien no pudo ganarse tu confianza. Fui yo quien te dio las razones para que no me buscaras.
Y ahora soy yo quien se desmorona porque despegas del suelo para marcharte lejos de mí. Soy yo quien tiene que resolver mis adversidades sola. Te agradezco por dejarme creer que fui un apoyo para ti, y te pido perdón por creerlo. Nunca, nunca te encerraría en una jaula e impediría que volaras; y nunca, nunca te daría la espalda, aunque eso no sirva de mucho ni haga alguna diferencia. Todos queremos ser necesitados, pero nadie quiere enterarse de que no lo es.