Té, wabi sabi, cerámica y textiles

Wabi-sabi es la belleza de las cosas imperfectas, mudables e incompletas. Es la belleza de las cosas modestas y humildes. Es la belleza de las cosas no convencionales.

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El wabi-sabi soluciona el dilema artístico a cerca de cómo crear cosas bellas sin quedar atrapado en el materialismo desalentador que envuelve ese tipo de actos creativos. Es el antídoto a la belleza pulida que nos insensibiliza.

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El wabi-sabi es una emoción, pero muy difícil de ser expresada. No es fácil definirla, y a los japoneses no les ha interesado hacerlo racionalmente, ya que el zen es anti-racionalista (“los que saben, no dicen, los que dicen no saben”).

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El wabi-sabi es un tipo de belleza particular y puede llegar a ser también un modo de vida.

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Se puede considerar que se acerca al término “rústico”, según su definición como simple, sin artificio, no sofisticado, con superficies rugosas e irregulares.

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Siempre he visto una relación entre la cerámica de Verónica Moar, el wabi-sabi y la ceremonia del té. Incluso antes de que creara la tetera, que no fue la primera pieza que llegó a mi colección. Y comprendí esa relación que yo había establecido intuitivamente, al leer el libro Wabi Sabi para Artistas, Diseñadores, Poetas y Filósofos, escrito por Leonard Koren. De él he extraído los pensamientos que he escrito más arriba y que te recomiendo que leas si te interesa el tema o te ha picado la curiosidad. Es un libro profundo pero pequeñito y se lee muy rápido, a no ser que te dediques a apuntar, apuntar y apuntar, como hice yo.

Koren cuenta que el primer maestro de wabi-sabi fue Murata Shuko, monje zen del S.XV-XVI, en cuya época la ceremonia del té era un pasatiempo de la élite, debido a los lujosos utensilios de fabricación china que usaban. Shuko se opuso a esta moda y utilizaba utensilios modestos de producción local, lo que fue el principio del wabi-sabi en la ceremonia del té.

Seguiré mi camino en busca de esta belleza y este modo de vida.