Y él me descubrió la maravillosa sensación de conducir un coche descalza, notar la sensibilidad del embrague con la planta del pie, percibir el motor en mi propia piel, con la arena de la playa entre los dedos y esos increíbles paisajes australianos.
Sin él, nunca me habría atrevido a conducir un quad, mi experiencia en Grecia habría sido diferente, mucho más aburrida.
Además, es increíble la cantidad de gente que conoce y que me ha presentado a lo largo de estos años, las fiestas a las que me ha llevado… Y sobre todo, su espontaneidad. No le cuesta nada decidir al momento. Su decisión, eso hasta lo envidio, y su energía, coger, salir del trabajo a las 9 de la noche y no importarle ir a ver el atardecer en la playa, de fiesta con amigos, a un bar los dos solos, a los Búnkers de noche, lo que sea.
Y me enseñó a no pensar tanto en el dinero y a vivir más el presente, a pedirme otra cerveza o a escoger el plato que más me gustara de la carta si era lo que me apetecía, por muy caro que fuera.
Él tenía sus caprichos y, aunque yo a veces le recriminaba que se gastase el dinero en tonterías, no podía evitar sonreír al verle la carita de felicidad cuando hacía volar el drone o cuándo iba de un lado a otro de la ciudad con su patinete eléctrico. Y por supuesto, siempre compartía todo eso conmigo. Usaba el drone para sacarme las fotos y vídeos más bonitos, dar un poco de envidia, ya de paso, y “presumir de mujer”, como solía decir él. El patinete lo usaba más para ir al trabajo, pero muchas veces, cuando salía de la oficina, me pasaba a buscar donde fuera que yo estuviese y, exponiéndose a que le multaran, volvíamos juntos a casa, los dos subidos a ese chisme, manteniendo el equilibrio a duras penas y acelerándolo al máximo.
Aprendí muchas palabras nuevas con él. Y me enseñó su país, eso sí es algo por lo que le estaré siempre agradecida, que alguien te transmita esa pasión por su tierra, su música, sus paisajes, su gente.
Y por los deportes de aventura. Recuerdo que en nuestra primera clase de surf, yo me puse muy triste porque no se me daba bien y, en cambio, a él se le daba genial, y pensé que él se acabaría cansando de mí porque yo no era tan guay como él. Cuando se lo dije, se echó a reír y me estuvo consolando mientras me secaba con la toalla. A él se le daban bien todos los deportes: el fútbol, el voley, el skate. Este último dejó de practicarlo porque se hizo un esguince en el tobillo, pero me encantó verle por primera vez encima de la tabla, cuando quedamos con ese amigo suyo skater que también vive en Barcelona, y le vi feliz, deslizándose con facilidad por los adoquines, haciendo giros suaves y marcados.
Si no hubiera sido por él, tampoco me habría subido nunca a una moto acuática ni habría volado en globo. Compartir experiencias a su lado es una de las cosas más maravillosas del mundo. Y me entristece pensar que quizá se nos quedarán unas cuantas sin hacer: ir en parapente, hacer puenting (no me acabé de atrever en Nueva Zelanda, los dos en aquella oficina de turismo indecisos por el precio y yo también por el miedo), subir a una avioneta, ir en ala delta, practicar rafting, escalada.
Los viajes con él eran lo mejor. Y cada vez que llegábamos a una ciudad nueva le veía tan callado y ausente que pensaba que estaba triste y le preguntaba: ¿Qué te pasa? Estás muy callado.
-Me pasa como a mi mamá, lo quiero ver todo y asimilar todo. Por eso no digo nada.
Eso me contestaba y yo le quería tanto entonces… Me emocionaba verle con esa cara de curiosidad, observándolo todo, sin decir nada, guardando en su memoria todo lo que veía, oía y sentía.
Dicen que las personas que te recomiendan música son muy valiosas y gracias a él descubrí muchos grupos que me han acabado encantando y cuyas canciones no me puedo quitar de la cabeza, eso lo echaré muchísimo de menos. Lágrimas de sangre, Iseo, Extremoduro, La Pandilla voladora…
Foto de Personas creado por freepik – www.freepik.esY hasta llegó a escribirme cartas con sus pensamientos, sus miedos, sus emociones, la manera en la que me haría el amor, lo mucho que le pongo, contándome qué le hago sentir, qué tengo de especial y cómo le he hecho feliz. Nunca me lo habría imaginado así, desnudándose de esa manera, diciéndome que conmigo se había abierto por primera vez, llorando frente a mí, imaginándonos a ambos juntos toda la vida, hasta el fin del mundo, en desiertos y valles, selvas amazónicas y al filo de unos acantilados, viendo el sol ponerse en el horizonte. Me lo imaginaba desvalido, sin su familia, algo melancólico, pero a la vez fuerte porque él es la persona más fuerte que conozco, luchando contra sus miedos, viviendo su sueño de estar en Europa, de viajar, de ser feliz. Y me chocó que saliese de él el hecho de escribirme, que no se lo pidiera yo, simplemente me dijo que conmigo le salió esa necesidad de plasmar en papel lo que sentía y, aunque se avergonzase de lo que escribía porque decía que no lo hacía tan bien como yo, siempre me lo enseñaba y yo me emocionaba mucho y le amaba todavía más si eso era posible.
A veces, casi siempre mientras estábamos tumbados en la cama del piso de abajo, la calle reflejándose al revés en el armario, apoyaba su cabeza en mi pecho y me contaba cosas de su abuelo, de su finca, de su vida en Colombia. Y esas historias me encantaban y siempre tenía ganas de que me contara más, me emocionaba pensar que nuestras infancias hubieran sido tan diferentes…
Y siempre está muy bien informado, lee las noticias cada día y me contaba cosas muy interesantes, de Colombia y del resto mundo. Me explicó que los países tienen bonos para deshacerse de la basura y que los más ricos usan esos bonos para pagar a países más pobres y tirar la basura allí. Eso me chocó mucho. Me parece una persona tan inteligente… Y con tanto potencial. Es capaz de aprenderlo todo de cero y muy rápidamente. Cuando empezó vendiendo casas, iba algo perdido, pero en unos meses ya me explicaba detalles interesantes de los contratos, de los vendedores, de las leyes de habitáculos, de hipotecas y bancos.
Y se gana a la gente con una facilidad increíble. Siempre lo he dicho, que tiene muy mala y muy buena suerte. Y tiene las dos porque cuando le pasa algo malo, suele ser bastante malo; sin embargo, casi siempre le están pasando cosas buenas y eso me hace feliz porque le quieren en todos lados, le regalan el bocadillo en la cafetería donde suele desayunar, en el restaurante de al lado le conocen y le dan trozos de pizza si sobra al final del día, en aquella panadería le regalaban los mejores croissants de Barcelona, cuando vamos a las ferias siempre le paran para ofrecerle embutidos, quesos o frutas.
Le admiro, esa es la palabra, admiro su independencia, su seguridad, sus ganas de comerse el mundo. Y solo quiero que ahora se deje cuidar, como me he dejado yo siempre. Y que se dé cuenta de que la vida es muy corta para no compartirla con la gente a la que queremos.