Una vez más, el hoy es noticia en un espacio como este dedicado a revivir el ayer y urge ser traído a primera plana. Como habrán advertido los asiduos visitantes de Bitácora Progresiva, este es un blog de apreciación escrito más con el corazón que con las manos sobre el teclado, y refleja sentimientos personales tan genuinos como espontáneos acumulados a lo largo de 35 años de puro affair con el rock progresivo.
No hace mucho, sin embargo, que Gustavo Cerati forma parte de esa constelación de luminarias que integran mi universo rockero. Pero cuando ingresó fue para quedarse. Figura icónica del rock nacional desde hace más de un cuarto de siglo y sin duda el músico argentino más creativo, prolífico y polifacético de la escena actual, Gustavo camina por la misma senda que en los albores de los '70 abrió el trío de oro Luis A. Spinetta - Litto Nebbia - Charly García, por la que tantas otras leyendas han circulado desde entonces.
El duro revés sufrido recientemente por Gustavo no sólo nos llena de tristeza, sino que nos pone a pensar en la fragilidad y vulnerabilidad que rodea a los humanos, la que alcanza ribetes aún más trágicos cuando se apodera de seres queridos o de talentosas figuras del dominio público, que tanta dicha y gratos momentos han traído a nuestras vidas.
No es mi intención trenzarme en un prolongado historial Cerati-Soda Stereo en esta página, por cuanto la información abunda generosamente en toda la web, sino en algo más personal, compartiendo mi propia experiencia.
Casi todos los rockeros progresivos ya en edad madura que venimos abrazando esta corriente desde nuestra adolescencia en los '70, parecemos tener un rasgo en común: ese frío escepticismo ante la furiosa estampida del punk y la new wave allá por 1976-77, cuya onda expansiva llegó más bien tarde a la Argentina, a comienzos de los '80, para inaugurar toda una nueva era en el rock.
Claro que hoy no podemos menos que esbozar una sonrisa indulgente ante ese antagonismo creado por entonces entre los ídolos de la vieja guardia -que empero no superaban los 35 años como mucho- y estos jovenzuelos de 20, de extravagante corte de pelo enarbolando las banderas de una música a modo de antítesis del pulcro rock elaborado que paladeábamos extasiados como si fuera un Ferrero Rocher. La sonrisa no cesa cuando caemos en la cuenta que Johnny Rotten, por entonces el gurrumín envalentonado y enemigo acérrimo del rock elaborado, hoy tiene 54 años y ha vuelto a llamarse John Lydon...
Pero en su época el choque perfilaba sus ásperas aristas con increíble nitidez y poco a poco fue confinando cada una de nuestras glorias a la trastienda. Fue como una muerte lenta, y en el tira y afloje muchos seguimos aferrados al viejo rock progresivo, ignorando la apertura post-punk que se descargó con bombos y platillos vía The Police, Talking Heads, Blondie, Elvis Costello, Television...
Cuando este oleaje comenzó a propagarse en la Argentina allá por 1982-83 con cultores locales que iban conquistando audiencias masivas, mi resistencia al cambio se mantuvo tenaz. ¿Cómo canjear su simplicidad por esos gloriosos discos de fines de los '70 de Espíritu, Crucis, MIA, El Reloj, Bubu, Alas, Redd, Spinetta Jade, La Máquina y luego claro, Seru Giran, que aún daban vueltas en mi cabeza llenándola de sensaciones y matices?
Pero la realidad avanzaba a pasos agigantados y Soda Stereo ya era un grande para la época en que otros virábamos hacia la onda más folklórica que traía consigo, prosiguiendo con las leyendas del rock nacional, Lito Vitale.
Habrían de transcurrir muchos años para que mi interés comenzara a darle una oportunidad a Soda Stereo. Así es como, capturada varias veces desde algún zapping televisivo o durante esas prolongadas cortinas musicales estampadas con el cartelito "Aguardamos conexión" con las que los canales de aire del interior esperaban retomar las transmisiones en directo desde Buenos Aires tras una tanda publicitaria (¿alguien se acuerda de eso?) la música de Soda Stereo fue lentamente ganando mis neuronas. Por esas cortinas o retazos de ciertos shows (Badía y Compañía tal vez?) supieron desfilar los que luego identificaría como clásicos del trío. Pero fue este tema, tan imaginativo como sutil, el que me sumergió definitivamente en la onda Soda.
Había algo en el sonido y la poesía de la banda, enmarcando una propuesta que mucho se despegaba del de otras contemporáneas que gambetearon sin pena ni gloria mis preferencias del género. Y ese algo eran esa creatividad casi surreal, una contagiosa dinámica con la que era imposible aburrirse comunicada mediante excelentes intérpretes y letras crípticas con mensajes inteligentes.
En tiempos en los que Internet aún no constituía ni la décima parte del boom de la actualidad, en que los programas radiales de rock se habían esfumado y en que mi colección de la revista "Pelo" se había quedado estancada en el número 140 (de los casi 500 que supo emitir) enterarse del historial y el programa de giras de las nuevas bandas no era sencillo para los habitantes del país desperdigados más allá de la General Paz.
Por eso en agosto de 1999 y sin saber aún de la suerte corrida por el grupo, un primer CD de Soda Stereo llegó a mi entonces escasa colección en ese formato, el disco "B" de "El Último Concierto",precisamente porque allí estaba "Cae el sol". Sin embargo, otros temas del CD, en su mayoría nuevos para mí, no tardarían en remover más neuronas.
Pocos meses después, el disco "A" de "El Último Concierto" fue una compra obligatoria. De ahí en más, otros CD de Soda Stereo continuarían engrosando la colección.
Como suele suceder cuando uno intenta ponerse a tono con una banda de rock que recién descubre, el historial de la misma se rastrea en sentido inverso y es así como pronto tuve en mi colección los primeros álbumes del trío, como así también los últimos de estudio. Y si hubo algo notorio en esa revisión a vuelo de pájaro fue la impecable evolución de Soda Stereo desde sus épocas new wave/pop de los '80 hasta dos discos bien progresivos como en efecto lo fueron "Dynamo" y "Sueño Stereo".
A mediados del 2000, cuando mi trabajo de entonces me condujo a una breve estadía en Estados Unidos, Soda Stereo fue el rock nacional que llevé para escuchar en mis ratos libres. Estos tres temazos permanecerán eternamente anclados a esa época inolvidable.
Desde entonces, Soda Stereo y Gustavo Cerati solista han deambulado asiduamente por mi universo sonoro, ocupando un rincón de honor que ningún otro rockero popular de los '80 y '90 logró, tanto nacional como internacional. Algo debe querer decir...
Gustavo tiene aún mucho para dar, es de mi generación -hasta compartimos el día de nacimiento, con 1 año de diferencia- y en él siguen cifradas las esperanzas de continuidad del buen camino por el que el verdadero rock nacional sigue discurriendo.
Mientras esperamos ansiosamente por su recuperación, este bien merecido homenaje va por todo lo que nos ha brindado y, esperamos, pueda muy pronto seguir brindándonos... cuando lo veamos volver.
Fuerza Gustavo!