Yo sé que el orden exterior me ayuda. Vamos, que es como un recordatorio de que las cosas bien hechas van despacio, pero hay que hacerlas; quizá por eso a veces paro la clase y al alumno del fondo, a la izquierda, le digo:
- Hoy tu clase de Sociales es ordenar la cajonera de tu mesa, que es un atentado visual de cómo la tienes.
Mi orden exterior es poner la mesa incluso para comer uno solo, que las cosas bien hechas, bien parecen, y recoger el lavaplatos por la noche y dejar la cocina casi inmaculada, porque sé a ciencia cierta que no es lo mismo levantarse al día siguiente y prepararse un colacao con leche y galletas viendo que sólo tu taza es lo que está por ensuciar que sentir que la encimera se te echa encima, la pobre, del peso de platos y vasos sin recoger...
Quizá por eso ayer, hoy, decidí prepararme yo sola el té, aunque Él no esté ahora aquí, que siempre me lo prepara con esmero, con calculado cuidado, más bien: taza de las mías, la cuchara, ¿con leche o con agua, Negre?, dos cucharadas de azúcar, un platito y, si acaso, una galleta, aunque luego tenga que discutir con el endocrino. Y me pongo el reloj del móvil puntualmente cada hora, para ordenar mi tiempo y que pueda hacer todo: preparar las cosas del colegio, aunque estemos de vacaciones -que luego no me da tiempo-, estudiar, volver a estudiar, leer un rato, y hasta tomar un té, normalito, con leche algo más que templada, con la manta en las rodillas aunque la calefacción esté puesta y mirando de reojo el reloj del salón porque a en punto me pongo a estudiar...