Revista Educación

Te quedaste con la peluquera

Por Siempreenmedio @Siempreblog

29 marzo 2014 por Carlos Padilla

Tijera y piedra

No es mi caso, pero seguro que alguna vez te han dicho que la peluquería a la que vas a retocarte el flequillo es una mierda, que cómo se te ocurre, que hay otra más barata y mejor a la vuelta de la esquina, pero tú te resistes y no escuchas. “¿Dónde me van a cortar las puntas mejor que aquí?”, te preguntas. Aunque sabes la respuesta, en un mes estás allí otra vez, con tu peluquera que habla demasiado de buena mañana y te fastidia las reflexiones del principio del día. Te jode que te meta el dedo en la oreja cuando te pone el tinte en las patillas, pero resistes; es tu peluquería y no vas a cambiarla por otra. Por nada del mundo.

El otro día te dijeron que el sitio en el que te comes el medio bocadillo del desayuno no es gran cosa y que tienes otro más cerca y más limpio. Sin embargo, te cuesta dejar tu garito de todos los días. Te agarras a él como si te fuera la vida en ello. “¿Dónde me van a preparar el cortado mejor, con más amor que aquí?”, te preguntas. Y aunque sabes la respuesta, haces como que no la has pensado y vuelves allí a tomar café la mañana siguiente y la próxima, religiosamente. Es así.

Anoche te metiste en la cama y te arrimaste tanto al borde que casi te caes. Se te quedo la pierna por fuera del edredón toda la noche porque hacías equilibrios para dormir, porque ya no soportas su aliento apestoso en tu cuello, ni esa manía imbécil que tiene de mover el pie para arrullarse y coger el sueño. “Niñato, tómate un Valium y duérmete para siempre, déjame en paz”, piensas. Pero mañana despiertas junto a él y sigues, porque en el fondo crees que tienes suerte y que el mercado está mal, muy mal; porque igual no hay nada mejor por ahí.

Es el efecto einstellung. Huimos de las complicaciones y de lo desconocido. Lo demostró, hace unos años, una prueba con alrededor de una decena de jugadores de ajedrez. Se trataba de que visualizaran el camino más rápido hacia la victoria, pero fue un fracaso. Al proponerles dos alternativas, una el conocido mate del ahogado y la otra una solución de tres pasos mucho más rápida, pero desconocida, en un cien por cien de los casos los sujetos eligieron la solución habitual, aunque la otra fuera mejor. Cuando el jugador reconocía la salida conocida, descartaba todo lo demás.

Así que ayer despediste a diecinueve compañeros de Diario de Avisos, los últimos de siete años de guillotina y garrote en un sector cada vez más mermado y precario. Lo hiciste sabiendo que cabían otras alternativas, cambios de estrategia, recortes en la gerencia y ajustes de arriba hacia abajo, desinflando el consejo y recalculando el modelo de negocio. “¿Cómo puedo resistir mejor que así, aunque sea hasta las elecciones y luego ya vemos?”, te preguntas. Y aunque conoces perfectamente la respuesta, haces de tripas corazón y metes la tijera. Por eso ayer te quedaste con tu querida peluquera.


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