Eres joven, estás rodead@ de gente que te quiere, la vida te sonríe. Afortunad@ de tener un trabajo, pasas el fin de semana desplazándote en bicicleta entre fiesta y fiesta: con tu amig@, os sentís flotar sobre esas dos ruedas por las evocadoras calles del casco antiguo de la histórica ciudad, el viento en vuestra cara… Un pequeño susto: sin saber cómo, la bicicleta choca y os encontráis en el suelo. Golpes, magulladuras, sangre, el médico de una ambulancia que piensa que lo más aconsejable es trasladaros al Hospital. No es un buen colofón para una noche de alegría, pero vuestras heridas son leves y os tenéis el uno al otro. Podría ser peor.
Podría ser peor. Y lo fue. En la antesala de un hospital tercermundista (parece que la Sanitat catalana no podría empeorar más, pero sí, es posible) te encuentras con unos magullados jóvenes procedentes de una reyerta entre policía y okupas. Algunos tienen realmente muy mal aspecto. Uno de los guardias urbanos que están escoltándolos te llama, te obliga con malos modos a vaciar tus bolsillos, se permite comentarios ofensivos sobre tu imagen y tu persona. De pronto, eres empujad@ contra la pared, esposad@, acusad@ de matar a un policía en un lugar en el que no estuviste… Reivindicas tu inocencia, gritas que habéis sufrido un accidente… Y a partir de aquí comienza un calvario de golpes, vejaciones físicas y psíquicas y juicios amañados que se prolonga durante cinco años. De pronto, te encuentras en prisión con tres o cinco años ante ti, un número de años de pena de cárcel que no cumplen en este país ni los corruptos, ni los pederastas ni los violadores. Pero siempre hay una manera de ser libre. La última manera. Y la eliges.
Patricia Heras fue detenida en 2006 después de que tras un desalojo supuestamente okupa un agente de la Guardia Urbana quedara en estado vegetativo. Ella siempre defendió que ni siquiera se hallaba en el lugar, sino que se había encontrado con la policía en el hospital donde ella y su amigo Alfredo estaban siendo atendidos tras un accidente de bicicleta. Condenada a tres años de prisión tras un juicio que ella, sus amig@s y familiares consideraron lleno de irregularidades y completamente político, aunque estaba en régimen abierto, se suicidó el pasado día 26 en su casa, incapaz de volver a la cárcel. Otros cuatro detenidos de aquella batalla campal donde solo se juzgaron las acciones de uno de los bandos siguen encarcelados.
Esto no ha pasado en Libia. Ni en Cuba. Ni en ningún país supuestamente donde Occidente esté capacitado para implantar su sistema mediante la fuerza militar o mediante el chantaje económico. Ni siquiera en México, ese país que tanto respeta los derechos humanos mientras nos interese negociar con él, a pesar de que estos hecho me recuerdan a los de Atenco, donde una española sufrió graves abusos policiales sin que la (In)Justicia española la haya apoyado en lo más mínimo. Esto ha pasado en España. En la Barcelona de Hereu que no será peor que mejor que la Barcelona de Trias si esta llega a materializarse. En la Barcelona, en la España, del sistema, donde no hay crímenes políticos y donde todas las pinzas habidas y por haber entierran las corrupciones. Democráticamente.