
Más allá de innegables parecidos físicos, la entrañable ave me ha recordado que también en gustos hay parentescos. Si siempre me ha gustado ver los animales y cuidar de mis plantas, en lo sucesivo siempre lo sentiré como algo propio de mis genes, símbolo de tu eterna presencia.
Son muchas las promesas que no he podido cumplir contigo en vida terrena. Recuerdo nuestra excursión por las ruinas de Itálica, los churros, embutidos y mil platos que nos preparabas. Recuerdo que te prometí que recorreríamos Andalucía cuando “me sacara el título” y que aprendería a hacer parte de tus guisos.
Sonrío recogiendo los innumerables recuerdos que me has ido dejando durante nuestros treinta años de convivencia. Es una redundancia hablar de cuán numerosos son éstos, siendo yo nieto y tú abuelo. No puedo olvidarme de cuando venías a Llavaneras alguna vez y te quedabas con la yaya en el coche, no queriendo molestarnos por haber llegado temprano. Fuiste siempre madrugador y trabajador, arreglado y servicial. Tu maña jamás la alcanzaré, ni tu coquetería ni tu siempre saber estar sereno.
Has sido joven en cuerpo y ánimo hasta el final del camino, y jamás diste sensación de cansancio alguna, ni aún en el comienzo de tu más larga siesta. No me creo que no te pueda abrazar corporalmente, y que no podamos vernos durante una temporada larga. Todo ha sido tan rápido… que mi consuelo se fortalece en dos cosas: en saber que apenas has sufrido, y que estoy contigo, perpetuamente, más que jamás en cualquier otro tiempo. Muchos pagarían millones por tener tu final entre nosotros, pero no tantos como yo por tenerte aún aquí.
Hoy San Pedro ha llegado al trabajo con retraso porque tenía churros como todos los Santos.
¡Te quiero yayo!
*Ilustración: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/5c/Monk_Parakeet_%284303100054%29.jpg