Duermo abrazada a tu cuerpo, a tu amor, a tus sueños, a tus anhelos. Duermo abrazada a todo lo que eres. Me acerco más a ti para que ni siquiera el aire pueda pasar entre nosotros, quiero ser parte de tu cuerpo, parte de ti, de tu vida. Respiro en tu nuca, suspiro de ti, dejo que tus cortos cabellos me hagan cosquillas en la nariz y aprieto las manos contra tu pecho. Cambias de postura y ahora puedo verte el rostro, apenas iluminado por las dos rendijas de luz que se cuelan por la persiana, casi agachada por completo. Sigues durmiendo apaciblemente, intento acompasar mi respiración con la tuya: lenta, tranquila, sin pausa. Te observo, cada milímetro de tu rostro, ese que me sé al completo: tus pestañas oscuras, largas y espesas, esas que tanto me encantan, la barba incipiente y cada uno de los lunares que forman mi galaxia. No puedo parar de sonreír por lo feliz que me siento a tu lado, durmiendo en esta cama en la que apenas cabe un cuerpo, rozándote constantemente, sintiéndome segura y querida. Te amo, te amo con cada fibra de mi ser, más de lo que nunca seré capaz de explicarte, más de lo que nunca podrás comprender. Te amo y me siento la persona más afortunada del mundo por tenerte conmigo. Me acurruco contra ti más aún y cierro los ojos, rebosante de felicidad y con las lágrimas escapándoseme por la dicha. Sé que esto es lo que quiero el resto de mi vida, el resto de mis noches, despertarme y descubrirte durmiendo a mi lado.