En algún lugar de un sitio que puede estar cerca o lejos, dependiendo de dónde esté tu cerca y tu lejos, viven dos mariposas. La verdad es que viven muchas más, pero sólo quiero hablar de dos de ellas.
Tienen vivos colores en las alas y vuelan de forma alegre, moviendo el aire a su alrededor y tal vez provocando huracanes en Japón. Pero son ajenas a su propia belleza y sin saber dónde está Japón. Como todo ser vivo, tienen sus problemas, sus buenos y malos momentos. Hablan entre ellas y piden consejos.
Viajan entre los olores de las flores y se detienen un instante ante la belleza de un atardecer que marca el final del día para ellas. Se posan en alguna hoja, tal vez la misma de siempre o tal vez una distinta cada día. Y conversan.
– ¿Qué tal te ha ido el día?
Es una forma como otra cualquiera de comenzar una conversación. Las mariposas charlan y se cuentan sus problemas, algunos más complicados que otros.
– Eso es una faena. Nunca me ha pasado nada igual, pero es algo que tenemos que asumir y seguir adelante, ánimo.
A veces las conversaciones no ayudan a avanzar, pero sirven para crear buenas relaciones.
Al día siguiente, tras el amanecer, una de aquellas dos amigas se encontró con el viejo topo. A penas veía por ser topo y tenía problemas de audición por ser viejo. Pero decían de él que era sabio y siempre estaba dispuesto a entablar una conversación.
La mariposa le contó su problema, se desahogó y trató de que el topo le ayudara a resolverlo. Se lo explicó todo, con todos los detalles y parecía que el topo se iba durmiendo por momentos. No la miraba porque no la veía y la mariposa no estaba segura de que el viejo animal pudiera escuchar todos los detalles de su desgracia.
Le contó el origen de sus lamentos, todo lo malo que le había pasado, lo terrible que era lo sucedido, la impotencia que sentía, cómo era una víctima de la situación y la mala suerte. Y, mientras lo hacía, no tenía claro si el tipo asentía o daba cabezadas.
Indignada por la situación se marchó y se lo contó a su amiga. Era tarde, el sol caía y las mariposas veían cómo se marchaba tras el horizonte.
– … se lo conté todo pero se durmió. ¡SE DURMIÓ!
– ¿No te escuchaba?
– Es un viejo topo torpe, no oye y no ve. ¿Qué quieres que haga? Fui una tonta al ir a hablar con él.
– ¿Y no dijo nada?
– ¡NADA!…. Bueno, al final, cuando me iba, después de tanto hablar lo único que me dijo fue. “Y ahora ¿qué vas a hacer?”
El sol terminaba de bajar, el aroma de las flores seguía en el ambiente y se comenzaba a notar una fresca brisa que invitaba a volar.
Las dos amigas levantaron el vuelo pensando en el viejo topo.
– Sí que era sabio el anciano – dijo una de ellas.
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