Revista Cultura y Ocio
TEATRO LARA, 137 AÑOS DESPUÉS…VISITA TEATRALIZADA CON ALFONSO MENDIGUCHIA Y PATRICIA ESTREMERAORLANDO TÜNNERMANN WWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM
A colación de la efemérides de la inauguración del vetusto teatro Lara, 137 años después, me planto ante su hermosa fachada de áureos ornatos y rojas puertas para asistir a una visita teatralizada de la mano de dos actores monumentales como lo son Patricia Estremera y Alfonso Mendiguchia. Ella, que es todo resplandor con cada mohín y ademán de su faz versátil y acomodaticia, que parece feliz cuando viaja entre emociones con la naturalidad de quién respira o escucha el sonido del viento, nos relata de manera grandilocuente y fantástica las anécdotas cronológicas de un teatro que ha fagocitado (alimentarse de, tragarse) entre sus muros, telones y escenarios aluviones de lagrimas, risas, pasiones, dramas, comedias, vodeviles, musicales, aplausos y ovaciones como si fuesen su alimento principal. Patricia es poseedora de una dicción que hechiza y conmina al descanso de las tensiones, que lenifica (suaviza, calma). Es dicharachera y pizpireta, firme y jovial, seductora y profesional en su labor de biógrafa redactora de la cronología centenaria del teatro que inaugurase en el año 1880 D. Cándido Lara y Ortal.
El teatro que visito, una obra de arte en realidad, con ínfulas palaciegas en cada rincón donde poso la mirada obnubilada, fue ejecutada por el arquitecto Carlos Velasco Peinado, siguiendo la estela de un sueño con la estética del fastuoso y magnificente Palais Royale de París. Alfonso Mendiguchia ha “secuestrado” a la mitad del grupo que visitamos las entrañas del Lara. Al igual que Patricia, también conoce los secretos de la dicción perfecta y la oratoria con un aplomo de terapeuta y entrenador de las emociones. Ahora que lo pienso, le veo a Alfonso en labores de “coaching”, ya saben esos entrenadores de la personalidad que ayudan a levantar el ánimo y sacar lo mejor de nosotros mismos en cada situación de la vida. Magníficos actores, sólo preciso de unos minutos para atestiguarlo. Su ejecución didáctica, explicativa, es contagiosa y amena, nos enredan en sus chismes y nos conmueven de tal manera que a los pocos minutos ya somos cautivos de sus palabras.
He mencionado ya la galanura del teatro, pero mucho más sorprendente para mí resulta convertirme en comadreja que se cuela por rendijas impensables para un mero espectador. Así, transmutado en furtivo, me adentro por laberínticos corredores que llevan a los camerinos y a lóbregos rincones y vericuetos tras el escenario que en ocasiones se tornan claustrofóbicos y un tanto espectrales. Ando ya buscando al fantasma de Lola Membrives, el espíritu errante del teatro Lara. Se me antoja el hábitat perfecto para un alma digamos “convulsa” como la suya, ganadora merecida, eso dicen, del feo epíteto de “bruja”. Pese a tamaño desprecio, la sala más modesta del Lara, hay dos, le pertenece, al menos en el título que la rubrica, siguiendo la estela de un sueño con la estética del fastuoso y magnificente Palais Royale de París. Alfonso Mendiguchia ha “secuestrado” a la mitad del grupo que visitamos las entrañas del Lara. Al igual que Patricia, también conoce los secretos de la dicción perfecta y la oratoria con un aplomo de terapeuta y entrenador de las emociones. Ahora que lo pienso, le veo a Alfonso en labores de “coaching”, ya saben esos entrenadores de la personalidad que ayudan a levantar el ánimo y sacar lo mejor de nosotros mismos en cada situación de la vida. Magníficos actores, sólo preciso de unos minutos para atestiguarlo. Su ejecución didáctica, explicativa, es contagiosa y amena, nos enredan en sus chismes y nos conmueven de tal manera que a los pocos minutos ya somos cautivos de sus palabras.
He mencionado ya la galanura del teatro, pero mucho más sorprendente para mí resulta convertirme en comadreja que se cuela por rendijas impensables para un mero espectador. Así, transmutado en furtivo, me adentro por laberínticos corredores que llevan a los camerinos y a lóbregos rincones y vericuetos tras el escenario que en ocasiones se tornan claustrofóbicos y un tanto espectrales. Ando ya buscando al fantasma de Lola Membrives, el espíritu errante del teatro Lara. Se me antoja el hábitat perfecto para un alma digamos “convulsa” como la suya, ganadora merecida, eso dicen, del feo epíteto de “bruja”. Pese a tamaño desprecio, la sala más modesta del Lara, hay dos, le pertenece, al menos en el título que la rubrica.La sala del eximio Cándido Lara, llamado también “El carnicero de Antón Martín” es excelsa como su recuerdo. Fastuosa, enorme, prepotente y altanera. En ese escenario inveterado, bajo los muros del Lara, han paseado su egregia figura personalidades de latalla de Jacinto Benavente, Manuel Falla, Benito Pérez Galdós, Carlos Arniches, Buero Vallejo, Antonio Gala, Edgar Neville y por supuesto la primigenia dama de este teatro, Balbina Valverde, cuya historia está tristemente ligada tanto a la adoración como al olvido más absoluto, como si una bruma de oscurantismo se la hubiese llevado al país de las viejas glorias del recuerdo perdido.
La calle San Roque era la vía de entrada al teatro en sus orígenes, nos cuenta Patricia Estremera mientras trato de imaginar la sala Lola Membrives transmutada en almacén. Me cuesta menos cuando espió a lo largo de un siniestro pasadizo subterráneo que estátapiado y que exhala malas vibraciones a través de los ladrillos destripados de sus muros deshechos. Es lo que asevera una vidente que tuvo un nefasto “dialogo cara a cara” con el espacio misterioso recluido en el túnel que desciende hacia alguna parte…No me cabe duda de que la existencia de tal pasaje no se construyó precisamente para fines lícitos o moralmente aceptados. Eligen las sombras y la oscuridad clandestina quienes desean guarecerse de la luz, que tiene la costumbre de revelarlo todo y mostrar aquello que se desea soterrar. Nos despedimos del teatro desde el escenario, ese púlpito eminente donde “planean” los actores sobre el patio de butacas. Cuando se iza el telón puedo sentir el miedo escénico, los nervios irrefrenables al sentirse uno la pieza pictórica que se admira en silencio y se escruta con millones de ojos y lupas. El espectador es un explorador que rastrea y husmea afanoso, en pos del encomio ulterior al actor o el desdén por un trabajo que no ha rutilado con el fulgor esperado.
En fin, un privilegio ha sido para mí asistir a la conmemoración del 137 cumpleaños del teatro Lara y como mero espectador, poder espiar bajo los refajos del telón, convertido yo en alma furtiva, paseante entre camerinos y vericuetos reservados a los artistas queconvierten nuestros sueños en amenos ratos, desde un escenario que planea sobre un patio de butacas mudo que, al acabar la función, se convierte en tormenta de aplausos.ORLANDO TÜNNERMANN